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La (r)evolución del género en El Sonido de la H

La autora realiza un análisis sobre la identidad basada en la obra El Sonido de la H, de la escritora Magela Baudoin.
Christy Lee Rogers.
Christy Lee Rogers.
La (r)evolución del género en El Sonido de la H

“Lo cuir no se reduce a una estética, ni al maquillaje, ni a las botas, ni a la cultura sado. Lo cuir no es una alegoría temática y mucho menos un disfraz para una noche de juerga. Cuir son todos los cuerpos que desacatan las normas de la identidad, la sexualidad, la cultura y sociedad patriarcal. Ojalá les quede claro.” 

– Cristian Egüez, en el artículo ¿Fiesta queer en Santa Cruz? Poses e imposturas desde el privilegio

La H es un signo sin valor de sonido o significado en el lenguaje, a menos que esté arrimada a otra letra. Ni siquiera cuenta en la poesía; si está entre dos vocales, el hiato persiste, indiferente. Es invisible al oído: no sabemos que está ahí hasta que la vemos en el papel.

El Sonido de la H de Magela Baudoin, publicada por primera vez en Bolivia en el año 2015 por la editorial Santillana y ganadora del XVI Premio Nacional de Novela, juega con esta idea del valor cero de un signo: Mar, la protagonista, busca significados alrededor suyo para tomar de ellos alguna cosa; se fija en el valor significante de las otras personas y, al estar junto a ellas las observa y se piensa a sí misma. 

Algunas aclaraciones formales de la novela: Mar cuenta la historia de su adolescencia desde un presente de adulta -la voz narrativa tiene cuarenta años- en que ya ha tenido espacio para entender muchas cosas. La voz, además, no nos habla a nosotros, sino a Rafaela o, mejor dicho, al espíritu o el recuerdo de Rafaela, su crucial amiga de esa crucial etapa, que acaba de morir al momento de empezar la novela.

La Mar adulta nos muestra a su yo de dieciséis años a punto de salir del colegio. En ese entonces está, percibimos, desorientada en cuanto a dos principales cosas: su futuro próximo y su identidad como mujer. Ambos temas se acoplan e informan mutuamente: pareciera que uno no puede solucionarse sin el otro; como si el futuro dependiera, en parte, de decidir quién es ella. Como si decidir quién es ella, hiciera más claros los siguientes pasos de su vida. 

Debido a que somos testigos de recurrentes reflexiones sobre el ser mujer, entendemos que para Mar el género es un componente importante de la identidad.  Esto permite ver a la novela como un espacio de reflexión sobre la categoría de mujer a la que la filósofa estadounidense Judith Butler se refiere como el tema del feminismo de la crítica feminista y cómo esta [categoría] es “producida y restringida por las mismas estructuras de poder a través de las cuales busca su emancipación”.

Resulta muy interesante entonces que en El Sonido de la H, nuestra protagonista encuentre en Rafaela, su amiga transgénero que hubo nacido hombre, muchas de las respuestas sobre su identidad femenina, sobre todo considerando que es muy crítica con los otros posibles modelos de feminidad a su alrededor: otras mujeres como su madre, su abuela, su profesora y la lavandera de su abuela, Esther. 

El hecho de que la referencia de categoría de mujer más determinante para Mar sea la persona que actúa como mujer deliberadamente -y no aquellas que lo hacen por asignación de género como extensión del sexo en el nacimiento que es lo que sucede normalmente- nos señala la idea del género como un “artificio flotante libre” de Butler: “Cuando el status construido de género se teoriza como algo radicalmente independiente al sexo, el género en sí se convierte en un artificio flotante libre, con la consecuencia de que hombre y masculino fácilmente pueden significar un cuerpo de hembra como de macho, y mujer y femenino, un cuerpo de macho como uno de hembra”.

Adicionalmente, el que Mar encuentre tantas respuestas en Rafaela, nos indica que la actuación de género de Rafaela funciona como subversión -es decir, una versión diferente y posible- de la estructura social en la que se suscribe el sujeto de categoría mujer. “Beavoir es clara en cuanto uno ‘deviene’ mujer, pero siempre bajo una compulsión cultural de convertirse en una. Y, claramente, la compulsión no viene por el ‘sexo’. No hay nada en lo que Beauvoir dice que garantice que ese ‘uno’ que deviene en mujer es necesariamente hembra”, según Butler.

Mar crece observando lo que parecen ser pistas de identidad femenina a su alrededor; es crítica a ello porque las describe y se detiene en detalles relativos a contradicciones producidas por el conflicto entre ser mujer y actuar como mujer. Disecciona estos signos a través del lente feminista. Así, por ejemplo, habla de su abuela Tita: “No fue a la universidad. Terminó el colegio y lo demás fue tocar el piano, casarse, cocinar… Nadie podría decir que Tita era sumisa, pero sí que cultivó con arte la docilidad. (…)  Al verla, cada mañana, me preguntaba cómo habiendo leído tanto nunca se rebeló contra su lugar en las sombras”. 

Y así mismo, de sus padres: “Llegar sin anunciarse no era un problema para él. Papá era medieval. Creía que era una especie de Dios, que todo giraba a su alrededor. Qué digo creía, él sabía que lo era. En la mesa mamá nos apuraba: ‘Sírvele a tu padre, recógele el plato a tu padre, pásale a tu padre’. Y cuando no estaba: ‘Guárdale a tu padre’. En lo doméstico moría el feminismo”. 

En estas reflexiones, encontramos la inconformidad de Mar con la idea de mujer convencional y la contraparte de la masculinidad (en contraste a la cual, la mujer es o termina siendo de cierta forma). 

Hay un complejo juego de refracciones de identidad del sujeto mujer como categoría, considerando la cuestión de “¿Cómo y dónde sucede la construcción del género?” y el carácter relacional y contextual de ser mujer. 

En el espacio público, la actuación del género de Rafaela carga de significado los signos de representación simbólica del género femenino en su cuerpo masculino: su actuación resulta, por un lado, subversiva y, por otro, enunciativa:

“Tu alarde femenino era un grito, un alarido sexual que no temía entregarse al vacío ni perderse.”  Dice Mar de Rafaela en su descripción en las primeras páginas de la novela, dirigiendo nuestra mirada directamente a la separación de la identidad y el sexo; haciendo la escisión de la que habla Butler entre género y sexo. El alarde femenino va al vacío, no a un objetivo de consumación erótica o reproductiva que involucra a otra persona.

Dado esto, lo transgénero apunta al poder que tiene la agencia individual de construir discursos y conceptos propios frente a estructuras de poder que se presentaban erróneamente como “naturales”. Aun si, de todas maneras, lo transgénero usa como punto de partida (de significación) esas estructuras, porque debe tocarlas para modificar su forma.

Es ese “significar” el que Mar lee como pistas y respuestas; en los gestos que Rafaela actúa para ser percibida como mujer en su medio. “Ya hubiera querido yo ser tan excesiva” dice de ella: “Solo un alma averiada como la tuya podía ir al colegio con aretes esmeralda, llevar dos lágrimas verdes y sediciosas colgando de las orejas, sin importar que el patio entero te rugiera”. 

Aquí la reacción del medio social (“el patio entero”) informa a Mar sobre el significado del uso de los aretes de Rafaela en el colegio. El “rugido” a este acto lo carga de significado; es un acto que muestra valentía, fortaleza y seguridad precisamente por el medio en el que se actúa. Si Rafaela se hubiera puesto los aretes en casa, en privado frente a su espejo, el significado para Mar sería otro.

En Mar se produce una asociación positiva de significados en la sugestión de que este actuar femenino tiene que ver con atributos deseables de la personalidad de Rafaela. Los significantes están libremente asociados con cualidades que la mirada de Mar detecta no como femeninos o masculinos, sino propios del deseo de Rafaela.

Esta performatividad en un espacio público que es el colegio, enmarca el acto de Rafaela como una subversión aún más que si sucediera en privado porque: “Como un fenómeno cambiante y contextual, el género no denota un ser sustancial sino un punto de convergencia relativo entre conjuntos de relaciones cultural e históricamente establecidos”, explica Butler, que tiene relación con la teoría sociológica de interaccionismo simbólico que atribuye la designación de género (la percepción de género) como resultado de ciertas señales que corresponden -según el imaginario del interlocutor del acto, sea la sociedad entera o un individuo otro- a tal o cual género (si consideramos que la binariedad todavía es el parámetro o la norma).

Considerando esta idea de “fenómeno cambiante y contextual”, pensemos en otra ocasión en la que Mar habla de signos de la idea de género en mujeres “como ella”, es decir, mujeres desde el nacimiento: ¿Qué sucede cuando en ellas Mar detecta una reticencia a actuar atributos que pueden ser relacionados con aquello que se ha construido como “femenino” en una estructura patriarcal en que lo femenino es una debilidad porque está visto a la sombra de lo masculino que es lo que tiene poder? Vemos una alusión a esto en el siguiente pasaje: “La profesora de historia anotó mi nombre en la pizarra y dijo: ‘Ya está, tenemos reina’. Los chicos rieron y silbaron. No pude contarle a mi madre ni a mi hermana porque me dio mucha vergüenza. Cómo podría haberlo hecho si mi madre nos repetía hasta el cansancio que lo más importante era “la cabeza y el corazón”. La estoy viendo, aplastándome con su dedo la frente. Para ella, para nosotras, la belleza era un don menor”.

Escogí el término “evolución” para el título del trabajo muy a propósito. Evolución significa “Cambio de forma”. En esa definición no hay una relación de carácter ascendente o lineal hacia “la mejor versión” de algo. Simplemente hay una diferencia en cualquier dirección. “Cambio de forma”: dejar de ser algo para ser otra cosa.

Si la evolución apunta a la idea de adaptación a un medio, cabe preguntarnos ¿cuál es el medio en que la identidad del sujeto, un aspecto tan constituyente del ser como el cuerpo en la teoría darwinista, se forma y manifiesta? Si el género es una construcción social a la que todes tuvimos que adherirnos desde el nacimiento, pensar en el medio significa factorizar no solo el espacio físico/natural (que vendría a complementarse con la cultura de la sociedad que ocupa ese espacio, y no tanto con las condiciones físicas del ambiente), sino el espacio conceptual/ideológico en el que habitamos y sobrevivimos porque somos parte de una sociedad. 

Podemos pensar la actuación como una forma de adaptación. Actuamos según lo que pensamos que el contexto requiere de nosotros: saludar al llegar a un lugar, comer con cubiertos, utilizar un traje apropiado para un evento de cierto tenor, etcétera.

Asumiendo que nuestra lectura de la situación en la cual tenemos que actuar es relativamente acertada, podemos actuar de acuerdo o en desacuerdo a las expectativas que genera la situación. Es decir, elegimos la conformidad de la actuación o elegimos otra cosa. A esto se refiere la teoría sociológica del interaccionismo simbólico al lado de la cual podríamos analizar el concepto de performatividad de género de Judit Butler. 

La idea de que el género es un constructo que tiene como cimiento la determinación fisiológica (natural) del sexo, nos refiere a una especie de determinismo, algo que “está dado” y la subversión queer y trans son la incorporación de hechos que cuestionan ese “origen” natural del género, apuntando al verdadero origen que es la formación conceptual del género como algo fijado al sexo:  

“El género no debería concebirse meramente como la inscripción cultural de significado en un sexo dado (un concepto jurídico); el género también debe apuntar al aparato de producción en el que los sexos mismos se establecen. Como resultado, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género es también el medio discursivo/cultural a través del cual la ‘naturaleza sexuada’ o ‘sexo natural’ se produce y establece como ‘prediscursivo’, anterior a la cultura, una superficie políticamente neutral en la que la cultura actúa”, afirma Butler. En otras palabras: “esta producción del sexo como prediscursivo debe ser entendida como el efecto del aparato de construcción cultural designado por el género”. 

Mar admira a Rafaela porque ella decide no adaptarse a una estructura que Mar juzga como defectuosa. Así, la desorientada Mar, de cierta forma se paraliza ante el problema de no querer ser parte de esa estructura porque, a la vez, no conoce alternativas a esa estructura. ¿Qué ser si no quiere ser eso? Entonces encuentra una salida en la forma en que Rafaela vive su propia identidad: libre y deliberadamente. Mar descubre que la identidad es una pregunta que es posible responder de muchas formas; y no una instrucción de respuestas múltiples pero limitadas como presupone el binarismo.

Desde las primeras páginas nos topamos con comparaciones en las que nos queda claro que Mar ve en Rafaela algo que ella no es o no tiene: 

“No he conocido a nadie con tanta claridad, propósito y disciplina en la vida”. “Yo no podía explicar qué quería en la vida. Tú en cambio sí”. “Tú, en cambio, no dudabas. Eras concretísima. Para mí todo era una vaguedad”.

Lo que descubre Mar en su adolescencia atravesada por ese ser increíble que es Rafaela, es que las exigencias y expectativas de género son violentas en un sentido literal: a su amiga la molestan, la castigan, la insultan, le pegan; quieren que entre en la estructura social a toda costa. 

Pero Rafaela persiste en ser; continúa la evolución porque no halla razones lo suficientemente poderosas -o más poderosas que ella, en todo caso- para detenerse. 

Butler, Judith. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. New York: Routledge, 1999.

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