Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Un buen amigo se dedicó a sembrar ajo en Tarija y nadie le compró. Tuvo que vender ristras de ajo para atraer la buena suerte (o espantar vampiros), pero al cabo cerró el negocio. Otro amigo español dice que los ajos en América son demasiado débiles y que en Mallorca las papayas no tienen sabor. Dicen los entendidos que la cocina española huele a religión y a ajo; y es cierto que dos que se aman suelen intercambiar alientos de ajo sin la menor restricción.

Hay una película de Javier Bardem muy joven, que come ajos puros y una mujer madura se enamora de él y reclama el ajo en todos sus gustos. Pero es verdad que en nuestra cocina no se usa mucho ajo, algo que no nos dejaron los peninsulares durante la Conquista. Dan ganas de comer gambas al ajillo (o ajas al gambillo) para comprobar cómo sabe el ajo cuando está frito en buen aceite. Otro complemento de la buena paella es el alioli, que es ajo con aceite de oliva y una salsa blanca parecida a la mayonesa, que deberían llamarle Quitacalzón, porque ídem.

Un poeta francés, Blaise Cendrars, había perdido una mano en la batalla del Marne, en la primera guerra mundial y decía tener un método infalible para saber si una mujer lo quería: se untaba con ajo el muñón y el olor era profundo y, digamos, desagradable.

Un día, el gobierno colaboracionista de Vichy lo citó (a Cendrars) para interrogarlo y el poeta se untó el muñón con ajo, que el interrogador no aguantó ni un minuto y no lo molestó más. Cendrars comentaba que el ajo servía tanto para confirmar el amor de una mujer como para ahuyentar fascistas.

Tan antiguo que ya los griegos lo utilizaban, el ajo era apetecido por los efebos que entrenaban en el gimnasio y solo fue sustituido por los celtas, que preparaban un zapallo dulce, que dicen era muy rico. Con la cáscara de la calabaza hacían una lámpara que tenía ojos, nariz y boca y la usaban para ahuyentar a los malos espíritus.

Los irlandeses, descendientes de los druidas, tomaron esta costumbre y la convirtieron en fiesta nacional, pues en esas fechas todos los irlandeses se visten de verde, toman cerveza verde y los niños piden dulces casa por casa para no hacer travesuras. Los irlandeses emigraron en masa a Estados Unidos, sobre todo a New York, y llevaron consigo sus costumbres, entre ellas esta que se celebra entre el 31 de octubre y el 1° de noviembre y se llama Halloween.

Algunos despistados creen que la fiesta es americana, pero es muy antigua, es celta y entre esas fechas hay una fiesta nacional en Irlanda.

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