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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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La decadencia política

La decadencia política

En el año 800, después de Cristo, el emperador Tito pasaba por momentos muy críticos de popularidad y corría el riesgo de un derrocamiento. Decidió, entonces, acelerar la inauguración del coliseo romano y decretar cien días de asueto social. Durante ese centenar de días con sus noches, los romanos asistieron embobados al espectáculo  y en el que se repartía gratuitamente miles de hogazas de pan a todos los asistentes.

El emperador logró revertir su impopularidad y se consolidó como emperador. De ahí nace la estrategia política de que, en tiempos de crisis, al pueblo se le debe dar pan y circo para distraer su atención de los temas críticos.

La estrategia asumida por Tito disminuye un factor social importantísimo: el pensamiento crítico. Hoy vivimos embobados en las redes sociales, en los circos montados por los titos  modernos y en sus dádivas en forma de bonos, en lugar de abrir y generar oportunidades de trabajo y sostenibilidad, apoyar a la economía formal y el empleo digno. Es mejor regalar hogazas de pan y montar un circo.

La capacidad de cuestionamiento hacia las autoridades corruptas, abusivas e incluso con acusaciones de pedofilia, es casi nula y rayan hasta en la complicidad con lo delictivo. El peligro de nuestra cultura de hoy es su brevísima memoria social y que nos pone en una severa galimatía: repetir procesos negativos o acontecimientos trágicos.

Acá en nuestro país, vimos abusos, corrupción, persecución, conformación de grupos de choque y un sinnúmero de acciones contrarias a la legalidad y a la convivencia social ordenada y pacífica. Dimos un brevísimo giro en defensa de nuestro voto, pero volvimos a elegir el mismo camino empedrado y empinado.

Hoy vemos azorados cómo la decadencia del discurso y el lenguaje político es la moneda de cambio. Entramos a unas subnacionales, donde los candidatos son caricaturescos, pobres en sus estructuras mentales. Pareciera que han desaparecido las reglas elementales de la inteligencia, el respeto y hasta el buen gusto. Son todos, o casi todos, unos jumentos.

El servidor público -como dice la Constitución y las leyes vigentes – debe desempeñar sus funcionales con honorabilidad, disciplina y transparencia por la razón fundamental de que se debe al bien común y no a intereses personales. Se ha perdido por completo el ethos del que hablaban los pensadores, aquella moralidad que debería ser un imperativo para cualquier político y ciudadano en general.

Hoy vale más el insulto, la denigración del otro -para obtener una ventaja mezquina-, el discurso simplón pero efervescente, hueco, tonto, básico, altisonante. Estamos frente a unas subnacionales y nada hemos aprendido de las presidenciales. Ni ellos, los políticos, ni nosotros los electores. Y en este pan y circo nuestro pensamiento crítico cada vez desfallece más, mientras que los susurros del futuro nos alertan de un estropicio.

OJO EN TINTA

JAVIER MEDRANO

Comunicador y experto en Gestión Estratégica

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