Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 00:24

Modus operandi: la victimización

Modus operandi: la victimización

En alguna ocasión leí un artículo sobre la cultura de la victimización, básicamente sobre el tema de la pérdida de territorio boliviano en distintas guerras internacionales. Esta cultura (de la victimización), de la cual se habla mucho, nos refiere a la cultura del despojo, en la que crecemos y nos desenrollamos frente al fantasma de la usurpación, del engaño, de la conspiración, perdiendo objetividad frente a situaciones inesperadas.
Respecto a crecer en ese imaginario, pasamos mucho tiempo victimizándonos; inicialmente, debiéramos saber qué significa ser víctima y a partir de aquello decidir si somos o no, o simplemente asumir que son excusas para colocar bajo tapete nuestra incompetencia de enfrentar la vida, sus responsabilidades y placeres. Por eso es importante aclarar que cada persona se adscribe a esa forma de ser de manera voluntaria. Y no estoy hablando de las verdaderas víctimas, por ejemplo, de las guerras, de la pobreza, de la migración forzada, de la violencia sistémica, del bullying y otras.
Refresquemos en pocas palabras que para llevar adelante un análisis de la categoría víctima tendríamos que diferenciar el uso que se le da y el por qué. Al respecto, es importante reflexionar que nuestra vida cotidiana está repleta de estas actitudes relacionándonos con los victimarios, como por ejemplo, las instituciones del Estado, las empresas de servicio, los políticos empoderados, la vida económicamente no viable y la educación desastrosa.
El ejemplo más agudo de victimización es cuando no se puede abordar situaciones o compromisos que escapan del cálculo, entonces el contenido de sentido se lo manipula para obtener resultados a partir de una supuesta fragilidad.
De todo ello, lo que interesa en estos momentos es saber identificar la biomanipulación que hacen los políticos, victimizándonos hasta la médula. Al respecto, todo este tiempo llamó poderosamente mi atención, cómo fuimos y somos víctimas de afrentas violentas.
Conocemos que el campo de la violencia es un campo donde se mezclan diferentes combates para ganar legitimidad. Lo que más agobia son los conflictos sociales desaforados. Yo creo que como sociedad merecemos estar mejor. Hay mucho cansancio. Ya es un año en esta dinámica. El cuero ya no da más.
Lo cierto es que, quien trafica su condición inventada de víctima frente a los medios de comunicación o en redes, tendrá aprobación de los supuestos seguidores, porque, lamentablemente, el sentir de esta sociedad es asumirse menos, y dado que el camino es una senda espinosa, borrascosa y demás adjetivos de sufrimiento, se proyectará en aquella pseudo víctima que logra cierto performance. Al respecto, no hay mejor estrategia que usurpar simbólicamente la imagen sacrificada de la mujer, amén que la hoja de ruta sea el ser madre y que pregone, por todo lado, la fe que a mansalva proviene de energías medievales bondadosas. Aquella victimización que lucra con la expectativa de la gente y con la punta del dedo índice toca la cabeza del caminante y se desinfecta. ¡Qué astucia!
Con todo, es hora de construir caminos de ida. Ser mujer, madre, viejo, vieja o país periférico, no nos convierte en limitados. Se debe abrir brecha a la historia en lugar de reducir nuestra historia al papel charlatán de víctima.


MARÍA ESTHER MERCADO H.
Antropóloga y docente universitaria
[email protected]