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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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De los malos gobiernos

De los malos gobiernos

Siempre se ha sostenido como un veredicto, que los pueblos son los autores de su propio destino. Como una manera de censurar o de aceptar a cada equipo de gobierno. Que los pueblos eligen cuando concurren a elecciones generales, y que no es más que el resultado de la voluntad popular que decidió, de manera libre, elegir a sus mandatarios.

El eterno uso de estas afirmaciones encierra grandes mentiras. Los pueblos ni se forjan ni se labran destino alguno cuando eligen a gobernantes. El pueblo tan solo cree.

Los pueblos simplemente depositan votos. Unos motivados por la aceptación sincera hacia uno u otro candidato; otros apoyando a ciertos personajes dadas las promesas que les han sido hechas (puestos de trabajo, nombramientos, una agenda de trabajo, pagos, etc.); los hay quienes, que poco o nada les importa por quién votar y no faltan los que indistintamente quién gane o quién pierda, simplemente, concurren a las urnas y votan.

Existen también los poderosos, quienes, sin dar la cara, manipulan a la opinión pública con el único propósito de que aquel a quien ellos quieren que llegue a gobernar sea quien triunfe o resulte electo.

Están también los que tienen el gran poder o la virtud de que, indistintamente, quien haya ganado las elecciones siempre están subidos al trono del poder político. Se hacen dueños de enormes espacios de poder en el manejo de la cosa pública. Pareciera tratarse de una clase o ralea social, política y económica, que se siente predestinada a decidir el futuro de las grandes mayorías nacionales.

La lectura de lo que sucede con nuestros pueblos transita por otros elementos. La situación presenta variables dignas de ser mencionadas y objeto de profundo análisis, entre ellas la más importante: la educación.

Un pueblo sin educación está destinado a cometer errores. La inteligencia del inculto y sus actuaciones se encuentran a medio paso retrasado frente a aquel que se ha instruido, ha estudiado y está acostumbrado a analizar, a repensar las cosas, al mundo y sus circunstancias.

Una de las virtudes de la buena educación es que la buena instrucción nos convierte en seres pensantes y críticos. Un ciudadano audaz y agudo en la crítica es una bomba nuclear en un panorama nacional lleno de diversas circunstancias, su sola presencia cimbrará al entorno e inquietará a la audiencia, en especial a los destinatarios de su crítica razonada y bien fundada.

Hacia allá debe dirigirse nuestro sistema educativo. Toda enseñanza debe estar basada en la racionalidad y criticidad de las cosas. Debemos preparar mentes capaces y pensantes, cerebros agudos en la crítica positiva y constructiva, científica y metódica.

Cuando hayamos logrado esto, no podrán hablarnos de pócimas mágicas ni cantos de sirena. Entonces, los que creen en la política como un arte de hacer lo bueno consideraran en la postulación a cargos de elección popular.

Un pueblo inculto e inmaduro, jamás sabrá valorar a sus hombres buenos. Siempre se identificará con los mediocres y los charlatanes que abusarán de sus necesidades y de su pobreza para traficar mentiras e ilusiones. Son los malos gobiernos, con sus políticas erráticas, los únicos autores del mal destino de los pueblos.

FERNANDO BERRÍOS

Politólogo

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