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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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El ritual consuela nuestra alma

El ritual consuela nuestra alma

El ciclo vital marca que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, es así que se piensa la muerte como algo irremediable, que tiene que suceder algún momento de la vida. Hay espacios, donde la muerte es la gran partida que acontece a su debido tiempo. Algunas religiones profesan que morir significa la separación temporal del cuerpo y del alma, para volver a unirse en un futuro próximo, y para otras, el paso del alma de un mundo a otro. Así, el ser humano nunca ha dejado de cuestionarse sobre la esencia de la muerte que ha suscitado dilemas en la mente.  

El filósofo griego Epicuro destaca la muerte como el temor más grande, pues tarde o temprano todos moriremos y eso causa mucha aflicción en la vida. Decía que era estúpido temer a la muerte, no por el dolor que pueda causarle en el momento que se presente, sino porque, pensando en ella, se siente dolor, porque no deberíamos perturbarnos durante su espera. 

Objetivamente, la muerte es un corte al lado de la vida y, como tal, el ser humano nunca deja de asombrarse frente al enigma que la rodea. Sin embargo, y a pesar de su cercanía constante, se nos escapa algún sentido, porque es un misterio y, a partir de ello, las personas construyen un complejo código de símbolos para comprenderla y asimilarla. El ahondarse en dichos símbolos supone interpretar costumbres, ritos, valores y creencias. 

De esta manera, en algunas sociedades se hace énfasis en la relación con el alma y en otras se la mira como un elemento transformador desde el plano de la memoria y el olvido. Siendo así, suponemos que desde la más remota antigüedad el hombre ha experimentado esta realidad, pero no sabemos cómo la enfrentó y menos como la asimiló. Sin embargo, y pese a todo, este acontecimiento provoca sufrimiento.

Para Philippe Ariés (1975), los cambios en la percepción de la muerte son muy lentos, la misma que ha conocido dos grandes etapas: la muerte domesticada y la invertida. En la primera, la persona tiene conciencia de su muerte y se encomienda a Dios; está rodeada de la familia, lo cual atenúa el momento y acepta sin drama. En la invertida, la muerte es sentida, pero se torna innombrable. El lugar de la muerte se desplaza desde la casa al hospital, para convertirse en un fenómeno técnico. Las ceremonias funerarias se hacen discretas. 

Pero vamos, el modernismo contribuyó a simplificar muchas prácticas funerarias y a profesionalizar los ritos, y ahora, peor aún, con el flagelo de la pandemia, donde no se permite rito alguno para despedir al difunto y dar un cariño muy sentido a los dolientes para aliviar los sentimientos de pesar. 

Hay más aún, en estos tiempos de la modernidad, frente a la muerte tenemos dos caminos: desritualizar y profesionalizar la conducta funeraria; o renovar el ritual dirigido a la comunidad de sobrevivientes, lo que genera consuelo y alivia sentimientos.  

Pero qué dilema, la muerte ha cambiado; quien se queda, se rebela y sobrelleva en soledad, sin abrazos, ni palabras de amigos y con sabor amargo porque sucedió por un vil accidente, no porque decidieron los dioses. Lo cierto es que, el rito de paso más difícil de no vivirlo, es el de la muerte, porque el ritual consuela nuestro ser alma, y tal vez se asimila con paz el retorno al origen, de nuestros seres queridos. 

MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

MARÍA ESTHER MERCADO H.

Antropóloga y docente universitaria

[email protected]

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