Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Linchamiento

Tengo frente a mí una fotografía que muestra  a un típico pueblito de nuestro valle, con una plazoleta rodeada de construcciones antiguas, una de ellas de dos pisos, en cuyos aleros del tejado, sentados unos niños contemplan todo lo que sucede abajo, como también lo hace, desde los balcones enrejados, una mujer  sentada en una silla, en cuyas rodillas descansa un canasto de mimbre. En el centro de la plazuela, grupos de personas, uno exclusivamente formado por mujeres  en actitud de confrontamiento; se destaca un joven solitario vestido de jean, con los brazos caídos muy al estilo de un John Wayne impávido, todos ellos  fijando su atención abajo.

Ningún supuesto es posible legitimar reacciones y acciones de violencia insana, menos la reiteración de los actos de barbarie en un poste elevado, en el cual se halla amarrado un hombre viva imagen del Ecce Homo.

Esta fotografía y un audio compacto, cuyo contenido es inenarrable por pudor misericordioso, hacen parte de una tesis sobre la naturaleza jurídica de los linchamientos, una buena investigación desde el punto de vista del derecho penal, pero no suficiente para comprender a cabalidad las causas y motivaciones de este tipo criminal alevoso y colectivo.

Desde distintos campos se han analizado estos  hechos que desgraciadamente son parte del acontecer reiterado; se dice, por ejemplo, que es resultado de la incapacidad de las instituciones del Estado de imponer un orden público legítimo y como consecuencia  de ello se reclama mayor presencia  en todos los confines patrios.

Otros atribuyen a la situación de pobreza y miseria en que se debaten grupos sociales, quienes ante la imposibilidad y la desconfianza  de acudir ante las autoridades competentes de mantener el orden legal, asumen la responsabilidad de la punición directa y colectiva. Habrá otros que atribuyan a las costumbres y tradiciones inveteradas; la  justicia comunitaria admitida constitucionalmente  y otros, porque los hay, que sostengan como una tara genética racial, sin tomar en cuenta que el hecho se da en grupos heterodoxos y distantes.

Cualquier investigación sobre el tema, hasta ahora, es inconclusa, parcial y en veces interesada. Lo cierto y evidente es que este tipo de acciones debilita el Estado de Derecho y es contraria a la convivencia pacífica, amen que muestra un total desprecio por la vida humana, el don más preciado y digno de mantenerlo pese a toda adversidad  y circunstancia. No matarás es una prescripción divina.