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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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ICONOCLASIA

Los animales de los animalistas

Los animales de los animalistas
A los animales les tengo un natural afecto y simpatía. En mi infancia tuve muchas mascotas caninas y gatunas que cuidé con sincera devoción y cariño. Hasta llegué a adoptar un par de conejos de castilla. Me subyugaba su mirada dócil y resignada, que contrastaba con sus orejas altivas y arrogantes. Mas tarde, me subyugó también su incomparable sabor. No me gustan las corridas de toros, ni ningún otro espectáculo que se ufane con el maltrato a los animales. A las moscas obstinadas solo las mato en legítima defensa, cuando el avasallamiento tumultuario de mi espacio ya resulta intolerable, y cuando veo un insecto agonizando, me apresto generoso a aplicarle la eutanasia. El sufrimiento animal no es justificable en ninguno de los estratos de la escala zoológica. Sin embargo, no hay por que encajar en el obsesivo y patológico cuadro de los animalistas. Y es que para defender a los animales no hace falta volverse uno de ellos o bajarse al vuelo de la escala evolutiva.

Ya tenemos bastante con los desvaríos de la política que diviniza a sus caudillos, y de la religión que humaniza lo divino, para tolerar también la estupidez de los animalistas y su delirante prosopopeya de animalitos con estrés, depresión existencial y autismo, que requieren delicados tratamientos y cuidados psicológicos. Lo de ciertos humanos con los animales ya raya con una imbecilidad tan profunda y superlativa que genera una duda razonable sobre su propio grado de evolución mental. Así, están aquellos que quieren más a sus perros y gatos que a sus propios padres, cónyuge o hermanos; les confieren mejor trato que a las personas, prodigándoles una serie de extravagantes y costosas atenciones. Sesiones de masajes, spa, peluquería, manicure y pedicure, y otros disparates como esos. Los sientan a la mesa y frente al televisor, los visten con ridículos trapos que llevan la estampa de su equipo de fútbol o de su banda de rock; se acuestan y duermen con ellos, los besuquean con inocultable fruición y deleite, intercambiando gérmenes y saliva, y sabe Dios, que otro tipo de aficiones y parafilias más. Las mentes acartonadas y parvularias de estos sujetos parecen moldeadas en la fábrica de Disney y la Warner Bross, con sus coloridas películas de animalitos personificados, y su inteligencia de nivel preescolar llega a imaginar, estúpidamente, que los animales piensan, sienten y se comportan como lo hacen los humanos y tienen, por tanto, idénticas necesidades. Pero, no; los perritos no se enamoran como en la dama y el vagabundo, los conejos no son astutos o reflexivos como BUGS BUNNY, ni los ratones son tan tiernos y simpáticos como Jerry o Mickey.

Sin embargo, el problema no es la imbecilidad de los animalistas. Allá ellos con sus estupideces. Que los animalistas crean que sus perritos, son como Scooby Doo o Snoopy, entrañables compañeros de aventuras, que reflexionan y filosofan, que comparten sus temores metafísicos y sus angustias existenciales; que retocen y se revuelquen con sus mascotas en sus profundidades y abismos escatológicos, no debe interesar a nadie. Pero, estos sujetos pretenden imponer su escala de valores a la sociedad entera. En el reducto de sus madrigueras que sea lo que ellos quieran, pero en sociedad, no es posible que sus bichos tengan más derechos que las personas.

Cuando las redes sociales bombardean con comentarios crueles y cretinos, como que el niño tuvo la culpa o recibió su merecido al ser mordido por un “inofensivo” can que se paseaba orondo por las calles, o cuando se defiende –con mas fiereza y bravura que la que se emplearía en la defensa de una niña o mujer vejada- la dignidad y la vida del tal can agresor (un tal Patunque), minimizando la integridad del menor agredido, o cuando se recolectan firmas y se desata toda una odiosa y ridícula parafernalia abogando por la libertad de un animal, cuando está en juego la salud de una criatura humana, a uno ya le asaltan dudas esenciales sobre la natura de estos sujetos: O son unos lúcidos zafios desalmados, por no decir bastardos, que reniegan de su “humanidad”, o son simplemente estúpidos o enfermos mentales. ¡Hasta las criaturas a las que defienden estos animalejos de los animalistas son solidarios entre los de su misma especie y se protegen unos a otros, como la perra que da la vida por sus cachorros! En cambio, estos imbéciles anatemizan a la madre que ha osado golpear al animal que estaba por arrancarle el brazo a su pequeño, y se solidarizan con el can, sin importarles un comino la suerte del niño.