Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 16:35

El poder del símbolo

El poder del símbolo

La cultura, desde la perspectiva de Geertz, es entendida como un tejido de significados, un conjunto de “sistemas simbólicos”. Esta perspectiva nos permite desenredar significados que a simple vista no se los ve. Asimismo, y en paralelo al avance de las investigaciones en antropología, la neurociencia ha realizado avances significativos en términos de la formación de la conciencia y de los procesos biológicos y químicos con los que opera el cerebro, por lo que es desatinado tratar de comprender la cultura sin tomar en cuenta los adelantos de la ciencia moderna. La neurociencia, lejos de entrar en contradicción con la antropología simbólica, contiene muchos elementos que se apoyan y refuerzan mutuamente. Tanto es así que el alcance de la cultura y sus dimensiones no parece llegar al final de sus investigaciones, pues en cada paso encontramos diferentes tramas en la historia, en el lenguaje, en las creencias, y en esa situación caótica, los cientistas sociales han revelado la necesidad de acudir a explicaciones metasociales para completar la interpretación de los fenómenos culturales. Esto sugiere que, en situaciones de crisis donde prevalecen insatisfacciones y sentimientos de desprotección, se potencia neuronalmente lo simbólico como explicación, para sentirse respaldado y lograr respuesta ante lo desconocido. 

Por lo dicho, en las últimas semanas se han explotado símbolos patrios y religiosos; se bloquearon calles con pititas que ahora llaman “la revolución de la pitita”; corearon cantinelas y “Jallalla las mujeres de pollera”; utilizaron códigos o cierta ropa para sobresalir del montón; en fin, un sinnúmero de escenarios que nos lleva a pensar que la ocurrencia del humano en estas situaciones es una caja de Pandora. También, no faltaron los desatinados neófitos que alevosamente quemaron un símbolo patrio, lo cual generó un agravio generalizado principalmente en la población de El Alto, pobladores en su mayoría de identidad cultural aymara. A la sazón, la tamaña osadía no se dejó esperar. Inmediatamente la población alteña reaccionó enfurecida saliendo a las calles a defender un símbolo que representa su identidad, su lucha, su historia, su humanidad. Algunos señalan “En la reivindicación de la Wiphala había un espíritu de igualdad, muy alejado de los romanticismos de algunos grupos”. 

A saber, mi ahijada de matrimonio, una mujer alteña, me dijo: “Madrina, como nos van a hacer esto, nosotros tenemos que ser respetados, somos iguales. Si han quemado la Wiphala imagínate que nos van a hacer a nosotros”. Y no se dejó esperar aquel sentimiento de inseguridad. Luego vino la violencia, los saqueos y lo de Senkata. “Todos en nuestro barrio nos pusimos Wiphala para que nos respeten” acotó. 

Además, en esta ofensiva simbólica y conflicto físico, se debe añadir que, aunque haya negación sobre el racismo manifiesto, no hay más que mirar detenidamente y abstraer el pensamiento.  Nuestro imaginario dice que son hordas, saqueadores, delincuentes, a tal punto que debe correr bala. ¿Son héroes? ¿Son símbolo de la democracia? Así, la charla con mi ahijada me dejó derrotada, dijo: “Ahora, cuando vaya abajo, me tendré que pintar mi cara de blanco y arreglarme como señora de vestido”. ¿Cuestión de piel?

Entrando en la página solicitada Saltar publicidad