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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Un hombre singular

Un hombre singular

La amistad es algo así como un testimonio que nos apresuramos a resguardar  en un buen cofre llamado memoria, ahí se la atesora  con todos sus detalles y evocaciones.

Lo conocí hace unos tres años. En forma puntual, nos encontrábamos en el pasillo de ingreso a la universidad Católica, él de retirada de clases y yo ingresando recién; al principio solo darse los buenos días sin mayor comentario, más luego, aprovechando un breve intervalo, sin proponernos de antemano, coincidir en cafecito exprés, tiempo que nos absorbía tan solo 10 minutos. Las primeras veces  solo alcanzábamos a lo protocolar: nuestros nombres, las materias que impartíamos o la situación del momento.

Luego, dos veces por semana, el encuentro fugaz se hizo costumbre. Él,  cura, profesor de Derecho Canónigo, nacido en el oriente boliviano, pero con un acento bailarín muy peculiar,  me enteró que sus estudios en la Universidad Javeriana de Colombia dejaron su  tono y la melodía. Esos encuentros relámpagos, casi furtivos, hilvanaron puntos de contacto entre las materias que cada cual impartía, Derecho romano, mi materia, tenía un parentesco indestructible con la suya.

Al poco, ya concertamos una reunión para hablar en detalle sobre la convergencia de ambas asignaturas y la posibilidad de tocar temas afines en clases compartidas, una cita en un lugar cercano a sus actividades sacerdotales: San Juan de Dios, entre sorbo y sorbo de café, fue ahí donde conocí al hombre, su personalidad y la dedicación plena a su ministerio confirmando sobradamente en cada breve reunión que sostuvimos.

Abruptamente nuestros encuentros se distanciaron, fue designado a la Parroquia de Quillacollo. Cierto día lo encontré en el pasillo con signos evidentes de una mala noche, había asistido a un enfermo y lo acompañó hasta su último aliento. Luego, y, como siempre, tomó el transporte público y llegó a Tupuraya a impartir sus clases con rigurosa puntualidad y dedicación. Hubo de abandonar la cátedra concluido el semestre, sus obligaciones sacerdotales se lo impedían.

Hace pocos días, me enteré de su fallecimiento: el R.P. Rolando Villavicencio, cumpliendo sus deberes, cual buen samaritano,  entregó su vida por los otros, como a tantos otros les tocó lo mismo, con humildad y sin esperar homenajes ni reconocimientos terrenales.


"CUCHO" JORDÁN Q.

Abogado, docente e  historiador del Derecho

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