Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Diáfana carta para ella

Diáfana carta para ella

Un año atrás y más, las perspectivas no eran alentadoras, debíamos mirar pausadamente para sobrellevar distintas situaciones. Pensábamos que iríamos a cambiar para bien. La vida se la sobrevivía. El encierro era alarmante, las cosas funcionaban diferente. Se sentía el miedo a la muerte. Muchos se fueron sufriendo, otros se quedaron sufriendo aún más. La dependencia del miedo hizo estragos, bajaron las defensas, nos volvimos vulnerables incluso a las críticas. Se fracturaron amistades, también se encontraron otras. Sin duda se reflexionó sobre la relación que teníamos con el mundo. 

Mientras tanto, nuestro futuro inmediato lo pusimos a disposición del cambio de las condiciones de vida; hacíamos buena letra sin borrones y tratábamos de cuidarnos aislándonos de las contingencias. Hubo mucho desorden, era un cambio considerable de modos de ser y de organizarnos. 

Faltaban insumos para hacer frente a la guerra, desde barbijos hasta respiradores y ni que decir la puesta en marcha de cualquier tratamiento. Era desesperante y no nos dábamos cuenta que teníamos una medicina tradicional que si no curaba, aliviaba, fundamentalmente, a las personas que no tenían recursos, quienes estaban más preocupadas por llevar pan a la boca de sus hijos y, en esas circunstancias, muchos fueron reprimidos. Hubo personas que trataron de compartir víveres con otros pueblos, e intentando, fueron enrejadas sin proceso alguno. 

Con todo, el desprestigio iba en marcha y las múltiples expresiones racializadas en redes sociales eran efervescentes. El termómetro iba en escalada y las intenciones de mejorar nuestra forma de ser y la economía iban en picada porque la metodología era antagónica al interés popular. Poco a poco, la balanza se fue inclinando hacia el sentimiento de que vivir en esas condiciones carcomía el alma. Ocurría que vivíamos en desinformación y se generaba confusión respecto a la magnitud del problema. No se jugaba limpio, se blefeaba. Teníamos al kari kari que desgrasaba. 

El virus era utilizado para todo, también para alejarnos del compromiso humano que destapaba las desigualdades sociales. Mientras tanto, la necropolítica del poder campeaba al suroeste del país, donde se acusaba sin pruebas la instigación de un supuesto desorden, privando a los connacionales retornar al seno de la madre patria; dejándolos a su suerte en campamentos a expensas del frío, del hambre, de la altura y del peligro. Eso es delito de lesa humanidad. 

Pese a todo, al dorso de la mala leche, los jóvenes padres sacaron su creatividad a flor de piel para gozar de un tiempo maravilloso junto a sus niños. Claro, los que tuvieron posibilidades; otros niños sufrieron la embestida de sus agresores. 

A vuelo de pájaro pasaba el tiempo y con el dedo atascado en el gatillo, compartíamos colectivamente el miedo. Bajo la doctrina del shock atravesamos medidas coercitivas. Corrupción en altas esferas, el país se endeudaba vertiginosamente. Ministros que no tenían idea como trabajar. Decretos y adendas que causaron daño económico al Estado y políticos aprovechando el pánico. Banderas blancas de hambre. Expresiones insolentes exhibían esposas de metal. Clases virtuales sin señal. Tráfico de tierras en el oriente e incendios. Personas muriendo en puertas de hospitales… 

MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

MARÍA ESTHER MERCADO H.

Antropóloga y docente 

universitaria

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