Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 18 de abril de 2024
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[NIDO DEL CUERVO]

Los fantasmas del pasado

Una mirada sobre lo fantasmagórico o lo que ha sido arrebatado abruptamente.
Los fantasmas del pasado

Como hubiera adelantado hace un par de décadas la literatura futurista o de ciencia ficción, la realidad virtual ha tomado súbitamente el control, o al menos buena parte de él. El otro, la otra, nos mira desde la pantalla en una representación pictórica susceptible de desvanecerse en un simple clic. Se trata de una ficción que ha tomado la forma de una imagen, de un holograma; es una realidad paralela. El otro se revela como fantasma en su incompletitud, en la ausencia de una corporalidad en la cual asirse. Lo fantasmagórico representa, así, lo lánguido, lo inconsistente, la exposición de la carencia, de la pérdida o de lo que ha sido arrebatado abruptamente. El fantasma del otro es esa criatura mutilada y triste que se expresa en la inmaterialidad de lo virtual.

Esta falta permanente en la que vive el fantasma es de alguna manera ya tematizada por Platón en su diálogo el Sofista, donde el filósofo expone la compleja naturaleza del phántasma, en el que pervive una dualidad de caracteres. Él es tan sólo la representación de un original, el lugar en el que éste de alguna manera se preserva. Por eso, sin ser el modelo el phántasma refleja algo de él y se le asemeja. Sin embargo, también marca una diferencia respecto de él en cuanto es sólo su imitación. La ambivalencia de predicados es palpable: pertenencia y extrañeza, inclusión y exclusión. Su doble identidad lo conecta, por un lado, al nivel superior del paradigma, y, por otro, al inferior y devaluado de la copia o simple “calcomanía”. En él pervive, o bien parece pervivir, en este sentido, una constante polaridad, que se manifiesta en la desarticulación e imprecisión de su ser. La desdicha del fantasma es la desdicha del simulacro, que existe sólo a la sombra de su original, en la privación de su perfección y completitud. El phántasma es un despojo, cuya valoración radica únicamente en la conexión que mantiene con ese otro con el que jamás termina de congregarse a cabalidad.

Anhelando una identidad, la peculiar criatura deambula en el mundo buscándola, en una letanía cansada y agónica. El fantasma desea saber sus orígenes, anhela rastrear su genealogía. Quiere recordar, reconstruir desesperadamente esa subjetividad tan olvidada que ahora le resulta totalmente ajena, otra. El pasado retorna, con todo su ímpetu, en la figura de un fantasma lánguido y penoso que suplica recordar, recordarse. Porque, en efecto, sólo en el recordarse recordará su génesis. En el acto de hacer memoria podrá, por fin, confrontar a su paradigma y recuperar su autonomía. El horror del modelo, sin embargo, al mirarse reflejado en su copia es tal que en su confusión se anula, como quien mira una creación monstruosa sin reconocerla como suya, sin reconocerse en ella, sin hallar su reflejo, o más bien hallando su reflejo como otro. El encuentro fatídico, fastidioso, entre ambos, se revela como el plan de un designio externo, que malvadamente esperaba esta puesta en escena como una promesa de emancipación al mejor y más avezado postor.

Filósofa.