Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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La hinchada, el fuego amigo

La hinchada, el fuego amigo
Amén del entusiasmo o de la decepción que conlleva el título 29 del Bolívar, el temprano desenlace del torneo Apertura puede funcionar como un inmejorable muestrario de las más detestables taras del fútbol boliviano.

El partido que ganó (1-2) el equipo paceño a Oriente Petrolero, el jueves en el Tahuichi, se jugó en un terreno que, por sus colores e irregularidades, parece más un torpe homenaje a la creatividad Nazca que una cancha de fútbol. Fue seguido por unas tribunas con más basura que personas. Lo arbitró un referí con más miedos que autoridad. Fue deslucido por algunos hinchas con más destino de Palmasola que de estadio. Y a su conclusión desató más confusión que algarabía.

En resumen, el cotejo definitorio del campeonato dio cuenta de la precariedad crónica de la infraestructura futbolística, de la decreciente capacidad de convocatoria del balompié boliviano, de la mediocridad institucionalizada del arbitraje profesional y, sobre todo, del bochornoso protagonismo que vienen cobrando las facciones más violentas de las hinchadas en el país. Todo esto para no hablar del pobrísimo nivel técnico de los equipos ligueros y de la rapacidad sin límites de ciertas cúpulas dirigenciales. En fin, nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo, aun tratándose de lacras de mediana o larga data en el fútbol nacional, entre ellas hay una que merece un acápite aparte, por la centralidad que ha adquirido en el último tiempo. Hablo, obviamente, de la intolerable conducta de las llamadas barras bravas y del flaco favor que le hacen a los cuadros que proclaman hinchar. Lo del jueves en Santa Cruz fue una muestra acabada del “fuego amigo” con que los seguidores atentan contra sus propios soldados.

En un rapto de atolondramiento criminal, similar al que hace solo algunas semanas protagonizó un (o más) hincha rojo en La Paz, un (o más) necio verdolaga, que debe odiar tanto al fútbol como a su equipo, se excitó disparando bengalas hacia el arco de Mustafá, el arquero de Bolívar, esperando infligir algún daño al jugador rival, cuando en realidad precipitó la derrota de Oriente y la coronación del contrario. Qué “orgullo”.

Escribo esto mientras leo una nota sobre el apoyo que el Loco Bielsa ha recibido de los seguidores del Leeds, pese a haber fracasado en su afán de devolver al club inglés a la Premier. La leo y me corroe la envidia. La envidia por una hinchada que, a imagen y semejanza del Quijote que entrena a su club, cultiva una moral leal con su equipo y noble con el fútbol. Una milicia de las tribunas que es cómplice del fútbol antes que su enemigo interno.