Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 12:49

1986 fue un año especial en mi vida. Fue mi primer contacto con la Astronomía. Ese año pasó el cometa Halley por la Tierra y lo vimos a ojo desnudo por las noches. Por TV, también vimos el terrible accidente del Challenger y se pospuso el lanzamiento del Hubble. Estaba terminando primaria y venía repleto de pregunta. Mi abuelo detectó esa chispa y me regaló unos sesudos libros con palabras como quásar, sputnik o voyager. Los sigo teniendo conmigo. Una noche fuimos a Cota Cota a una observación telescópica del cielo y fue magia. Al tiempo, me regaló un telescopio pequeño y comenzó la aventura.

Una noche fría de La Paz encontramos a Saturno y sus anillos en el cielo. Un ejercicio fascinante, sin apps, ni tecnología, solo un pequeño mapa en mano y unas nociones de geoposición. Los años pasaron y dejamos de mirar arriba. Los problemas de abajo, los terrenales nos mantenían ocupados. La vida cotidiana te absorbe en otro caudal. 

De vuelta al presente y muchos años después, una cuarentena ha puesto en pausa la maquinaria contaminante y ruidosa para silenciar y aclarar el cielo. Ahora por las noches, el cielo está limpio y descontaminado y estamos mirando arriba otra vez. El cenit y sus estrellas brillan con intensidad.

Puse una foto de la Constelación de Orión en Instagram y alguien me preguntó qué era. Le conté un poco y terminó convirtiéndose en unas miniclases para observar el firmamento. Sirio por aquí, Betelgeuse por allá, Alfa Centauri más allá. Muchas gracias a los usuarios que han ido siguiendo esta pequeña aventura digital y que, por ahora, me ha servido para redescubrir una pasión guardada en el universo.

Descubrimos  que nuestras preguntas y respuestas vienen de arriba. No solo en un sentido metafórico y místico, sino literal. Allí es donde los grandes hitos tecnológicos apuntan y que, aunque logremos sortear barreras intrínsecas como la gravedad, aún somos tan frágiles, como en tiempos de la Plaga de Justiniano.

Estas noches de cielo limpio, son un buen ejercicio para descubrir el firmamento desde otra mirada. No busques “luces que se mueven” o sucesos paranormales, sino el sentido profundo de la vida, de su origen y su significado con solo  mirar un fragmento. Abre tu ventana, siéntate ante los misterios del espacio profundo. Busca a Escorpio, pregunta por Canopus. Maravíllate con Venus. Esto es lo que los ojos humanos pueden ver, pero si buscas en Google “imágenes del Hubble”, descubrirás lo que nuestro ojo digital puede ver del espacio y de lo fascinante de este puntito azul en medio de la oscuridad. 

He vuelto a 1986.  A tener 9 años. A mirar el cielo junto a mi abuelo y a todos los que se fueron. Estamos hechos del mismo polvo de estrellas.