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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Los famosos espantajos de hoy

Los famosos espantajos de hoy

Decía Hannah Arendt, una de las filósofas de mayor influencia en el siglo XX, que la fama tiene varios rostros y viene en muchas formas y tamaños. Las hay desde aquellas cuya notoriedad es frugal, efímera, de coyuntura y su perduración dependerá, exclusivamente, del surgimiento de otra persona instantánea y absurda. Son las famas huecas, que se basan en fruslerías y en conductas empavesadas que relumbran cual luciérnaga tratando torpemente de ganarle al brillo de la luna llena. 

Están las otras, las de Twitter e Instagram, figuras sociales y políticas que deambulan en cuantas redes y programas de noticieros guirigay de nuestro medio, intentando ganar su espacio de fama fugaz que solo se equipara al de una moneda de cuero.

Pero también, está la fama póstuma. La más sólida, la menos deseada por lo insulsa que es. Se trata de una fama de muerto, inservible para su dueño. Ni se puede comercializar, ni se puede acceder a sus mieles y beneficios. De todas las famas, es la más ingrata. La rechazada por todos.

La fama es un fenómeno social. Y lo es porque para alcanzar esa gloria no basta con la opinión de uno mismo, sino que depende del juicio de los demás. 

Nuestra fama reside en los otros. No nos pertenece. Por eso, cualquier día, se la pierde. Y ahí radica su valor o su codicia por tenerla. Como lo define Arendt, son la base de la discriminación social, económica y política. Encaramamos a ídolos falsos y luego les prendemos fuego o les tumbamos sus bustos. Terminamos odiando, cual cómplices tontos, sus fruslerías e imposturas.

Hoy son muchos los que han caído en el estropicio. Su fama se ha derruido. Esfumado. Y ahora son malas famas. Son fantoches que deambulan en calles ajenas, duermen en cuartos prestados, usan mesas alquiladas, caminan con la cabeza gacha, huidos por su conciencia, pero vociferan a través de micrófonos insidiosos. Dan la tabarra como último recurso para que la gente no los eche al olvido. Comen del plato del rencor. Pero no saben que su fama, una vez que la guadaña los abrace, será borrada, como una pesadilla que uno destierra ni bien despierta, después de casi 14 años de infamia, con un sorbo de agua.