Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 19:01

Hace uno meses, un telescopio espacial descubrió un nuevo cometa llamado Neowise. En este momento, está surcando los amaneceres y anocheceres en ambos hemisferios y las fotos de su paso son magníficas. Es curioso, pero los cometas fueron vistos como presagios de tragedias y calamidades. En 1.682, apareció una bola en el cielo con una larga cola y que, según la creencia popular, explicaba de alguna forma la peste, la guerra y la miseria humana. 

Pero nada más lejos de la realidad. Un gran astrónomo llamado Edmund Halley (y el gran impulsor de la carrera de Isaac Newton) entendió que “ese” cometa era el mismo que apareció años anteriores y logró predecir su año de retorno, 1.759. Desde entonces, y cada 75 años, el cometa Halley hace un viaje de ida y vuelta a la Nube de Oort para mostrar su hermosa cabellera. Eso significa cometa.

Cuando nos reencontramos con Mónica, hablamos de cómo vimos al Halley en 1.986 y que, nuestro objetivo de aquí en adelante, es poder verlo nuevamente el 2.061. Salud y cordura de por medio, esperamos que sea posible. Hasta mientras, esta madrugada, salí con mi pequeño vecino, aprendiz de las estrellas, a mirar un fenómeno muy particular llamado La Danza de los Planetas. Todos los planetas son visibles al mismo tiempo, unos más brillantes que otros, pero finalmente, ahí están los siete planetas mostrándonos nuestro lugar en el Sistema Solar.

Justamente, esta semana Huawei lanzó su último teléfono P40 Pro y me fui (literalmente) a la punta del cerro a probarlo. Por supuesto, mirando hacia arriba. El resultado fue fabuloso. Una captura de la Vía Láctea desde la fría Tiquipaya. Ver el cielo tiene dos corrientes: 1) Creer que los astros nos gobiernan y nuestro designio está a su merced y 2) Aprender de los misterios del Universo, que nosotros somos capitanes de nuestro destino y que las estrellas son fotos del pasado. Un ejemplo simple, la luz viaja a 300.000 km/s y la estrella más cercana es Alfa Centauri a solo 4.2 años luz de acá. Es decir, cada noche cuando miras el cielo, estás viendo el pasado, esa luz salió hace 4.2 años. No es tiempo real. Las distancias son astronómicas y ponen las cosas en perspectiva. Mirando el cielo aprendimos a saber más de nosotros, de nuestro planeta, de nuestro pasado y también, de nuestros posibles futuros.

Mirando el cielo dimos formas a los puntos blancos y fueron divinidades griegas y romanas en su mayoría. Orión, Centauro, Pegaso o Andrómeda ¿Para qué quedarse con 12 signos si existen 88 constelaciones para escoger y descubrir? (sugiero empezar por Escorpio que en estas noches está bellísima).

Pero también sucede a la inversa. En el cielo quedan nuestros recuerdos, nuestros momentos preciados con esas personas amadas que se fueron. Mirar la inmensidad es también mirar hacia adentro, y ver cuánto hemos crecido y avanzado. Y claro, la Astronomía te dirá que la Tierra gira sobre su eje a 1.700 km/h, que gira alrededor de Sol a 107.000 km/h, que el Sol se mueve a 850.000 km/h y que la Vía Láctea se mueve a 2.3 millones de km/h. Nos estamos moviendo. No cabe duda.

Que estos días, que esta época sea diferente a los tiempos de Halley, que mirar al cielo sea volver a creer, pero en la Ciencia y en tiempos mejores. En palabras de Carl Sagan, es “nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido”.

MARCELO DURÁN V.

Docente y Consultor en Tecnología de la

Información en la Agencia Bithumano

[email protected]

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