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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Naturalizar la contra natura

Naturalizar la contra natura

Con el tiempo y las aguas entendemos que cada persona es dueña de su cuerpo y nadie puede sobrepasar aquel espacio sagrado. Muchos niños, niñas, mujeres y jóvenes asumen que el cuerpo es objeto de uso y abuso porque el sistema patriarcal dimensionalmente así lo consiente.  

Testimonios nos dan pauta del tormento que atraviesan personas que han sido violadas, ultrajadas y torturadas en algún pasaje de su vida. Las personas dicen que su cuerpo es un territorio que no les pertenece. ¿Cuál será la forma de recuperarlo si la sociedad mimetiza y naturaliza esta violencia sistémica?

El tema abordado durante un trabajo de campo en la universidad fue sobre el acoso que sufren las mujeres. Surgieron relatos angustiantes, pues ellas se sentían culpables y con vergüenza por las malas señas que les hacían los hombres, o las respiraciones que sentían en el micro. Sentían miedo en la calle, desconfianza de subir al taxi o trufi. Pero eso no era todo, sentían repulsa de su propio cuerpo al pensar en el cómo vestían, o si la blusa era escotada o el pantalón ajustado. El culmen fue cuando sugirieron que un tema de conversación fuese “por qué los padres violan a sus hijas” (o los tíos).

“La culpa que tengo no es culpa mía, pero, no entenderé hasta que no recupere mi cuerpo. Y temo no recuperarlo porque están ahí los culpables impidiendo que lo haga, así como se lo impiden a miles de niños y niñas, a miles de mujeres y jóvenes”.

Es que él o la culpable no solo es la persona que comete el abuso, también están los cómplices, los que omiten, los que te hacen sentir culpa, los que niegan, los culpables que son negligentes, los que hacen las leyes, los culpables que no destinan recursos a los sistemas legales, los que minimizan el tema, los culpables que no educan, los que validan, los culpables que te victimizan.

¿Quiénes son los culpables de destrozar la infancia, será la familia o la madre que mira para otro lado? Según las estudiantes, es una manera de retener al padre para que no busque otra mujer en la calle. Y lo peor es que el violador es un hombre bien “visto” en el barrio, en la iglesia. Muchas veces en la escuela se brindan para ir de excursión con ellas. Pero lo triste es cuando se comenta en grupos, creen que son conversaciones de gente traumada. Claro que sí, traumadas porque en algún momento significa mirarse a sí misma en contextos de vulnerabilidad sistémica.

“Está mi familia que es culpable por no darse cuenta, por qué no comía cuando era niña, de no preguntarme por qué estaba triste, de no volver a hablar del tema después de que se los conté. Está mi madre que no pudo aplicar sus conocimientos sobre la infancia y los fantasmas que me perseguían. Que no me enseñó qué demonios era ese cuerpo que yo traía por cáscara. Que cuando me dijo que nadie tenía derecho a tocarme, los abusos llevaban años; sabiendo ella que era posible que existiesen abusos cuando era más niña, cuando había más extraños en casa”.

Este exceso de cultura patriarcal está silenciado y pretende mover el piso a toda persona que calla por sentirse culpable del abuso. Desde hace algún tiempo mujeres y hombres, víctimas del hecho sexual están corriendo la cortina para sancionar a los autores de esta nefanda pandemia. ¡Dale, denuncia! jamás fue tu culpa.


MARÍA ESTHER MERCADO H.

Antropóloga y docente universitaria 

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