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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Reflexiones desde la vejez

Reflexiones desde la vejez

En una ocasión escuché decir que las personas debían graduarse de seres humanos al cumplir 70 años y me puse a pensar que la relación con la vejez no varía en las sociedades, todas son inflexibles con los mayores, en la calle, en las instituciones de salud, hasta en la propia casa, pero, al mismo tiempo y como consuelo, es bueno saber que si crecemos es porque vivimos. Y de eso se trata, aunque en esta sociedad la mayoría tenga recelo de llegar a la vejez por la indiferencia a la que someten a los ancianos.

Durante el tiempo de cuarentena hubo muchas oportunidades de reflexionar con mis hijos, fueron momentos importantes donde conversamos de los encuentros y desencuentros de las personas; de los sueños y compromisos que se frustraban. También sobre la situación de los viejos en el mundo debido a los hechos acaecidos principalmente en Italia y España, en donde la población mayor estaba en alto riesgo, y se conocían aspectos demasiado fuertes. Fueron golpes duros. Asimismo, la despedida final que muchos realizaban a través de celulares o tablet. Eso nos hizo repensar sobre el trato que se da a los mayores.

Entonces, observo que hay gente que tiene el privilegio de vivir con su familia hasta el final de sus días, otros que terminan en completa soledad, ya sea en cuartos alquilados dejándose morir abandonados y otros en los asilos, donde se espera las visitas durante toda la semana, hasta que finalmente llega la visita de la muerte. Sin duda, los viejos están sometidos a situaciones de marginalidad, unas más fuertes que otras. De hecho muchos hacen gran esfuerzo en sostener la vitalidad que la misma sociedad les priva y entonces viven inseguros frente al futuro. Desde esta lógica se vive el estigma de que no sirven para nada.

En este contexto, algo que se debe tomar en cuenta es que la mayoría tiene miedo a la forma de morir, no así a la muerte. El estar solos, sin el amor de la familia o sumidos al abandono como lo que sucede en esta pandemia. Lo que más desconsuelo da, es darse cuenta que aquella sociedad a la cual se le brindó la vida, los mejores días, recluya y maltrate a los viejos.

La inquietud sobre el tema surge cuando nos preguntamos cuánto conocemos a los viejos. Las noticias de esta pandemia señalaban que en los asilos estaban muriéndose y solicitaban piadosamente apoyo para cubrir necesidades mínimas de sobrevivencia y posterior entierro. ¿Estos ancianos tendrían familia? ¿Habrá sido un descanso la muerte?

Al respecto, días atrás murieron con COVID-19 dos ancianos en un asilo de la ciudad, una de ellas, según la prensa, una mujer de 65 años que fue “depositada” en el asilo el 2015. Indican que en aquel lugar viven (o vivían) 42 ancianos y cuatro monjas que los cuidan. Pregunto, hasta qué punto podemos ser indolentes y ocuparnos de alguien que habló mal de Uyuni o hacer aspavientos para altercar si la Chakana simboliza al universo boliviano.

Camino por la calle y veo a muchos ancianos pobres, maltrechos, pidiendo monedas para comprar un pan. Esa es nuestra realidad. Pero más allá de la pobreza de los ancianos, está nuestra miseria de espíritu. También leo noticias de fiestas en bungalós… de 80 jóvenes, 38 dieron positivo a COVID-19. Esa es la cruda realidad. ¿No será mejor la eutanasia?

MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

MARÍA ESTHER MERCADO H.

Antropóloga y docente universitaria

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