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[EL NIDO DEL CUERVO]

Cuando Apolo hiere desde lejos

Cuando Apolo hiere desde lejos
A lo largo del año y más que tiene de existencia este espacio, hemos hecho referencia a muchas obras clásicas de la literatura de diferentes naciones, diferentes periodos, diferentes autores. Muchas veces, sin embargo, no hemos abordado el trabajo de autores contemporáneos y no es porque no sean importantes o capaces de producir obras fundamentales para la humanidad, al contrario. Aun así, queda latente la duda ¿por qué no solo leer autores actuales? ¿Acaso no están ellos más cercanos a lo que sentimos y pensamos y representan mejor lo que está guardado en nuestros corazones?

Conozco a muchas personas que nunca han leído La Iliada o La Odisea y aún menos saben quiénes fueron Hesiodo, Horacio u Ovidio (y no, no me estoy jactando de saber más que esas personas, por favor no se apresuren a juzgarme). Puede ser que no te guste leer, lo cual es triste porque te estás perdiendo de algunas de las cosas más bellas del mundo; puede que no te guste leer cosas muy extensas o complicadas, por eso prefieres los resúmenes, las canciones pop o hasta los memes; puede que te llamen la atención obras más actuales porque te cuesta mucho adentrarte en el espacio que habitaban otros hombres en otros tiempos o porque no crees encontrar respuestas a tus inquietudes en otros espacios que no sean el tuyo.

Leer es siempre un ejercicio de búsqueda, siempre buscamos algo cuando exploramos las páginas de cualquier libro (o los muros de nuestro prójimo); las motivaciones de esa búsqueda son, por otro lado, particulares. De cualquier forma, creo que una de las principales razones por las que uno se aventura a navegar aguas tan lejanas como las de los autores clásicos es que no se pueden encontrar las respuestas que desea en el propio tiempo; “Cause when you have more than you think, you need more space” dirá Eddie Vedder en una de sus canciones, los libros son espacios abiertos para la mente.

Quizás algunos ejemplos nos sean gratos. Si ponemos atención al mito de Pandora al que hace referencia Hesiodo en los Trabajos y los Días, esta hermosa criatura, movida por la curiosidad, abre una especie de relicario en el que se encontraban contenidos todos los males del mundo y como resultado de esa travesura, todos los males logran escapar…salvo la esperanza. Más allá de la parca moraleja “la curiosidad mató al gato” (o en este caso “la curiosidad sumió a la humanidad en la miseria”) y de cuestionarnos acerca de la ética de nuestros motivos a la hora de emprender cualquier acto para satisfacer nuestra curiosidad, cabe preguntarnos: ¿por qué la esperanza era vista como un mal para los griegos o al menos para Hesiodo? Particularmente creo que la historia de Pandora no es solo algo que Hesiodo haya inventado para su poema; como afirmó una vez Otto Walter: “Cada religión y cosmovisión tiene el derecho de ser juzgada […] por los claros y grandes contornos de su apogeo. Únicamente allí vemos lo que es y lo que no son las otras cosmovisiones” (1). Los poemas de Homero y de Hesiodo fueron precisamente escritos durante ese apogeo de la cosmovisión griega. A diferencia de nuestra manera contemporánea de ver a la esperanza, para lo griegos ella se presentaba como un peligro que debía mantenerse vigilado; quizá su permanencia en el relicario simbolice su doble naturaleza, puede ser un bien tanto como un mal.

Otro mito involucra al dios Febo (Apolo) y Dafne. Según el relato de Ovidio en Las Metamorfosis, Febo se burló de Cupido argumentando que el único que podía usar un arma como el arco era él; Cupido, resintiendo la arrogancia del hijo de Júpiter, presagia lo siguiente: “Que tu arco hiera a todos los seres / y el mío solo a ti. Así como todas las criaturas son inferiores a un dios, / del mismo modo tu gloria es inferior a la nuestra” (2). Vengativamente, Cupido hace que Febo se enamore de Dafne, pero al mismo tiempo hace que ella lo rechace una y otra vez hasta que, con la intención de escapar de lujurioso dios, se transforma en un árbol de laurel. Febo o Apolo, dependiendo del panteón al que se haga referencia, era el dios del sol, del conocimiento, de las artes y del arco. Esta última herramienta adquiere su magnífica relevancia en Febo, pues a éste se le atribuía el título de “el que hiere de lejos”, como los rayos del sol, pero el dios hería de dos formas: mortalmente (como lo narra Homero en el canto I de La Iliada) o a la mente, con la verdad. Los poetas, artistas y músicos adoraban a Febo pues le pedían conocer la verdad de las cosas y la capacidad para “cantar” esa verdad. Volviendo al mito, Cupido era una deidad casi omnipotente pues, por gracia de su madre Afrodita, casi nadie escapaba de su hechizo (3). Febo era el sol, podía ver todo lo que ocurría en el mundo y podía también ver el futuro gracias a su conocimiento, pero aun con todo su poder y posiblemente anticipando su tragedia, no pudo resistir por estar herido de amor “hasta la médula de sus huesos”. Incluso el poder y el conocimiento se rinden ante el hechizo de Cupido, podríamos pensar; pero este amor es caprichoso, lejos del paradigma romántico de almas gemelas o un final feliz.

Por qué leer los clásicos sigue siendo una pregunta esquiva, pero es porque deberíamos preguntarnos ¿por qué seguir leyendo algo más? Si leyéramos un libro que habla del amor ¿acaso siquiera estaríamos cerca de saber todo lo que ese grandísimo concepto significa? Estoy seguro que ninguno de nosotros afirmaría tal cosa porque si solo bastara un libro, una pintura, una canción para comprender el amor, entonces el arte sería imposible y no tendría sentido escribir nada más. Leer obras clásicas significa adentrarse más allá del espacio que conocemos porque entendemos que realmente no conocemos nada y algunas veces la verdad nos llega disparada desde muy lejos del ahora.

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(1) Walter, O. (2003). Los dioses de Grecia. Trad. Berge R. y Murguía Zurriarán A. Madrid: Ediciones Siruela.

(2) Ovidio (2010). Las Metamorfosis. Trad. Rollié E. Buenos Aires: Losada.

(3) Himnos Homéricos (2005). Canto V. A Afrodita. Trad. Torres J. B. Madrid: Ediciones Cátedra*

* Según el canto homérico, solo tres escapaban al poder de Afrodita (por extensión a Eros-Cupido): Palas (Sabiduría, prudencia), Diana (la Naturaleza salvaje, libertad) y Vesta (familia, fidelidad).

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