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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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[LA LENGUA POPULAR]

Premian concurso internacional de relato corto “Un párrafo, un mundo”

Luego de una larga y laboriosa deliberación, el jurado del Tercer Concurso de Nanorrativa, organizado por el colectivo literario Letramargo, decidió premiar a un narrador español y otorgar tres menciones de honor.
Premian concurso internacional de relato corto “Un párrafo, un mundo”


Los escritores Homero Carvalho y Cecilia de Marchi, además del periodista y gestor cultural Sergio León Lozano, fueron los encargados de revisar los más de 200 textos que participaron en esta gestión del Concurso de Nanorrativa “Un párrafo, un mundo”, organizado por el colectivo literario Letramargo.

Esta iniciativa, a decir del escritor Iván Gutiérrez, “se sostiene por el compromiso y pasión de sus integrantes por el amor a la literatura” y en su tercera versión contó con participantes de distintas partes del orbe. Una demostración de esta gran diversidad de voces es la selección hecha por el jurado, en cuanto al ganador y las recomendaciones como mención.

Bolivia, España y Cuba son los países con los mejores relatos en este premio, a criterio de los seleccionadores, quienes consideraron, entre otros criterios, la estrategia narrativa, el dinamismo del relato, la construcción del texto, cuidado, ritmo y musicalidad del texto.

Es así que, bajo el seudónimo “Pete”, el español José Santos Guede fue declarado el ganador por unanimidad.

“Creemos que el ganador logró acercarse más a estos criterios; cumpliendo con las expectativas de la mayoría de los jurados”, detalló el acta que se hará público esta jornada.

La terna, por otra parte, decidió sugerir a la organización entregar menciones de honor a los relatos de Juliane Angie Müller Seborga, de nacionalidad boliviana; Enrique Girona, de nacionalidad española, y Saturnino Rodríguez Riverón, de nacionalidad cubana.



El anuncio (José Santos Guede)

El Ángel del Señor anunció a Hermelinda la Buena Nueva. Y ella, profundamente compungida, se hizo atea.



Tiempo (Juliane Angie Müller Seborga)

Las despedidas saben a eternidad escurrida entre los dedos, a lágrimas cargadas de la frustración de no poder detener el tiempo en el momento de la felicidad, del abrazo y las risas, de tú y yo sobre las sábanas dejando que amanezca mil veces sin que nos demos cuenta. En la distancia comienzas a ser una imagen que se destiñe al sol, tus ojos son difusos, tu voz se apaga en el viento, el cariño se enfría y me pregunto si acaso no fue un sueño. Todo vuelve a su lugar, los segundos son segundos y los minutos son minutos, nada se tuerce, nada se detiene, nada se alarga y los colores se apagan porque la cotidianidad se pinta de grises. Y aunque los segundos son segundos y los minutos son minutos, el corazón se ha detenido y está pausa, como si esperara que algo sucediera, que el adiós se revirtiera, que las lágrimas volvieran a las cuencas, que tus ojos cobrasen vida a través de las fotos, que las sábanas escuchen tu voz y tu risa. Puede seguir esperando porque el tiempo no existe para el amor, que fue, sin embargo, una eternidad que se escurrió entre mis dedos.



Amor de hijo ( Enrique Girona)

Ezequiel es un buen chico, tanto que ya no puede hacer nada bueno. Eso sí, quiere muchísimo a su madre. Para él, su madre es como la reina de todas las reinas, quizás porque nunca conoció a otra mujer igual. Está nervioso y ya no sabe distinguir entre sudor y lágrimas. Como balas van cayendo de sus ojos los momentos más maravillosos que vivió junto a su madre: la ceremonia de graduación en Psicología Social, la primera vez que se afeitó y aquel efímero verano en La Habana. Dicen que una madre lo da todo por su hijo, que daría hasta la vida, y Ezequiel lo sabe bien porque lo buscan por quererla demasiado. Su corazón ha empezado a latir tan fuerte que se confunde con los golpes en la puerta. Le sudan las manos, o eso es lo que siente. Se las mira. Pegada a sus dedos de buen chico hay un hacha vestida de sangre, la de su querida madre.



Artista serial (Saturnino Rodríguez Riverón)

Esta vez, una mujer. Ni joven ni vieja. En sazón. El trabajo anterior había consistido en un anciano de pelo revuelto y barba cana. La cronología no le importaba, solo la ejecución de piezas maestras. Ahora, acomodaría convenientemente las manos cruzadas al frente, sobre el regazo, y esa sonrisa enigmática. Después, firmaría la obra con entera libertad. Sospechaba que su última realización serían los doce apóstoles comiendo panes y peces alrededor de Cristo. Y si la dejaba para el final era por su grado de complejidad. Sería su consagración. No en balde la prensa amarilla, con ese afán compulsivo de etiquetar, lo denominaba el da Vinci del crimen.