Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 13:16

La verdad no importa, la narrativa sí

La verdad no importa, la narrativa sí

Uno de los grandes aprendizajes de estas últimas elecciones es que la verdad, como concepto objetivo para la descripción de una realidad objetiva y como un hecho verificable, no importa. De hecho, casi la totalidad de los estudios sobre elecciones coinciden en sostener que al electorado lo que menos le interesa es la verdad.

Podemos verificar esta situación en varios países como Argentina, por ejemplo, que pese a descubrirse toda una red de corrupción liderada por el matrimonio Kirchner, ganan elecciones y ahora Cristina funge como Vicepresidenta. ¿Cómo se entiende que el electorado no haya castigado esa conducta inmoral y la haya premiado con el segundo cargo más alto de Argentina?

En Bolivia pasó algo muy similar. El MAS gana con un holgadísimo 55% de votos y, nuevamente, se consolida como un partido hegemónico en el país, pese a todas las tropelías cometidas por sus militantes y sus propios líderes. Si tuviera que enumerar todas las satrapías cometidas por los masistas, necesitaría más de cien columnas para, medianamente, alcanzar a describirlas.

Por lo tanto, el principal hallazgo es que la gente se mantiene leal a su tribu a pesar de la evidencia empírica objetiva. Valoran mantenerse coherentes en el apoyo a sus líderes, ignorando incluso hechos evidentes, por más repudiables que estos fueran.

No es un tema menor. Y esa fidelidad ciega fue, completamente, mal lecturada por la oposición que creyó que con denunciar todas las arbitrariedades masistas, le significaría ganar votos. No fue así, sencillamente, porque la verdad, insisto, no importa en absoluto. Por lo tanto, nunca hubo un voto oculto. Lo que hubo fue un voto ciego de fidelidad absoluta.

Y esto sucede porque la esencia del poder es influir con una correcta y potente narrativa en el comportamiento del adversario. De hecho, la geopolítica se ha transformado en “geo poder” o “geo control”, bajo conceptos tan inversosímiles como la “prementira”, la “multimentira” o incluso la “plurimentira”.

Entonces, ya ni siquiera existe una sola mentira, o una sola verdad. Un ejemplo de esta situación es la vivida en Estados Unidos en las últimas elecciones, en las que el llamado Trumpismo logró más de 70 millones de votos, basado en una campaña plagada de toda clase y tipos de mentiras y que ahora intenta imponer un relato falso de un posible fraude electoral, para la algarabía irracional de los seguidores de Trump.

En esta vorágine de falsedades se encuentran los negacionistas del COVID-19, los terraplanistas, que juran que el mundo es plano y los que creen a pie juntillas en las innumerables teorías de conspiración en contra de Bill Gates.

Entonces, no interesa la verdad, sino el relato y su poder de influencia y convencimiento; y esto supone que la lección fundamental que podemos extraer de este nuevo contexto es que nuestros sistemas políticos no son demasiado buenos a la hora de poner filtros o por lo menos controlar que políticos deshonestos accedan al poder, burlando la fe y confianza de muchos electores.

Por lo tanto, el mayor riesgo es la posibilidad de que las democracias liberales que pensábamos – o por lo menos, así queríamos entenderlas -, estaban sólidas y sanas, en realidad, tienen unos basamentos débiles. De ahí que el temor es que estemos viendo el retorno de diferentes tipos de regímenes autoritarios. La verdad ya no es una virtud. El poder de la narrativa sí lo es.

OJO EN TINTA

JAVIER MEDRANO

Comunicador y experto en Gestión Estratégica

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