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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Salud pública, patriarcado y la trampa de la pornografía

Salud pública, patriarcado y la trampa de la pornografía

Como resultado de una pandemia que nadie esperaba, el 2020 nos ha dejado cifras alarmantes: casi 94 millones de casos y más de dos millones de fallecidos. Pero existe un problema social “anunciado” con cifras aún más preocupantes: la pornografía.

Una de esas cifras es la de los 42 mil millones de visitas que Pornhub, el sitio más popular de contenido pornográfico, recibió solo en 2019. Número que aumentó durante la cuarentena, considerando que ya en los primeros días de esta su tráfico diario subió en casi 12%.

Hace poco, esa plataforma se vio obligada a eliminar 10 de los 13 millones de videos que albergaba en sus servidores; esto como resultado de un artículo publicado en los Estados Unidos el mes pasado. Documento que presentaba claramente casos de explotación sexual, maltratos, violaciones, racismo y misoginia. Sin embargo, esta medida no ataca realmente el problema. 

Los más de tres millones de videos que quedaron, al igual que los que se exhiben en otras páginas, tienen implicaciones y consecuencias que desde hace décadas preocupan a las feministas, especialmente a las radicales. Y aunque por años varias activistas detractoras no conservadoras han venido insistiendo sobre el tema, solo ha sido tomado en cuenta cuando este ha sido expuesto por Nicholas Kristof, un hombre. 

El problema de fondo no reside en el contenido sexual explícito, que según sus defensores tiene como objetivo lograr "la excitación sexual de su audiencia, apelando a la fantasía del consumidor", sino en los elementos y características que lo convierten tanto en un problema de salud pública, como en una herramienta de perpetuación del machismo. No es un secreto que la edad de la primera exposición a este tipo de contenido ha bajado hasta los ocho años, ni que cada vez más niños, adolescentes y jóvenes optan por ese medio como parte de una “educación sexual” que no reciben ni en la escuela, ni en la familia. O que estas plataformas ofrecen contenido saturado de actos de violencia, que normalizan tanto el sufrimiento como los delitos de incesto y la violación.

En el primer caso, la pornografía altera las relaciones interpersonales de las y los jóvenes, y no tan jóvenes, al afectar su salud física (problemas neurológicos), mental (problemas de adicción), y emocional (inseguridad frente a la imagen propia). E incide en el aumento de violencia sexual que hemos visto expresada, por ejemplo, en las violaciones grupales ocurridas en nuestro país.

En el marco del sistema patriarcal, la pornografía mantiene y legitimiza en el imaginario de las y los consumidores: el papel de subordinación de las mujeres; su cosificación al presentarlas como objetos y no como sujetos de placer, puestas en pantalla para cumplir los deseos de sus compañeros y el guión de sus casas productoras; y la normalización de la violencia, que se disfraza como sana erotización o “sadomasoquismo opcional”. Por debajo de esto, y en palabras de Gail Dines, socióloga reconocida por su activismo contra esta mal llamada industria: “la pornografía modela la cultura popular".

Esto se evidencia en los efectos que tiene en la educación que recibe el público masculino, al identificar ciertas prácticas como aceptadas y deseadas (asfixia, incesto, penetración anal, violación, etc.). Y en la socialización que llega al público femenino, sobre su imagen totalmente estereotipada (de busto enorme, rubia o pelirroja, depilada, de aspecto inocente e infantilizado, etc.), la relación con su cuerpo y su sexualidad. Además de haberse consolidado como complemento o sustituto de la insuficiente o inexistente “educación sexual”.

No vamos a afirmar que la pornografía es la causa de la representación político-social de subordinación de la mujer, pues de hacerlo aceptaríamos que su abolición garantizaría la desaparición de esa imagen. Tampoco planteamos que la censura o la prohibición sean soluciones viables. Lo que sí se necesita es identificar a la pornografía como un problema de salud pública, para implantar políticas de educación afectivo-sexual que vayan desde el debate público de dicha problemática, hasta una revisión de lo que se imparte como educación sexual, para que esta no se limite a temas anatómicos o de salud sexual y reproductiva, sino que aborde también temas como consentimiento, respeto y principalmente deseo mutuo. Pero, ¡ojo!, debemos tener presente que la educación no es responsabilidad exclusiva del Estado, por tanto, es hora de abordar, de una vez por todas, el tema al desnudo.

FORO FEMINISTA 

ANEL QUIROGA R.

Lingüista y feminista radical

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