Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 12:27

Quiero hablar de 1986. Diría que fue un año de catástrofes. Tenía 9 años y estaba empezando a mirar hacia arriba. Recuerdo la TV de los abuelos, con perilla con UHF/VHF. Una tarde a finales de enero, sentados en la sala, vimos por las noticias, que el Challenger había explotado. Entre su tripulación iba una profesora de colegio. Me sorprendió tanto que casi todo el año hablé de eso en el colegio. La escena acaba de volver a mi cabeza. Después de un “binge watching” de la docu serie que lleva el mismo nombre en Netflix, acabo de verme en el tiempo. La historia es preciosa, si bien se concentra en cada astronauta, queda claro que 35 años después, no me deja de sorprender que el espíritu de ese viaje era una “clase en vivo desde el transbordador espacial”. Pienso en esa clase de aprendizaje. 

¿Por qué falló? La noche previa al lanzamiento, la temperatura bajó a 0 grados en Cabo Cañaveral y los contratistas recomendaron no despegar. Pero queda en evidencia que la política y los intereses internos sobre el presupuesto de la NASA primaban ante todo y tomaron la decisión incorrecta. La prisa y la presión son malas consejeras.

En abril de ese mismo año, hubo otra explosión. Esta vez en el reactor nuclear de Chernobyl en la ex Unión Soviética. Este recinto lanzó a la atmósfera más de 1200 toneladas de residuos, 500 veces más radiactivos que la bomba de Hiroshima. La televisión también hizo de las suyas. La serie en HBO con el mismo nombre merece una revisión. ¿Qué error hubo acá? El exceso de burocracia para autorizar las pruebas realizadas en el reactor 4, lo que produjo una desconexión entre operadores. El daño a la zona quedará por los próximos 20.000 años.

1986 es un ejemplo de cómo una mala administración de la gestión política / administrativa puede echar abajo hasta los mejores proyectos de ciencia. Es la muestra de cómo las decisiones incorrectas tomadas por personas con poca preparación terminan por destruir cualquier buena idea / propósito.

Al respecto, he leído sendas defensas al sujeto que no supo defender el concepto de “socialismo”, he visto como últimamente la base de la opinión pública se decanta por fútiles personajes que sólo levantan la voz para que su escasez de ideas pase desapercibida. En pequeño, las tragedias de 1986 son las que vivimos en una escala donde la política termina en manos de los menos indicados, defendidos por pasiones exacerbadas y por retóricas trasnochadas.

¿Saben como termina la historia del Challenger? El premio Nobel Richard Fenyman es convocado al comité de investigación y prueba, con un simple experimento frente a cámaras,cómo la temperatura afecta la ductilidad de los conectores del cohete. Mientras más frío menos ductilidad. Y así lograron entender el origen del problema. Esa es la diferencia entre la ciencia y las triquiñuelas partidistas. 

Por eso, aplaudo todos los eventos que desde abajo y en pequeño, siguen hablando de ciencia en los colegios, a las personas e instituciones que siguen estimulando el pensamiento crítico y científico en los más jóvenes. Si usaran todo esa energía empleada en propaganda y en tratar de tener la razón, en despertar y estimular la curiosidad y la creatividad de los estudiantes, otro país estará frente a nosotros.

Algo así me pasó en 1986. En febrero de ese año, el cometa Halley fue visible a simple vista desde la Tierra y una noche en Cota Cota vi el cielo desde un telescopio. Fue un año de tragedias pero también para abrir los ojos a otro mundo. Tal vez este 2020 termine así, como una tragedia sanitaria y económica, pero también, como una oportunidad para mirar la vida desde otra perspectiva.

MARCELO DURÁN V.

Docente y Consultor en Tecnología de la Información en la Agencia Bithumano

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