Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Pero ya que estamos aquí, bailemos

El estado de la danza en Bolivia y los efectos del encierro y el virus.
Una bailarina ensaya desde casa debido a la cuarentena.
Una bailarina ensaya desde casa debido a la cuarentena.
Pero ya que estamos aquí, bailemos

Se encuentra erguida con las manos delicadamente posadas frente a la pelvis, un pie delante del otro y ambos encima de un tapete. De fondo y casi como lejanas, se escuchan notas de piano que marcan el viaje de las extremidades. Se encuentra erguida sobre la funda que cubre el cemento que amenaza los meniscos de la rodilla, se encuentra erguida frente al jardín en el que jugaba cuando era niña. Florencia se encuentra erguida y no da descanso al cuerpo, se encuentra erguida a pesar que el mundo parece encogerse y acabar frente a ella, al virus y a la cuarentena.

Desde 1975 existe una propuesta cultural gracias al, en ese entonces, Instituto Boliviano de Cultura, cuyo nombre se reformuló años después, constituyendo la Secretaría Nacional de Cultura. Posteriormente el rango se elevó a Viceministerio de Desarrollo de Culturas. Tras 34 años, finalmente se consolidó en el Ministerio de Culturas y Turismo en 2009, pero solo duró hasta hace poco.

“Hemos ordenado reducir tres ministerios: el Ministerio de Deportes y el de Cultura pasarán al Ministerio de Educación. El Ministerio de Comunicación pasará al Ministerio de la Presidencia. Todo lo ahorrado será invertido en salud y la lucha contra el coronavirus”, declaró la presidenta Jeanine Áñez en junio de 2020. Así pues, la pandemia ha dejado tanto muertos en los hospitales como desahuciados en los teatros. Pero no se podría señalar al virus como el único verdugo de la cultura, los artistas o específicamente, los bailarines de ballet, cuya realidad actual se pretende develar. Lo cierto es que el ballet agoniza desde hace mucho en Bolivia, la pandemia solo puso el dedo en la llaga y el dolor se expande entre cada bailarín como Florencia.

La representación más emblemática del ballet boliviano es el Ballet Oficial de Bolivia, fundado en 1951 y próximo a cumplir 70 años, el ballet paceño se ve en apuros desde el cambio de milenio. Según Norma Quintana, quien forma parte del ballet desde la década de los setentas hasta los noventas, los sueldos jamás fueron demasiado apremiantes al esfuerzo de los bailarines, pero existían y colaboraban. Actualmente el elenco del ballet está conformado por 15 bailarines trabajando ad honorem. Pues hace ya muchos que los ítems destinados al ballet fueron reduciendo y con ellos las posibilidades de los artistas.

El director actual del ballet, César Paco, está consciente del esfuerzo mal remunerado de los bailarines por los que vela y de la incidencia gubernamental en tales temas. “Las autoridades buscaron un montón de pretextos y con cada gestión fueron eliminando más ítems, lo que casi lleva a la desaparición del Ballet Oficial. En este momento estoy tratando de hacerlo revivir, pero es una lucha larga. Espero que en el futuro podamos tener bailarines profesionales pagados”, expresó el director en una entrevista con el periódico Página Siete, al mismo tiempo que reconocía la realidad del joven talento boliviano, “al no encontrar espacios acá, los mejores bailarines que ha generado el país emigran. Es una pena, pero ellos se van porque no les ofrecemos nada”, termina por sentenciar Paco.

Este último es el caso de una joven promesa del ballet boliviano, específicamente del cochabambino, Florencia Claure de 21 años de edad. Bailarina desde los seis años, incursionó en el ballet dentro del círculo estadounidense hasta ingresar al conservatorio de Point Park University en Pittsburgh. Florencia reconoce que su norte apuntó al extranjero cuando cerca de los 11 años su profesor de ballet le recomendó a sus padres que buscarán un futuro fuera de Bolivia, si su hija consideraba al ballet como carrera, así pues, fue el mismo profesor que fomentó esta idea indagando sobre páginas web de escuelas relacionadas al ballet en el extranjero.

Claure reconoce que su profesor estaba en lo correcto, “en Bolivia la danza no es profesional, no tenemos suficiente apoyo para profesionalizar, no se la considera una profesión ’digna’ y bueno, no se respeta ni se consume mucho”, aclara la bailarina. Aunque quizás el consumo no sea necesariamente el factor determinante respecto a la debacle del ballet boliviano. Sin embargo, a pesar de emigrar por la falta de oportunidades, el virus parece haber repatriado a Florencia, quien ahora se encuentra lejos de su conservatorio de vuelta en casa, Cochabamba, Bolivia.

El retorno de Claure requirió varios desafíos, encontrándose lejos de su alma mater por el virus y con la cuarentena aún vigente, Florencia debe buscar formas de mantener la condición física que su disciplina demanda, aunque a veces parece una tarea imposible. Desde la dureza del piso que le impide saltar, la virtualidad en medio del alumno y el profesor, las limitaciones del espacio y la desmotivación por la adversidad. Sin embargo, Florencia ha sobrellevado cada reto a su manera.

“Yo tengo la suerte de tener un espacio en el patio de mi casa y que mi profesor de aquí [Bolivia] me prestó un piso con un material especial que te ayuda a no resbalar mucho, se llama linóleo, entonces, esto lo he puesto en mi patio, que obviamente es un espacio chiquito, esa es una limitante, porque no te puedes desplazar mucho y mi problema -o sea lo que más me afecta- es mi piso porque es de cemento y eso no es para nada ideal para un bailarín o para cualquier atleta, porque te lastima las rodillas, la espalda, todo”, comenta Claure sobre los entrenamientos diarios que realiza durante cuarentena.

A pesar de que la universidad a la que asistía ofrece cursos online, Florencia prefiere esperar a que las condiciones mejoren. En lugar de ello, entrena viendo clases en canales de Youtube dedicadas al ballet. Sin embargo, estas no pueden ser equiparadas a las clases presenciales. “El ballet va mucho de marcar posiciones y colocar bien tu cuerpo, entonces normalmente en una clase, el maestro o la maestra, si necesita hacerte una corrección implica que te toque, te mueva y te muestre con sus manos, entonces esa parte es complicada por internet”, argumenta Claure. Además, en el conservatorio los entrenamientos duraban alrededor de cinco horas,

tiempo que se ha visto reducido dramáticamente desde que Florencia tuvo que poner en pausa sus estudios fuera del país.

Sin embargo, durante este tiempo Florencia ha experimentado con otras ramas de la danza, como el jazz, el cual también se ha visto afectado en Bolivia durante la Pandemia. Andrea Hervas de 22 años de edad, bailarina de jazz y parte de la academia Dance Studio Jazz de Walter Albarracín, concuerda con Claure sobre las limitaciones de entrenar en casa y hace énfasis en la importancia de la fisicalidad de la danza, “los instrumentos, así sea una barra o un piso grande, el espacio para poderte desplazar y también de convivir con la gente, porque te nutres de lo que hace el compañero, te inspiras de lo que hace el otro y es un proceso de retroalimentación sumamente importante en la danza”, expresa Andrea.

Por otro lado, Hervas se aventura a dirigir la óptica al otro lado complementario del bailarín; las academias, las cuales cuentan con ingresos gracias a las presentaciones que toman lugar en el teatro, las cuales, dado las circunstancias, no podrán retomarse al menos próximamente. “La verdad nos vimos fuertemente afectados (...) he podido hablar con los directores de mi academia y realmente es una situación que los ha golpeado muy fuerte, porque aparte de verse afectados económicamente, están completamente desmotivados porque, por parte del Gobierno, no están recibiendo apoyo alguno y no solo en el departamento sino en el país. El sector cultural está olvidado y eso es lamentable para ellos pese a que ellos intentaron, de alguna manera, ser escuchados, pero por parte de las entidades públicas no ha habido remuneración para sobrellevar la situación”, se lamenta Andrea.

Este es el mismo caso que la Academia de Ballet Ce In Fo- Art. dirigida por la bailarina y profesora, Alejandra Ibáñez Lizárraga de 29 años de edad, que se encuentra haciendo lo posible por continuar instruyendo a su alumnado. Ibáñez ha implementado medidas para adaptarse a los caprichos del virus, actualmente se encuentra dictando clases por medio de la plataforma Zoom. Sin embargo, los retos continúan presentes, siendo los mismos que Claure expresó, con la diferencia que Alejandra hace hincapié en sus aprendices menores, aquellos que recién incursionan en el ballet y que, por ende, no tienen una base técnica establecida que les permita seguir clases de Youtube o practicar por su cuenta, por lo que la situación se agrava.

“Al ser virtual las niñas se han visto involucradas emocionalmente, esto ha causado un estrés y esto se ha reflejado en algunas clases; a veces lloraban, perdón lloran, a veces no tienen ganas están un poco desmotivadas o bueno, cansadas. Les ha afectado el hecho de no salir tanto tiempo de la casa”, empatiza Ibáñez. Para la directora es preocupante las condiciones de sus alumnos amateurs, no solo por la inevitabilidad del piso inadecuado o las dimensiones del encierro, sino por la falta de cercanía en poder corregir las posturas, el físico y los pasos de sus bailarines. Aún así no desiste de su labor y espera lo mejor.

“Yo te hablo principalmente de los cursos iniciales porque con los cursos más grandes es un poco más sencillo y llevadero, además que parte de la formación artística de las niñas es presentarse de una o dos veces en el teatro que por tema de la pandemia se ha visto afectada la ejecución de obras y eventos culturales y artísticos (...), por esa razón es que si se ve afectado [el alumnado]”, argumenta Alejandra. Y es que, la falta de experiencia teatral no solo afectó a los bailarines en formación sino a la academia mismo, tal como lo decía Hervas.

Ibáñez reconoció que muchos estudiantes han desistido de las clases por razones de economía familiar en estos tiempos, por falta de acceso a internet o dispositivos para las clases y el desaliento que provoca el encierro. En relación a este último, Ibáñez contempló la posibilidad de abrir la academia bajo la normativa de distanciamiento social, tal como Claure asegura que hicieron otras academias en Europa, sin embargo, la opción se ve poco factible. Para Ibáñez el uso de una máscara afectaría el rendimiento y la salud de los bailarines, además el distanciamiento también impediría el contacto físico correctivo, lo cual es importantísimo en la enseñanza del ballet -declaración con la que Claure coincide, aunque argumenta que los artistas se van acostumbrando con el tiempo, al menos por la necesidad- y finalmente, el factor más determinante es el espacio de la academia y el tiempo de los profesores.

En el Ballet Ce In Fo- Art las aulas podían abastecer la enseñanza de 10 a 12 niñas, guardando un metro de distancia el aula reduciría su capacidad a seis alumnos. La apertura de nuevos horarios o paralelos, junto con los gastos de las medidas de bioseguridad, solo acrecentaría el costo de las clases, lo que a la larga supondría que más alumnos desistan. Para Alejandra es una encrucijada, no considera que las clases virtuales puedan ser sostenibles a largo plazo ni que se pueda impartir clases presenciales bajo las medidas necesarias. De esta forma el estado del ballet en Bolivia continúa empobreciendo.

Sin embargo, tanto Hervas como Claure coinciden que en Bolivia el consumo de ballet es muy bajo, ya que no se tiene una cultura o una apreciación a este arte. “Bolivia consume ballet pero no existe una cultura de este tipo de danza, ya que si nos ponemos a pensar y comparar con otros países realmente el ballet es la base, ya que si tu quieres ser profesional en cualquier área de la danza necesariamente tienes que pasar por el ballet, mientras que acá en Bolivia no se le da esa dirección como tal, aquí no puedes formarte como bailarín al 100% ya que no contamos con las herramientas ni con el apoyo” comentó Hervas, afligida por la situación que están pasando.

“Me parece que en cualquier sociedad el arte es un punto muy importante, porque el arte y la cultura son un reflejo de nuestras sociedades, marcan algo de lo que la gente está viviendo, de lo que la gente está molesta, de lo que quieren cambiar y de lo que sienten”, afirmó Claure, haciendo énfasis a que cualquier tipo de arte debería ser valorado, ya que desde su experiencia, menciona que es un canalizador de emociones y que, a muchas personas de su círculo, el arte las ha salvado de la inestabilidad emocional que la cuarentena y el encierro ha causado en el mundo.

El ballet, una danza que data del año 1400 aproximadamente, ha logrado adaptarse a través de los años. La historia, colmada de catástrofes necesita el arte para subsistir; el rumbo que seguirá es desconocido, no todas las canciones han sido tocadas o los bailes coreografiados.

El devenir de la humanidad depende de su tragedia, nuestra realidad está montada sobre los cimientos de la desdicha pasada y la nuestra consolidará nuevos cantares que otros tendrán que interpretar; es y será así siempre, pero ya que estamos aquí, bailemos.

Estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Privada Boliviana de Cochabamba

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