Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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El laberinto del líder

El laberinto del líder

La nación es una sociedad natural de hombres y mujeres que habitan un mismo territorio, tienen similar origen e idioma así como aspiran a cosas comunes, llamado generalmente el espíritu nacional. El nacionalismo se basa, ante todo, en un compromiso con la idea de lo general donde la cohesión social puede ser el resultado de un conglomerado de diversas unidades que se articulan e integran para ser una sola estructura, que le brinda pertenencia y sentido de colectividad, le otorga una adhesión casi familiar. Del otro lado, el nacionalismo también es una poderosa fuerza bastante obscura que genera inestabilidad política e incluso desintegración de Estados.

El Estado es aquella Nación asentada en un determinado territorio, organizada política y jurídicamente y, por sobre todo, soberana. Un Estado puede tener varias naciones, pero una nación no puede tener varios Estados. Según Adolfo Posada, el Estado “es una organización social constituida en un territorio propio, con fuerza para mantenerse en él e imponer dentro de él un poder supremo de ordenación e imperio, poder ejercido por aquel elemento social que en cada momento asume la mayor fuerza política”. Para que un Estado tenga fortaleza no puede ni debe depender de las pasiones de una persona, de unos cuantos o de un grupo, pues simplemente desnaturaliza su esencia y quebranta su base legal y social. El Estado es fuerte simplemente porque es de y para todos, se organiza políticamente y se somete jurídicamente, no puede estar “cercado” interiormente por un grupo político y menos por un caudillo que lucha desesperadamente contra su soledad y la virtual renovación del partido. Populismo versus nacionalismo.

¿Qué pasó con Evo? Donde está ese activista pobre que luchaba por mayor participación de los olvidados y del pueblo en general, a querer ser un “monarca” que desconoce la soberanía popular pretendiendo ignorar – o “ningunear” como dice C. Valverde – incluso al presidente y vicepresidente. De representante del pueblo a desmantelar el principio de autoridad, ese principio que tanto reclamó para sí; en qué lugar se extravió la representación idealizada del pueblo puro; la relación directa entre el líder y las bases parece quebrarse al exigirle renovación para las elecciones departamentales y municipales.

La agenda política construida por él y para él incorpora, primero, establecer que nunca hubo fraude electoral el 2019, por lo tanto, libertad para los involucrados, reposicionar la tesis del “golpe” y, por consiguiente, perseguir a civiles, policías y militares “involucrados”. Segundo, hay que “blindar” al presidente, la influencia es personal, no es al gobierno, para esa protección está él. Tercero, el país debe saber quién tiene el poder –más allá de ser cierto o no– la gestión de gobierno puede esperar, “el instrumento” se respeta ignorando al 46% de electores y marca la línea de fuego con elementos discursivos públicos que señalan a su exministro que el gobierno todavía lo tiene él. Para colmo, hay autoridades muy cercanas a Evo ocupando cargos claves en la nueva administración. Esta idea de tratar de recuperar protagonismo no le hace bien al país, a las autoridades y mucho menos al MAS.

Entendimos que Luis Arce representa a la mitad más uno de las y los bolivianos y, por lo tanto, a la mayoría, pero su gobierno representa al 100% de nosotros y esperamos que sea él quien gobierne y nadie tras la cortina. Esperamos sus aciertos y también, por qué no, sus errores, pero que sean propios; del otro conocemos casi todo y el pueblo lo quiere lejos, no voto por él. Lo óptimo sería que se dedicara a rendir cuentas a los movimientos sociales sobre sus 14 años al frente y no a un grupo de leales servidores, a los movimientos que se les dé la oportunidad de discrepar, protestar y hasta de juzgar. Democracia interna, qué linda democracia participativa sería.   

TIBURÓN

FERNANDO BERRÍOS

Politólogo

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