Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Un beso apasionado propicia el intercambio de por lo menos 80 millones de bacterias entre los enamorados, los infieles intercambian mucho más. Pero esas bacterias de labios y boca son apenas una fracción del total de microorganismos que viven encima y dentro de cada uno de nosotros.
Según Sender y colaboradores (PLOS Biology, 2016), nuestro cuerpo posee 38 trillones de células (eso es 38 seguido de 12 ceros) y cargamos dentro y fuera de él un número similar de microorganismos, principalmente bacterias, pero hay también hongos, protozoos, arquezoos, sin contar los ocasionales piojos y garrapatas que arriban a nuestros extensos (desde su perspectiva) bosques capilares y planicies epiteliales.
Es difícil estimar el número de tipos de microorganismos que nos colonizan, pero solo en la boca tenemos entre 500 a 1000 especies de bacterias. El ombligo contiene unas 2300 especies de bacterias, más de 1400 de las cuales eran desconocidas para la ciencia hasta el 2012, según Dunn y colaboradores (PLOS One).
El microbioma (conjunto de microorganismos) que llevamos en el cuerpo se origina durante nuestro paso por el canal vaginal de mamá y se incrementa cuando nos amamanta, con los primeros abrazos y besos de familiares y amigos y con toda superficie con la que entremos en contacto. Al año de edad, ya tenemos un microbioma maduro y diferente al de cualquier otro individuo, pero más similar al de aquellos que viven con nosotros. El microbioma está en constante cambio según recibamos antibióticos, cambiemos los hábitos alimenticios, la residencia, la ciudad, etc. Con todo, el microbioma que cada uno posee es parte de la firma corporal, dinámica pero única.
En la mayor parte de los casos tenemos una relación estable y mutuamente beneficiosa con nuestro microbioma. Él puede incluso prevenir el establecimiento de patógenos, secretar sustancias que ayudan a fortalecer nuestro sistema inmunitario, participar activamente en la regeneración de nuestras células cuando se dañan, o incluso alterar la manera cómo los medicamentos interactúan con nuestras células. Varios estudios han mostrado cómo el microbioma puede regular el apetito e influenciar el tipo de comida que ingerimos. El control, a través de una comunicación química con nuestro cerebro, se extiende a varios aspectos conductuales que terminan por determinar facetas de nuestro estado de ánimo, personalidad y salud mental. Esto muestra la compleja interrelación que nuestro organismo tiene con nuestros inevitables inquilinos.
Recientemente se ha revelado también la incidencia que el microbioma tiene en la aparición de males tales como depresión, enfermedad de Parkinson, obesidad, autismo, alergias, etc., que pueden ser coadyuvadas por estos microorganismos a través de una serie de mecanismos biológicos y bioquímicos.
La identidad de un individuo, entonces, no está solo determinada por su biología y cultura, sino también por el microbioma que lleva a cuestas. La visión tradicional de las personas como únicas por su linaje, hechura e interrelación con su entorno sufre una metamorfosis violenta al considerar que ser humano depende también de los designios del cuarto de kilogramo de microorganismos que cargamos. ¡Y pensar que hay gente que se cree verdaderamente libre!


EDUARDO MORALES
Ph. D., docente de la Universidad Évora, Portugal
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