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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Hazañas de la Vicepresidencia

Hazañas de la Vicepresidencia

Alvaro García Linera fue quizás el mejor vicepresidente de toda nuestra historia republicana, porque fue un enorme gestor cultural, que creó la Biblioteca Boliviana del Bicentenario, el Centro de Investigación Social (CIS), organizó al menos dos seminarios internacionales “Pensando el mundo desde Bolivia”, de los cuales tiene dos libros enormes; editó La Migraña, acaso la revista de ciencias sociales más importante para el desarrollo teórico en Bolivia, e infinidad de libros, que conformaron una vasta biblioteca boliviana.

García Linera es matemático, pero figura en El País, de Madrid, como “uno de los sociólogos más importantes” del mundo, a despecho de ciertos profesionales bolivianos que se consumen en sus envidias y reconcomios porque son y serán perfectamente anónimos, hoy y al fin de sus días. Habría que recordarles que ser profesional no es suficiente para alinearse en el movimiento popular o para ser un auténtico gestor cultural, como lo fue el Vicepresidente.

Tengo entre manos un título de Marta Irurozqui, “A bala, piedra y palo. La construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952”, que fue rescatado para nuestro país, donde hace esta afirmación sorprendente: que tanto los artesanos urbanos como los indígenas rurales jamás pidieron el sufragio universal, porque estuvieron de acuerdo con el sufragio calificado, y solo querían tener relaciones con los notables para obtener beneficios; y así construyeron su ciudadanía, con “la escuela boliviana de las urnas”.

¿Cómo se nos escapó semejante perla?

Como ese, hay cientos de ejemplos, tal la Antología de la Gastronomía Boliviana, edición de lujo de la BBB, cuya autora es Beatriz Rossells, o mi novela El run run de la calavera, N° 107, todavía inédita. La edición monumental de la Antología se ha agotado y ha sido motivo de alegría y regocijo entre quienes participamos, sorprendidos de que alguien respete los derechos de autor y nos entregue ejemplares de ese valioso libro.

Recuerdo, por ejemplo, la obra completa de Jorge Suárez, la de Sergio Almaraz, de Hilda Mundy, de Marcelo Quiroga, de Roberto Echazú, de René Bascopé, de Oscar Cerruto; el catálogo de etnias de Álvaro Díez Astete, la obra de Roberto Querejazu, la de Gustavo Rodríguez Ostria, de Carlos Montenegro, de Augusto Céspedes, así como la edición monumental de 

Iconografía y mitos indígenas en el arte, de Teresa Gisbert, entre tantos títulos. Hoy, García Linera goza del prestigio bien ganado por una obra múltiple. Lo hace en el exterior, al abrigo de la mezquindad altoperuana de sus detractores.

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