Piel negra, máscaras blancas
Entre el asesinato de George Floyd que ha levantado una ola de protestas en Estados Unidos y las declaraciones que le costaron el cargo al exministro de Minería Fernando Vásquez, que dijo que no podía ser masista porque tiene ojos verdes y es blanco, hay algo en común: el racismo.
A mediados del siglo pasado Frantz Fanon, un filósofo y psiquiatra de la Martinica (colonia francesa), escribió: Los condenados de la tierra y Piel negra, máscaras blancas; en ambos libros hay algo que explica el funcionamiento del sistema de explotación colonial, siendo su principal mérito exponer cómo funciona el aparato psicológico de dominación en la mente del colonizado ¿Por qué al negro de las Antillas le gusta hablar francés? Se pregunta.
Fanon demuestra que este sistema de opresión solo puede sostenerse por la idea de supremacía de la raza (blanca) del colonizador y, luego, haciéndose más sutil, reivindica además la superioridad cultural, social e incluso moral del dominador de forma tal que sea incuestionable que ejerza un poder absoluto que le permite maltratar, explotar, violar o matar al dominado. Este fenómeno también tiene consecuencias psicológicas en el oprimido: desprecio y negación de sus raíces e identidad; el oprimido indígena o negro tratará de parecerse al dominador o ser lo menos indígena o negro posible; a esto Fanon llama blanqueamiento. Desvalorizados e imposibilitados de cambiar su color de piel se tiñen, pintan, visten o hablan y actúan como el opresor.
La sociedad colonial, el apartheid en Sudáfrica o la segregación racial en Estados Unidos son un claro ejemplo de estas jerarquías pigmentocráticas, donde el lugar que una persona ocupará en la estructura social y sus derechos dependen del color de su piel antes que de su condición humana.
Si bien en el papel se han reconocido derechos y en discursos hablamos de igualdad, la realidad es que seguimos siendo una sociedad estratificada racialmente y peor aún, nos negamos a aceptarlo y huimos al debate, pero basta mirar la composición de nuestras élites económicas y políticas y los sectores económicos más bajos para constatar que poco o nada ha cambiado de la estructura colonial. Claro, si