Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Nobleza obliga

Nobleza obliga

Un distinguido exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia, en su columna dominical de un diario colega, hace referencia del comportamiento idóneo, como  miembro de la judicatura, de un personaje central de la historia de Bolivia. El Dr. José Luis Baptista se refiere a Casimiro Olañeta, sujeto que no es de mi preferencia, pero sí,  me allano a la opinión vertida. Nobleza obliga. Olañeta, como se constata en innumerables fuentes, no fue precisamente un dechado de virtudes en su lucha por obtener, conservar o modificar el poder político, al contrario, se valió de todos los medios posibles a su alcance para lograr sus objetivos; casi con beneplácito, admitió públicamente su doblez, es así que bautizó a su hijo Jano, dios de las dos caras. Vaya ironía.  El abogado de Charcas, en su actuar político, fue la manifestación del transfugio y  manipulación, sin embargo,  proscribió en su actuar judicial el indebido y mal uso de bienes del Estado, la prebenda, corrupción económica, soborno o cohecho, demostrando en tal desempeño, capacidad, entrega denodada y honradez acrisolada.

En el temprano gobierno del Mariscal de Ayacucho se creó la Corte Superior de Justicia de la flamante república, en sustitución de la Real Audiencia de Charcas del anclen regime, designando a Olañeta y Urcullo como miembros natos, de ahí para adelante, estos personajes y otros de gran talento y sabiduría, ocuparían estos cargos jurisdiccionales mostrando un desempeño brillante.

Don Casimiro fue miembro del alto tribunal en múltiples ocasiones, unas veces de manera continua y otras intermitentes, cuando los gobernantes le asignaban tareas urgentes y necesarias fuera del órgano. En el desempeño de juez máximo, ceñirá sus actos a la Constitución como ley suprema, proclamará y exigirá la independencia de los poderes del Estado, la designación de jueces y funcionarios eficientes con sabiduría y dedicación, así también acrisolada honradez. Don Casimiro demostró entrega absoluta a esta misión, se sabe que en su última gestión, pese a sus males físicos que lo atormentaban, “casi a rastras” -dice un testigo- llegaba al despacho, se informaba de la correspondencia, la respondía, supervisaba el actuar de los colegas y funcionarios, revisaba la gaceta, leía a tratadistas, dictaba fallos y aún se daba tiempo para proponer legislaciones o enmendarlas.

Muerto en ejercicio del cargo, una multitud lo acompañó a su postrer morada; los discursos fúnebres que le ofrendaron fueron  múltiples, entre ellos el del Dr. José Manuel Cortez, Fiscal General de la República: “Las manos de Olañeta jamás se mancharon con el oro del cohecho.  Jamás torció la vara de la justicia”.

TEXTUAL

"Cucho" Jordán Q.

Abogado, docente e  historiador del Derecho

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