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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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¿Quiere usted ser candidato?

Sobre un libro de Antonio Díaz Villamil, publicado en 1942.
¿Quiere usted ser candidato?
Entre los pocos ensayos que se tiene sobre la forma de proceder o la cultura política de los políticos, está el libro ¿Quiere Ud. ser candidato? Curso rápido para aficionados en 10 lecciones de Sancho Pérez del Camino (seudónimo del escritor Antonio Díaz Villamil), publicado en 1942 por la Imprenta Atenea.

El mencionado libro no es tomado en cuenta en los trabajos referidos a la cultura política, tal vez porque en las pocas bibliotecas del país no se tiene ejemplar alguno. En ¿Quiere Ud. ser candidato? predomina el tono jocoso, pero ese aspecto no le quita la seriedad a las apreciaciones sobre el hacer y el decir del futuro candidato a la diputación, en este caso, por una provincia.

La cultura política expuesta tiende a ser degradante, porque el accionar del candidato es en base a conductas que devienen en la prebenda, la hipocresía, la mentira, el cinismo y el clientelismo, que son tan recurrentes en todos los tiempos de nuestra historia política. Lo único que ha cambiado son los aspirantes al poder del Estado.

Todo el que ansía ser diputado debe, según el texto, cumplir con dos tipos de condiciones: constitucionales y personales. La primera relacionada está con el cumplimiento de los requisitos que manda la ley; la segunda más vinculada a las cualidades personales. Sin embargo, ambas pueden ser pasadas por alto en la medida en que el candidato sea capaz de sortear algunas artimañas, por ejemplo, si uno tiene algún antecedente negativo, aquello no debe ser un óbice para que prosiga en su propósito. Debido a la falta de memoria colectiva, “hombres que en cierto tiempo no lejano fueron sorprendidos en peculados, affaires, y otros inocentes pecadillos siguen al presente desempeñando honrosísimos y delicados cargos públicos”, expresa el autor.

Por otra parte, el mejor candidato capaz de triunfar no es aquel que tiene todos los atributos, sino el que carece de los mismos, porque “a mayor ausencia de condiciones existe en el individuo más optimismo y anhelo de triunfo, o sea que un candidato cuantas más condiciones le falten sentirá menor escrúpulo en aspirar y exigir una candidatura”. En otras palabras, el que carece de virtudes es el que más recurre a las artimañas para ganar la contienda electoral. El dechado de virtudes “jamás de los jamases ha de pretender, por las mismas condiciones que tiene, no digamos pedir, ni siquiera aceptar ni por un solo instante una candidatura”. De lo expuesto se puede colegir que el campo político no es para las personas honradas, menos para los apegados a la moral.

Una campaña no solo depende del candidato, sino de otras personas; en esa medida, el aspirante a la diputación debe cautivar a todos con ofrecimientos posibles e imposibles mientras dure la campaña. Pasada la misma, mucho de lo que se ha dicho o prometido solo quedará en palabras; además, muchos electores ni se acordarán de las promesas, ya que “como dicen que las palabras se las lleva el viento, sobre todo en estos casos en que muchos electores carecen de suficiente retentiva y a quienes lo que les entra por un oído les sale por el otro (…)”. Esa actitud que tiene el electorado no es más que el “dejar hacer, dejar pasar”. No solo en los políticos hay crisis de valores, sino también en la sociedad.

Por otra parte, para aglutinar a las personas allegadas, con el fin de que puedan coadyuvar en la campaña, se debe recurrir a las dádivas y a las libaciones organizadas y pagadas por el candidato. Al respecto, el autor es contundente cuando señala: “Logrando la amistad de éstos mediante obsequios, fiestas y democráticas farras pagadas por vos con filantrópico desprendimiento, podréis contar con preciosos elementos de propaganda y de influencia en el distrito”. De las actitudes “dadivosas” del candidato durante la campaña, también deben beneficiarse los electores, porque a “barriga llena, elector contento”, y a “cerveza abundante, elección triunfante”.

El candidato no solo se identificará con un solo sector, sino con todos; es decir con el patrón y con el obrero, con el rico y con el pobre. Sus promesas de la misma manera deben ser para todos; en tal sentido, a los dueños de las fuentes de trabajo se aconseja ofrecer lo siguiente: “(…) presentar en la primera sesión de la cámara un medular proyecto para suprimir todo impuesto a la exportación minera y todas las obligaciones de protección y seguro social vigente”. Con relación a los trabajadores, se recomienda declarar “(…) con la mano empuñada y puesta en alto, que sois un elemento de extrema izquierda y que estáis resuelto a ir a luchar al parlamento por la sagrada causa del proletariado y sus justas reivindicaciones sociales y económicas, para lo que demandáis el voto de vuestros ‘camaradas’ en la elección que se avecina”. Por lo tanto, a nadie se debe menospreciar con las promesas, puesto que todos los sectores son importantes en una elección. Uno puede ser de izquierda o de derecha en lo ideológico, de acuerdo a las circunstancias.

El oponente del candidato no está exento de las lecciones que da el autor; en consecuencia, sugiere distraer o sacarlo de la disputa electoral con una injuria o con un pleito judicial tramado. “Un recurso muy eficaz es suscitarle en la ciudad un pleito sobre linderos o cualesquiera derechos referentes a sus propiedades (…). Si esto no es fácil, no quedaría sino acusarlo de totalitario, de azuzador de levantamientos indígenas o algo por el estilo”. El obrar con mala fe; el recurrir a la violencia física y sicológica para eliminar o neutralizar al adversario, sin duda, deben ser parte de las estrategias o tácticas del candidato para que pueda asegurar la victoria electoral. En la disputa por el poder todo es válido, no hay moral ni ética que valga.

En conclusión, en el quehacer político prevalece el maquiavelismo a lo criollo. El interés de los candidatos dinamiza la política. La ambición por el poder hace que los políticos pierdan el respeto a las leyes, a las autoridades y a la sociedad. La mejor manera de encumbrarse en el poder del Estado es mediante artificios. La ideología solo encubre el interés personal y grupal del político. En la campaña no es suficiente tener los recursos económicos, ni un buen padrinazgo, también se requiere habilidad, capacidad y destreza para simular y engañar a losnincautos.



Educador y egresado de Sociología - [email protected]