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El MAS ya no es gobierno

El MAS ya no es gobierno

En las elecciones de 2005, cuando el MAS accedió al poder, coincidieron indígenas, campesinos, trabajadores y la clase media en torno a un discurso que ofrecía la recuperación del Estado para ponerlo al servicio de los ciudadanos, frente a la radicalidad y severidad del neoliberalismo y a la crisis de representación de los partidos políticos tradicionales.

El éxito electoral empoderó a los cocaleros del Chapare y a otros sectores afines por los amplios márgenes de votación obtenidos en circunscripciones y en gobiernos municipales rurales, paralelamente el crecimiento al interior del sector campesino indígena y de las organizaciones populares fue brutal; se iniciaron las estructuras representativas de lo nacional-popular, con un instrumento político propio y una amplia representación territorial. Pero el Instrumento Político estaba relacionado con la izquierda, una izquierda que nunca mostró identidad y mucho menos contenido nacional, se partió el país.

Es indudable que Evo Morales fue el factor determinante para garantizar las victorias electorales y para su continuidad hasta su fuga. Mucho se encumbró al líder con la idea de que sin él no existían posibilidades de éxito, se olvidaron que campesinos, indígenas, organizaciones populares, cooperativistas mineros, fabriles, comerciantes, transportistas y otros fueron los verdaderos actores sin los cuales era imposible la llegada y permanencia de Evo. El resultado electoral le permitió a Morales utilizar la fuerza mayoritaria para adueñarse de las instituciones, ningunear el Estado de Derecho y aplicar una tiranía. La lealtad y movilizaciones políticas se pagaron con cargos, privilegios, con recursos y prebendas. En la construcción del nuevo Estado Plurinacional, la inclusión ciudadana fue solo un discurso, se alentaron las brechas regionales y sociales, surgió una nueva burguesía en el mercado, jamás fue un proyecto de trasformación, nunca hubo una revolución democrática y cultural. 

Hoy la silla presidencial, símbolo del máximo poder del país, continúa vacía, en la sala donde se encuentra, ronda la voz de la expresidente Jeanine. Arce no ha logrado adueñarse de la silla, lo acecha la presencia de un fantasma del pasado con un puñal que amenaza clavarlo en el momento menos pensado. Fue su jefe y jura que todavía lo es, él lo puso y el pago de la factura se recuerda a diario. 

El gobierno de Arce obtuvo el 55% de los votos y 76 parlamentarios de 130 posibles, y aun cuando la oposición es una caricatura de partido político, el contundente triunfo electoral le ha dotado de una indiscutible legitimidad que, en teoría, debería llevarlo a desplegar sus políticas sin mayores turbulencias. Sin embargo, no es así. 

En lo que va de la gestión, el Gobierno ha tenido que retroceder en varias políticas y es erróneo en otras, acaba de ser derrotado por los mineros y la dinamita de Huanuni ha abierto la puerta a otros sectores para tener más frentes de batalla. No le alcanza para sostener el fiasco del censo, mintieron y nunca estuvieron preparados; ahora se le viene encima una guerra mayor liderizada por el oriente. Llegó al gobierno sostenido por una serie de organizaciones populares, pero estas nunca fueron totalmente parte del aparato. Los sindicalistas y sus organizaciones están mejor manteniendo su independencia sin dejar de estar presentes en el aparato estatal, por eso primero actúan según sus intereses, tanto desde dentro como desde fuera del Gobierno.

La reunión con el jefazo, este jueves pasado, determinará si Arce cambia a los ministros rebeldes a Evo y aplica políticas que reclaman imponer los cocaleros. Si así ocurre, la vida del Gobierno puede entrar en un coma profundo, lo contrario puede significar la desaparición del fantasma, y creo que a eso apunta Lucho.

TIBURÓN

FERNANDO BERRÍOS

Politólogo

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