Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 13:31

Nikolai Vavilov tuvo un gran sueño: erradicar el hambre en el mundo. Nació en Moscú en 1887 y vio de cerca la tragedia de la hambruna (como en Volga, 1921 donde murió un millón de personas por inanición). Las causas más comunes: las terribles condiciones del clima que afectaban a las cosechas y los turbulentos escenarios políticos. Vavilov, titulado como Biólogo, trabajó junto a William Bateson (el padre de la genética moderna) con quien descubrió el trabajo de Gregor Mendel, un monje agustino del siglo XIX que descubrió el impacto de combinar tipos de arvejas.

Aquí es donde Vavilov pensó cómo diseñar una semilla capaz de resistir climas y condiciones adversas, a partir de su manipulación. Para ello, emprendió una titánica expedición por el mundo para descifrar el origen de las semillas más importantes. Fueron 115 viajes a 64 países para recolectar más de 270.000 semillas, y crear el banco de semillas más grande hasta entonces. De hecho, estuvo en Bolivia en una expedición para catalogar nuestra producción agrícola en su Centro de Origen.

De vuelta a la Unión Soviética y con Stalin en el poder, descubrió que un antiguo ayudante se convirtió en un enemigo. Trofim Lysenko lo denunció por espionaje y por servir a gobiernos extranjeros. Stalin ordenó su detención. Para entonces, estalla la 2da. Guerra Mundial y Hitler sabía bien el tesoro que tenían en Leningrado con ese banco de semillas. Esta ciudad fue sitiada durante 900 días y ninguna semilla fue robada. Los ayudantes de Vavilov murieron de inanición protegiendo cada grano. Al tiempo, Vavilov también sufrió el mismo destino fatal. Cruel ironía de querer erradicar el hambre del mundo y morir de inanición en una cárcel por motivos políticos en 1943 a sus 55 años.

Corte al presente. Un informe de la FAO coloca a Bolivia como “Líder en el ranking del hambre en Latinoamérica” en 2018. Según datos, el 19.8% de la población está subalimentada y que se explica por factores similares a la Rusia de hace 100 años: política y malas condiciones climáticas. Al respecto, hace menos de un año, el incendio de la Chiquitania develó las crudas prácticas de la agroindustria aliadas a la ganadería en un insostenible modelo que hizo cenizas nuestro medioambiente.

Aquí entra en juego la palabra “transgénico”, y como toda tecnología, es neutra por antonomasia. Pero tendrá su carga positiva/negativa en la medida en que es adoptada e introducida. Por eso, cabe preguntarse: ¿Cómo asegurar una mejor alimentación para el país? ¿Y que ese proceso sea en equilibrio con el medio ambiente?

Queda claro que la industria ganadera es, en gran medida, la que ha propiciado el lobby para introducir los transgénicos como mecanismo de mejora alimenticia. Por eso, habría que dirigir toda esa energía contra los transgénicos en campañas para generar huertos urbanos, para disminuir el consumo de carne y optar por una alimentación que acompañe al crecimiento económico regional de los productores.

No se trata de derogar una ley, sino de cambiar los hábitos de consumo desde adentro y alimentar al país como merece.