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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Ciudad delivery ¿sueño o pesadilla?

Ciudad delivery ¿sueño o pesadilla?

Esta ciudad ya no es, se encuentra maniatada. Es una ciudad impostada, un recuerdo de sí misma. Sin murmullo que revele su vida no es sino una colección de edificios que miran absortos la soledad a la que parecen condenados. Esta ciudad, así abandonada, es premonición de muerte. Reino del hábitat, es una pantomima de ciudad, la del sueño del urbanista, aquel amante del orden, tecnócrata por excelencia. Esta ciudad es la panacea de quienes, en realidad, la odian, quienes la sueñan impoluta. Apologetas del orden, de lo políticamente correcto, de lo estéticamente consumible. Pero esta ciudad que no es, todavía no será, no puede ser, por lo menos por ahora.

Tras la pandemia del COVID-19 muchas cosas cambiarán tanto la forma de relacionarnos unos con otros, como la relación que tejemos con nuestras ciudades, espacio privilegiado en el cual se realiza nuestra existencia. Los augurios no son los más auspiciosos. Lo cierto es que se terminan de abrir las puertas a los deseos del tecno urbanismo: reducir la ciudad a un conjunto de formas y prácticas estrictamente ordenadas, formateadas y asépticas. El “virus” es la coartada perfecta. No ya el COVID-19 sino la amenaza de cualquier otro posible, el miedo ha impregnado nuestras pieles.

Nos dicen que las premisas que “guían” la planificación urbana quedarán rápidamente obsoletas. Así se pondrían en jaque criterios como la densificación, la ciudad compacta, el rol del espacio público, etc. Sería bueno recordar que la planificación urbana, así en abstracto, no existe, que contiene una carga política e ideológica, aun cuando se pretenda camuflarla bajo la supuesta neutralidad de la técnica; y que, por lo mismo, muchos de los supuestos que efectivamente supondrían la transformación han sido eficiente y descaradamente vaciados de sus potenciales y puestos al servicio de los intereses de aquellos que pretenden cambiarlo todo, para que todo siga igual. Aunque claro de manera más limpia, más “segura”, más ordenada, más legible, más consumible. Lo que está en crisis, y no solo como resultado de la pandemia actual, no es la ciudad en sí sino un modelo de gestión, el neoliberal, y la lógica de acumulación Ad infinitum. Sin embargo, la crisis se agudizará.

Dicha agudización no significa que el modelo esté tocado de muerte. Sin duda, es posible prever que un urbanismo de vertiente totalitarista, aliada de los intereses del capital, tomará la posta. Es cierto también que la crisis, en la medida en que pone en evidencia una serie de incongruencias, deja resquicios. Resquicios que pueden dar paso a la generación de alternativas para repensar la transformación de lo urbano, no como simple dato sino como posibilidad de futuro.

Lo urbano como posibilidad -de transformación socio espacial y de los procesos de co-evolución socio ambiental- se encuentra en las antípodas de la tecno ciudad soñada. La apología, tan propia de estos tiempos, de la virtualidad, de las “redes sociales”, de los “Big Data”, del teletrabajo, de las compras online, etc., define una clara tendencia segregativa e inequitativa que podríamos definir como anti urbana en la medida en que la ciudad se revela como un simple soporte ocasional para la realización de lo virtual, imperio del hábitat. La ciudad delivery parece ser el nuevo modelo. Este modelo del todo en la puerta de tu casa, del menor contacto posible, solo es posible para el que la puede pagar. Al final, la medida sigue siendo la misma, el dinero, y el impulso también, el consumo.

Nuestras formas de ver y actuar en la ciudad se transformarán, pero no podemos aceptar un estado de miedo perpetuo, ni un “urbanismo” maravillado y entregado al poder de la técnica. No, porque a ese urbanismo le interesa esencialmente “ordenar” nuestras prácticas, condenándolas, aún más, a la homogeneización, la banalización, la fragmentación, la enajenación. La técnica al servicio de los poderosos y sus grupos corporativos.

Más allá, lo urbano busca su realización en múltiples iniciativas, a lo largo y ancho del planeta, de acción colectiva y de construcción de solidaridades orgánicas, no impuestas. La radicalización de “lo urbano posible” supondrá anteponer la noción del Habitar como acto continuo de producción espacial, de apropiación y acción colectiva. Reivindican así su importancia el espacio público, porque el miedo no puede ser convertido en norma; la diversidad, como fundamento mismo de lo urbano; la urbanidad, como base de nuestra relación con los otros; la centralidad y la movilidad, como fundamentos de nuestra acción y representación espacial. Frente a los desafíos venideros será primordial fortalecer y profundizar nuestras capacidades de acción colectiva. Es decir, apostar por la gente, por lo cotidiano, por la construcción de solidaridades.