Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 22:00

Aguante corazón

Aguante corazón

Hoy se inicia el último mes del año. Es diciembre. Con el mes llegan a las calles de nuestras ciudades centenares de niños y ancianas provenientes habitualmente del norte de Potosí. Se cruzan en nuestro camino y extienden las manos pidiendo caridad. Estos últimos días me di cuenta de que este año será distinto, y no porque ya no estarán con sus rostros llenos de esperanza, tristeza y aburrimiento. Este año, tienen una gran “competencia“; se trata del contingente de migrantes caribeños que extienden la mano mientras acurrucan un niño u ofrecen un dulce a cambio de una moneda.

Seguramente los siguientes días el caudal de personas mendigando se incrementará a la par de los comerciantes que se instalarán en todas las calles. 

Luego de más de un mes de vivir en un país paralizado en medio de terror provocado y de múltiples miedos, la Navidad llega de improviso abruptamente y sin darnos muchas opciones, ni siquiera para hacernos la idea.

Tras 14 de años del llamado “proceso de cambio” y socialismo del siglo XXI, debiéramos esperar otra cosa el último mes del año. Si los recursos estatales hubieran sido mejor utilizados y no despilfarrados en extravagancias y elefantes blancos, quien sabe hoy la situación sería distinta. Por eso irritan los izquierdistas caviar, progres y champán; que van defendiendo a ultranza un falso mito. 

Es innegable el mejoramiento de las condiciones generales de acceso a servicios del país y en esa medida de mayor inclusión social. Sin embargo, lamentablemente esos avances no tienen su correlato en la realidad a la que nos enfrentamos todos los días en diciembre; donde se evidencia el crecimiento de la informalidad, de los mendigos nacionales e “importados” y de una economía familiar que se resquebraja frente a la inundación del mercado con productos comerciales especialmente chinos.

En muchas ocasiones he hecho mía la afirmación de Nietzsche en palabras de Zaratustra “No, yo no doy limosna.  No soy suficientemente pobre”. Pero esa postura más bien filosófica y principista, no evita que a diario ante una mirada infantil o el arrastre de las abarcas de una anciana; tu corazón se estreche como un chuño, y te repitas fuertemente en la cabeza: Aguante corazón.

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