Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 06:46

Dicen las noticias internacionales: muy pronto será sometido a terapia intensiva el  obelisco de la Plaza de la Concordia. No es para menos, después de más de tres mil años que en Luxor fuera gravado y hace apenas 178 se lo ubicara en su sitio actual, su estado es de peligro; el tiempo, la polución constante en Lutecia, o ciudad del lodo como la bautizó Julio César en su conquista de las Galia, hizo sus efectos.

Casi todas las ciudades del mundo, que dicen respetarse cuentan con un obelisco, en algunos casos de fabricación casera y, en otros, producto de apropiaciones indebidas o de exfolios imperiales, tal es el caso de la antiquísima piedra que en sus cuatro costados lleva jeroglíficos que cuentan las hazañas del faraón Ramses II. Dicha pieza fue obsequiada por el gobernante turco que ocupaba Egipto y cuyo nombre es de boxeador: Mohamed AlÍ, quien, agradeciendo a Jean-francois Champolliom que descifró los jeroglíficos de la Rosetta,  permitió conocer de primera mano la historia documentada de un pueblo extraordinario. El transporte de esa joya arqueológica a Francia y su emplazamiento en la plaza actual, es otra aventura que merece ser destacada en algún momento.

Un antecedente de emplazamiento de obelisco egipcio en tierra extraña se dio en los años 1586, en Roma, cuando el papa Sixto V ordenó que el obelisco situado en el que fuera circo de Calígula, luego de ser debidamente exorcizado, sea trasladado a la plaza de San Pedro. Se dispuso para tal trabajo a un millar de hombres, 150 caballos, poleas fraguadas expresamente para el efecto y sogas apropiadas para la tarea. Todo el pueblo estuvo presente, las autoridades dispusieron se guarde absoluto silencio durante la tarea, bajo pena de muerte contra quien rompiera la prohibición. En determinado momento y debido al peso y la fricción, las sogas empezaron a echar humo con peligro inminente de viudas y obra; en medio del silencio sepulcral, se escuchó un grito imperativo: “agua a la cuerda”. Miles de manos diligentes, desobedeciendo el mandato, llevaron agua al sitio y lograron el izamiento. Dicho grito aún resuena en la actualidad, cuando el buen censo se impone ante la determinación dictatorial.

TEXTUAL

"CUCHO" JORDÁN Q.

Abogado, docente e  historiador del Derecho

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