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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Los golpes calcados de América Latina

Sobre The Edge of Democracy (Al filo de la democracia), filme de la brasileña Petra Costa nominado el lunes al premio Oscar al Mejor Documental, y disponible en Netflix.
Los golpes calcados de América Latina

The Edge of Democracy narra la historia reciente de Brasil, país de larga tradición de coloniaje y esclavismo, de largas dictaduras, de propiedad de unas pocas familias, realidad que un político de clase subalterna transformó en parte, aunque su movimiento fue víctima de un golpe de Estado, sus líderes fueron perseguidos y la ultraderecha fascista hoy en el poder viene revirtiendo los avances sociales. Cambie usted el nombre de Brasil por el de Bolivia o cualquier nación latinoamericana y, matices más, matices menos, el filme de la directora Petra Costa cuenta la historia del continente.

No obstante, el documental, disponible en Netflix y nominado el lunes a los premios Oscar, se desarrolla en base a la clave íntima de la confidencia personal. Y vaya que hay razones. La cineasta es nieta de uno de los fundadores de la gigante constructora Andrade Gutiérrez (¿les suena? La empresa tuvo varios contratos en Bolivia; fue denunciada por corrupción) e hija de una pareja de activistas que pelearon contra la última dictadura brasileña. Así, desde sus propias contradicciones, Costa plantea sin embargo una amplia radiografía social, económica, política y cultural.

Nos recuerda los orígenes de un país que excluyó a sus mayorías negras, mestizas y pobres, una nación siempre dominada por unos cuantos privilegiados que, tras ser amparados por botas militares, religiones y el neoliberalismo, se vieron en peligro a inicios de siglo por la acción de un obrero metalúrgico. Ese no es otro que Luiz Inácio Lula da Silva, un dirigente sindical que, tomando la voz de los humildes, persistió desde 1989 en su camino a la Presidencia, hasta conseguirla en 2003 y dejarla en 2010, yéndose con más de un 80 por ciento de popularidad y reconocido hasta por Estados Unidos como uno de los mayores líderes del planeta.

¿Las razones? Entre otras, el carismático hijo de una familia analfabeta disminuyó la miseria en casi un 20 por ciento, elevó el salario mínimo de manera considerable y creó el programa de transferencia de ingresos Bolsa Familia, que, en una lucha contra el hambre, daba ayuda a personas de escasos recursos (otra vez, ¿les suena?). Lula delegó la pervivencia de esta senda de justicia social a su sucesora, Dilma Rousseff, luchadora social torturada en la dictadura, luego destacada economista en función pública. 

El nudo del documental se centra en la accidentada gestión de la Presidenta, aquejada por una crisis financiera que tuvo raíz en los centros del capitalismo mundial, así como por acusaciones de irregularidades contra integrantes del Partido de los Trabajadores (PT), que desde la misma administración de Lula ya minaron al movimiento político. En una nación que, como todas las de la región, desde su origen padeció este tipo de males, lo descrito sirvió como pretexto para que las fuerzas opositoras monten un golpe de Estado judicial, consumado en 2016. Y, tras la salida de Dilma, una retrógrada clase política se hizo del mando para restituir privilegios, perseguir a sus antecesores (al punto del encarcelamiento de Lula sin pruebas) e incluso llevar a la silla a la ultraderecha encarnada en un excapitán de Ejército llamado Jair Bolsonaro.

En este proceso muy influyentes fueron los grandes medios de comunicación controlados por nueve familias que no escatimaron nada para satanizar sin límites al PT; los pastores religiosos, que con el discurso de Dios y la Biblia demonizaron todavía más a los izquierdistas; y agrupaciones a veces violentas de civiles nostálgicos de los regímenes de mano dura, que reclamaban el regreso de las botas militares y condenaban ya no solo la redistribución de la riqueza, sino los derechos educativos, sexuales y reproductivos (¿les sigue sonando?).

El filme de Costa grafica entonces una sociedad profundamente dividida (como en lo reciente todas). Lo hace con una audacia narrativa que en cuanto a guion sabe a cabalidad qué pasajes elegir y que en lo visual apela, además de a cuidados registros familiares o histórico-periodísticos, a una refinada habilidad fotográfica para imágenes frescas. Sobre esto último, alcanzan ribetes poéticos por ejemplo las tomas de Brasilia, la superlativa sede de Gobierno cuya excelsa arquitectura sirve también como hilo conductor de este dialéctico tránsito.

Ahora bien, entrando de lleno en el plano político, ¿qué lecciones nos deja a los bolivianos The Edge of Democracy? En primer lugar, pienso, una densa reflexión sobre cuánto deben prevalecer las formas de la democracia representativa por encima de los proyectos de igualdad, que desde luego son también de poder. Me explico: mucho –y con legítimas razones- se ha criticado a Evo Morales por postular a un nuevo mandato siendo que una votación que se lo impedía. Aunque advirtiendo un golpe de Estado en Bolivia, el mismo Lula fue uno de los críticos. Pese a ello, no dejo de preguntarme, tomando asimismo en cuenta experiencias como las de Lenin Moreno en Ecuador o la del partido de José Mujica que acaba de perder en Uruguay, si al final optar por vías como la de la sucesión con Rousseff no derivarían en los mismos resultados. ¿Debe un líder seguir hasta blindar su modelo? ¿Cuál debe ser el límite temporal que evite las perversiones del poder? Hay que seguir meditando sobre esto.

Por otra parte, y estas sí son moralejas, opino que los movimientos de liberación están obligados a trabajar a fondo en dos aspectos. El primero es definir la línea entre inclusión o ser absorbidos por corrientes adversas en su búsqueda. Me vuelvo a explicar: otro de los motivos del desgaste del PT brasileño es que, queriendo continuidad, se alió con organizaciones de derecha que en corto tiempo traicionaron y destruyeron la expectativa popular. En el caso del MAS, en ese mismo afán se firmaron acuerdos hasta con la Unión Juvenil Cruceñista, para no hablar de los innecesarios mimos a militares que conocemos en qué terminaron. De ese modo, una corriente conservadora impuso al partido la ralentización de su agenda de cambio, concentrada casi de modo exclusivo en la economía. Por supuesto, si una organización de izquierda quiere ganar elecciones o construir hegemonía, no puede cerrarse solo en su base social. Debe abrirse sin jamás renunciar a sus valores.

 Al final, una obviedad no menos importante: hay que dar saltos cualitativos en la lucha contra la corrupción. Para seguir con el MAS, fue el único partido que encarceló por denuncias a varios de sus más altos dirigentes (incluyendo ministros), hizo una ley imprescriptible que de tan draconiana que es dificulta la gestión pública, y eliminó la inmunidad de senadores y diputados, entre otras medidas. Pero, lo sabemos, no ha sido suficiente. Si bien es cierto que el régimen de Añez perpetra una cacería fuera de toda norma contra el movimiento popular, en algunos casos hay evidencia creíble de malos manejos. En la era de la revolución digital, es posible y urgente transparentar el Estado mediante el uso de la tecnología, algo que también comenzaba a hacerse, y que requiere un respaldo mayor.

Si en el continente nos respondemos bien a las interrogantes y cumplimos con rigor estas lecciones, la democracia dejará de estar al filo o ya en el abismo, como acá cae sin fondo visible. 

Periodista y excandidato a diputado por el MAS 

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