Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 19:46

En sociedades antiguas, a los viejos se los consideraba sabios y eran los que conducían el poder político. Aquellos viejos, ¿Qué edad tenían? ¿En la actualidad se podría seguir con la misma dinámica considerando que el promedio de vida ha aumentado? Últimos estudios en varios países revelan que la pirámide poblacional se ha invertido, es decir, ahora hay más viejos que niños. Este excedente de viejos, sugerentemente sería costoso de gestionar. 

Al consultar a diferentes personas sobre esta etapa vital, señalan que  “la vida se la valora más porque el tiempo es limitado, que se aprecia cualquier oportunidad de saborear la felicidad” y emotivamente, que la vejez “permite equivocarse sin angustiarse”. Otras personas indican que la familia y la sociedad tendrían que asumir con responsabilidad el trato que se da a los viejos. 

Pues bien, cuando se repasa el proceso de desarrollo del ser humano se piensa en el nacimiento, en la reproducción y en la muerte. Sin embargo, dependiendo del contexto, cada una de estas fases vitales tiene connotaciones socioculturales que encierran formas de organización y formas de ser diferentes. Si se toma en cuenta que en la actualidad la esperanza de vida cada vez es mayor, se tendría que repensar la concepción clásica del ciclo vital, debido a que es una construcción sociocultural basada en la biología y, las representaciones e implicaciones sociales merecen la reflexión, sobre todo, para saber cómo estamos viviendo y hacia dónde nos dirigimos. En ese entendido, será importante hacer referencia a la relación que existe con el cambio demográfico por el que atravesamos.  

Sin embargo, esta acción muchas veces se encuentra con muros de contención al surgir cierta forma de ser de los nuevos actores socio-políticos, aquellas series generacionales que ven con descrédito todo aquello que significa “lo viejo”. Esta actitud en realidad es una fobia que se la conoce con el nombre de “edadismo” y cuya definición pasa por la discriminación hacia las personas mayores de la tercera edad, algo así como un racismo encubierto. Una de las discriminaciones más claras es la burla y el ninguneo. 

Así, con el edadismo tenemos un trato que se institucionaliza en el cotidiano. Son actitudes de relación adulto-niño, es decir, como si los viejos estarían aprendiendo cómo funciona el mundo. En tal sentido, los adultos mayores son tratados como gente incapaz de asumir responsabilidades o de tomar alguna decisión, de manera que esta situación es un pretexto para que el viejo esté sin libertad de decidir, de accionar y de vivir conformemente. En este contexto, los futuros viejos viven un hábito de miedo o gerontofobia y se niegan a ser viejos, pues eso supone exclusión y someterse a la humillación cotidiana.   

Con todo, asumimos que en Bolivia no existen políticas públicas para mejorar la calidad de vida de los mayores. En ese sentido, las ciencias sociales deberían plantear propuestas de reflexión-acción frente a las estáticas categorizaciones de cómo la vejez ha sido construida, sostenida, definida y a la vez marginada. Ya decía una amiga: “vamos a tener una configuración etaria de la población completamente diferente y eso implica bienes y servicios diferentes, menos salas de partos y más atención geriátrica”.