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[LA LENGUA POPULAR]

*El aire entre las letras

*El aire entre las letras



él

Es Rodrigo Hasbún, nació muy cerca, en Cochabamba, en 1981. Es escritor. Lo delata este libro. Los días más felices fue publicado el 2011, está conformado por nueve cuentos, separados en tres secciones. Cada una está nombrada con la intensión de aparentar un orden: I, II y III. Aunque, a mi parecer, se puede escoger caprichosamente por dónde empezar y en dónde terminar. Esto lo digo porque lo que hila y conecta a los personajes que presenta Hasbún no son los nombres ni los espacios en los que se desenvuelven ni sus vivencias particulares. Lo que los une es que todos ellos viven, a la vez, en distintas vidas, el mismo momento.

yo

No sé quién es Rodrigo Hasbún. Leo lo que se ha dicho. Es una joven promesa de la literatura boliviana. Un autor al que seguirle la pista. Y los delitos. Leo a Edmundo Paz Soldan diciéndome que “recuerde su nombre”. Leo los pocos comentarios disponibles. Me atrevería a sintetizar todas esas opiniones ajenas que me advierten y alientan. El libro, o lo que debería esperar de él, es: “un silencio prolongado, una radiografía de un mundo sin héroes ni futuro, el retrato del momento amargo en el que todo hombre y mujer se da cuenta de que no sabe dónde está ni qué está haciendo realmente”. Así, con la cabeza hacinada de los que vinieron antes de mí, comienzo a leer.

él

En una entrevista, habla de lo que ha escrito, antes y después. De los cuentos dice que los escribió “a lo largo de los años, desde 2006 hasta el 2011 y [que] estos personajes iban apareciendo una y otra vez. Luego, cuando me senté a editarlos y a reunirlos me di cuenta recién de estas recurrencias”. Que en una novela querría contar algo “más que la histórica pública” de los personajes. Llegar a “escarbar en lo minucioso, en el detalle y en lo excepcional de sus vidas”. En Los días más felices ningún personaje es héroe de su historia. No porque sean débiles o apáticos, sino porque aún no ha empezado. Todos ellos viven un momento intermedio. Nada duele lo suficiente ni complace demasiado, todos están “de paso”. La balanza en un angustioso equilibrio. Habitantes del aire entre las letras de su historia.

yo

Terminé de leer el libro. Aunque pienso que es él quien lo hizo conmigo. Lo guardo e intento recordar; no lo que me ha dicho el texto sino el momento o los lugares en donde ya había estado antes esta sensación. La evidencia del lazo entre lector y escritor está en el espacio que éste pueda descubrirle al otro. El texto contaminando al mundo.

Entonces salgo. Vivo en la calle Oquendo, voy hasta la Jordán y la recorro hasta que se acabe. Veo particularmente los edificios, todos alineados y ordenados. Seguros de sí mismos y de su vida de acción y transacción. Sigo caminando y, antes de llegar a la San Martín, a lado del Palacio de Justicia, miro hacia arriba y veo, en la azotea de uno de los edificios, un cuarteto de gárgolas. Recuerdo inmediatamente un fragmento del libro: “las esperas le parecen más interesantes que lo que se espera”. El gran evento, la guerra, la explosión, todo eso ya ha pasado o no termina nunca de empezar. Esas gárgolas lo saben mejor que nadie. Pacientes vigilantes de un mundo que ya no es suyo. Restos de una arquitectura que perdió su presente para siempre.

él

Usa frases cortas. Reniega de palabras complejas. Tampoco lo intenta. Sabe que el propósito de sus cuentos es acceder a la vida íntima de sus personajes, partiendo de la idea de que la sinceridad carece de retórica. En la sección I, los cuentos están escritos en primera persona. Son confesiones cortas. En la sección II, explica todo en tercera persona, de muchas personas. Es la sección más redonda del libro. Pero en donde aparece la idea central, en fondo y forma, es en la sección III; en los cuentos “Calle, concierto, ciudad” y en “El Lugar de las pérdidas”. La estructura de ambos refleja las intenciones, los afectos que se quiere transmitir. La imposibilidad de cambiar las cosas, de detener su cambio. En el primero hay tres puntos de vista: “él, ella y yo”. Empieza con “él” y “ella”, cada uno con una vida distinta y alejada del otro. Ambos coinciden por azar en un concierto. “ella” quiere hablarle; no se anima. “yo”, es el escritor, el que escribe la historia de “él” y “ella”. quiere reunirlos, quiere escribir que se conocieron. Sabe que, si “se conocieran, si llegaran a hablar, si esa noche se vieran a los ojos por primera vez, nunca más en la vida volverían a separarse”. pero también sabe que no puede reunirlos, que es lo que más hubiese querido, pero no puede. en la entrevista dice que “escribir es una aventura, y como tal, me lanzo sin tener ninguna idea preconcebida”. sabe que por mucho que quisiera, “él” y “ella” nunca se encontrarán. no es decisión suya hacerlo. lo que encuentre al escribir, de él, no depende. esa imposibilidad también habita el cuento “El lugar de las pérdidas”, historia en primera persona de alguien que no puede terminar una relación que le hace daño. “escritos en cursiva, están los pensamientos fragmentados del personaje. estos tienen puntos seguidos y puntos aparte pero las palabras que siguen nunca empiezan con mayúsculas. como si ese pensamiento no pudiese parar y respirar. como si el escritor los pusiese con la intención de detenerlos, pero continúan. las hojas se siguen llenando. no se detienen. el autor de esos pensamientos, de esas páginas, ha perdido el control”.

ella

Me pide que deje de escribir. Que sí, que es un buen libro de cuentos, que hay que recomendarlo, que vuelva a la cama. Yo accedo. Me tapo con lo poco de sábanas que deja libre. Mientras me hecho, trato de no mirarla para que no sepa que no he dejado de pensar en esto: en esa angustia frente al cambio. Pessoa. En ese intuir. En esa “voluntad de no querer tener un pensamiento, un deseo de no haber sido nunca nada, una desesperación consciente de todas las células del cuerpo y del alma”. Abrumado por “el sentimiento de estar encerrado en una celda infinita”.

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*Texto ganador del concurso de reseña de la materia de Taller de Escritura de la UCB; carrera de Filosofía y Letras.



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