Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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El relieve paceño ofrece espectaculares paisajes desde donde se mire; transformándose por las  noches en un tapiz de estrellas,  frías y candentes, o una suerte de dragón  hecho de lentejuelas que trepa por los cerros  a causa de las luces que cada atardecer se encienden para iluminarla, inspirando fantasías. 

Pero mi ventana no es así. A diferencia de esas  hermosas vistas naturales o urbanas que nos regala nuestra geografía, la ventana de mi  oficina, ubicada en la planta baja de la Alcaldía, tiene una vista directa al muro lateral de la iglesia de San Agustín, levantada por primera vez en 1562 por frailes de aquella orden religiosa, que fuera enviada al Alto Perú por el emperador  Carlos V.  El templo ha sido reconstruido en 1768, reparado en varias ocasiones y son muchas las historias que alberga, entre ellas la que rescata Rosendo Gutiérrez sobre el encierro de la imagen de la Virgen del Carmen, considerada por el Obispo La Santa,  patrocinadora de la revolución del 16 de julio de 1809 (relato que compartí en una columna anterior). 

Aunque unos siglos más reciente, el edificio de la municipalidad también tiene historias que contar. El año 1842, entre las calles Mercado de Colón,  donde antes se encontraba el convento de los Agustinos, cerrado por decreto de Simón Bolívar, se construyó el primer edificio del municipio paceño que compartía espacio con la Policía y también con un mercado público. Fue hasta 1922 que se decidió demolerlo y construir el actual edificio de tres plantas que conocemos. La tarea fue encargada al arquitecto Emilio Villanueva, cuyo estilo fue  considerado por muchos el primer  intento de generación de una “arquitectura nacional” (Neo-Tiwanacota). 

Sin embargo, el palacio consistorial (1925), los templos y casas que nos rodean libran una silenciosa y solitaria batalla. El centro histórico de la ciudad de La Paz, cada año pierde decenas de construcciones patrimoniales por la demanda de suelo para edificaciones en altura y por la ausencia de políticas eficientes de conservación. No es suficiente declararlas patrimoniales, mientras ministerios y la misma Alcaldía construyen o compran edificios nuevos para trasladar sus oficinas. 

He trabajado en muchos lugares, pero ninguno de belleza tan provocadora y singular.