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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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El privilegio masculino más antiguo del mundo

El privilegio masculino más antiguo del mundo

Cuando el feminismo comenzó a expandirse junto con el desarrollo de las redes sociales, muchas activistas empezamos a releer lo que ya habíamos leído y a reinterpretar lo que ya dábamos por hecho. Con desilusión, nos percatamos de que la agenda feminista planteada progresivamente durante siglos está estancada. No por el avance del análisis feminista como sustento de teoría política, sino por la asimilación de roles de género que el patriarcado ha establecido como opresión histórica en base a nuestro sexo, que leído de manera simple es: ni la sociedad más avanzada en derechos logra que las mujeres sean completamente dueñas de sus propios cuerpos ni que los hombres dejen de controlarlos mediante distintos sistemas de subyugación como la violencia estatal, religiosa, cultural, económica y social.

En este contexto, donde el neoliberalismo posmoderno es falaz y manipulador a nivel psicoafectivo y las ansias de libertad se confunden con el mensaje de que el deseo individual está por encima de las aspiraciones colectivas, entendemos cuando las feministas más influyentes observan que la revolución sexual de los 60 cambió el escenario, pero no modificó el sistema patriarcal. La escritora Verónica Murguía bien dijo: “la liberación sexual nos sacó de la cocina para meternos en la cama” y, 60 años después, seguimos ahí.

Ser objeto de deseo y placer es la meta hacia la que las niñas se encauzan aún antes de desarrollar su anatomía y, peor aún, sus emociones. La sexualización de sus cuerpos llega cuando ni siquiera la entienden bien y llegan a la adolescencia con la certeza de que la única manera de “ser populares” es su propia erotización.

Paralelamente, convertir a las mujeres en una mercancía fácilmente adquirible  se ha normalizado mediante plataformas virtuales como OnlyFans o TikTok, donde se conoce de innumerables casos en los que niñas reciben mensajes de hombres mayores ofreciendo dinero por una foto de ellas, vestidas o desnudas, entre otras proposiciones.

Por supuesto que el control de la familia para que menores de edad tengan acceso a Internet es un tema que debe ser tratado con urgencia, en la casa y en la escuela.  Muchas instituciones contra la trata y tráfico trabajan en campañas de prevención, pues de contactar a desconocidos en redes sociales a ser víctimas de explotación sexual es un paso casi inmediato.

Pero, ¿por qué se ha normalizado que un hombre pueda ejercer ese dominio sobre las mujeres a partir de la recompensa económica?  Una de las maneras ancestrales de legitimar esa relación de poder es la prostitución. Todo niño es socializado en una cultura que le enseña que un hombre puede ser dueño de una mujer mediante el dinero. La broma, la etiqueta, la masculinidad cómplice le indican que mientras antes domine a una mujer en una relación sexual, será más hombre. Y la pornografía le instruye, le demuestra que la mujer en la relación sexual es pasiva, que es un estereotipo estético y, también, que el uso de la violencia es natural.

Desde el feminismo abolicionista se traslada el enfoque hacia ellos, hacia el putero, prostituyente, consumidor, el mal llamado cliente, que puede ser familia, compañero, colega o cualquiera, porque los cuerpos no se compran y disfrazar esta acción como simple intercambio comercial justifica la demanda y perpetúa este privilegio ancestral de pagar por violar. Comparándola a la venta de órganos, el abolicionismo pone la prostitución en el debate de nuestros principios bioéticos para entender la transgresión corporal y psicológica de mujeres en vulnerabilidad económica y social que son penetradas oral, vaginal y analmente por varios hombres extraños a diario. Quienes trabajan con sobrevivientes de la prostitución, equiparan el trauma psicológico al de los veteranos de guerra. No es un tema que la sociedad y el Estado puedan seguir normalizando.

La población de mujeres en situación de prostitución ha sido una de las más vulneradas en pandemia, han debido arriesgar su salud y la de sus familias para poder seguir comiendo. Porque si algo es inamovible es la demanda. Esto no ha sido a espaldas de las autoridades, las cadenas de corrupción entre el proxenetismo y las instituciones de supuesto control, mediante sobornos y violación se benefician de la explotación de miles de mujeres y ni en cuarentena han dejado de hacerlo.

Entre tantos temas de la agenda feminista, el abolicionismo es pilar fundamental porque en el sistema patriarcal la prostitución en todo el mundo perpetúa esta relación en que las mujeres son consideradas mercancía, que los hombres son los compradores y ambos sexos así lo asumen.

MARCELA YÉPEZ ARAMAYO

Comunicadora social y activista femenina

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