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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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La cocina literaria de Samanta Schweblin

Entrevista a la escritora argentina Samanta Schweblin, quien estuvo en Santa Cruz la pasada semana, del 26 al 28, dictando un taller literario a iniciativa de la productora Nuñez & Heinrich. La escritora es autora, entre otros, del libro
La cocina literaria de Samanta Schweblin



“Mi cocina literaria es, a menudo, una pieza vacía en donde ni siquiera hay ventanas”, escribía Roberto Bolaño en un textito que develaba -o lo intentaba- los secretos de su escritura con un humor insolente, que completaba, ya sin tanto humor, con mordacidad más bien: en la cocina literaria “El sufrimiento participa, el dolor participa, la muerte participa, pero con la condición de que jueguen riéndose. Digamos, como un detalle inexcusable de cortesía”. Algo parecida es quizá la cocina literaria de una de las escritoras más prometedoras del momento, la argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978). Con el aditivo de la locura, la enfermedad, las pesadillas y el terror involucrados en el juego con un único fin: volver de esos lugares ilesos a la realidad, volver con algo aprendido.

De algo de eso iba el taller literario “La teoría de las promesas”, que vino a dictar a Bolivia, en Santa Cruz, la semana pasada: “El taller es una aproximación a mi propia mirada sobre la cocina literaria. La idea es compartir un poco mis procedimientos de trabajo, mis lecturas, y algunas conclusiones personales que he ido juntando en estos años de escritura acerca de cómo creo que funcionan las maquinarias narrativas –ya sean micro relatos, cuentos, novelas...-. Y llamo a todo esto La teoría de las promesas”, nos dice.

Años de escritura que no son pocos ni estériles. Ha publicado cuatro libros, tres de cuentos (El núcleo del disturbio, 2002, que ganó el primer premio del Fondo Nacional de las Artes 2001; Pájaros en la boca, 2009, que obtuvo el Premio Casa de las Américas 2008. Antes del tercer libro, en 2010, fue elegida por la revista británica Granta como uno de los veintidós mejores escritores en español menores de 35 años. Y finalmente, Siete casas vacías (2015), que le valió el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero) y una novela (Distancia de rescate, 2014), finalista del Premio Man Booker). Schweblin se dedica exclusivamente a escribir y, como buena escritora argentina, a dar talleres literarios allí donde sus libros la lleven.

En esta entrevista, Schweblin nos habla de la importancia de esos talleres literarios como parte de la cocina literaria de cada futuro escritor y de su inclinación por lo fantástico como ingrediente de su cocina literaria personal. Y comienza con una promesa: “(El taller) va a ser intenso, sincero y abierto. Soy generosa, pero también tomo y espero mucho a cambio”.

 

¿Cuál crees que es el impacto y la importancia de un “taller literario” para la formación de futuros escritores y de futuros lectores?

En mi experiencia los talleres fueron un espacio fundamental. Pero esto no significa que tenga que ser así para todos. Y a la vez, asistir a un buen taller tampoco asegura que alguien se convierta en un escritor. Son caminos muy personales. Aun así creo que un buen taller siempre ayudará a acelerar lecturas e influencias que podrían ser fundamentales, te conectan con gente que tiene tus mismas inquietudes –y podrían ser tus grandes aliados en el solitario proceso de la escritura-, y en el mejor de los casos, te enseñan a leerte a vos mismo con distancia, y a leer lo que tu texto realmente dice, y no lo que uno quisiera que el texto diga.

 

En una entrevista que te hicieron comentas que los talleres literarios en la casa del escritor, en Argentina, son algo común. ¿Cuál de los talleres literarios a los que asististe te marcó más y de qué manera?

Es común algo común, sí. De hecho no fue hasta que empecé a viajar al resto de Latinoamérica por mis propios libros que me di cuenta que en realidad esta es una tradición más bien argentina. ¡Pero tienen que hacerlo! Tienen que animarse ustedes también. Después de la escritura, los talleres son lo que más disfruto y en donde más sigo aprendiendo, incluso ahora, de mis propios alumnos. Y la intimidad de la casa de un escritor es el espacio perfecto para sumergirse en un mundo literario en el que, si hay que discutir una palabra hasta el amanecer, ¡se hace!

El taller que más me influenció fue el de la escritora argentina Liliana Heker, a quien considero mi maestra, y con la que siempre estaré muy agradecida.

 

¿Qué es lo que más aprecias de los talleres literarios que tú misma das en Berlín o en otros países?

No puedo decir qué aprecian mis alumnos. Pero puedo decir todo lo que me dan a mí. Por supuesto, vivo económicamente de esos talleres, eso es algo importante. También siempre traen aire fresco, conectándome con lecturas a las que no hubiera llegado sin sus sugerencias, o incluso planteando nuevas preguntas o dilemas literarios en los que no había pensado antes. Sus propios textos, también, me obligan a entrenarme y a pensar en territorios nuevos. Y aunque son jornadas cansadoras, al final dan tanta energía como la que se llevan.

 

En tu biografía se lee que eres egresada de la Carrera de Diseño de lmagen y Sonido de la UBA. ¿Cómo llegaste al cine? ¿Fue el tuyo un camino de cine que deriva en la literatura, o al revés?

No, no. Siempre fue la literatura, desde que tengo memoria. Lo que pasa es que en mi adolescencia, cuando llegó el momento de elegir una carrera, ni se me ocurrió que ser escritor podía ser también una profesión. Jamás pensé que esta vida que llevo ahora sería posible, así que opté por el cine. Y creo que fue una buena elección: en Argentina las carreras de literatura son sobre todo carreras teóricas. El cine es pura cocina, puro ejercicio de prueba y error, y estoy segura de que aprendí mucho más sobre cómo contar una historia editando películas y escribiendo guiones que lo que hubiera aprendido estudiando teoría y estética en la universidad.

 

¿Qué tipo de cine te gusta ver? 

Me gustan las buenas historias, pero esto es bastante subjetivo, ¿no? Me gusta lo que me sorprende, lo que me enseña algo que antes no sabía, o me permite descubrir en mí misma sensaciones o ideas que se me habían escapado hasta entonces.

 

¿Cuáles son tres de tus películas favoritas? 

Tres es un número imposible para eso. Elijo tres de entre unas veinte, al azar: Possesion, de Andrzej Żuławski; Stroszek, de Werner Herzog, y Caché, de Michael Haneke, y ya estoy pensando en otras tres tan posibles como estas.

Un número imposible tres. Tres películas. Podrían haber sido cuatro.

Como las cuatro cocinas literarias de mujeres escritoras a las que Bolaño, en ese mismo texto del principio llamado “Un narrador en la intimidad”, intenta entrar para escaparse de la suya de cemento y atroz: “Si tuviera que escoger una cocina literaria para instalarme allí durante una semana, escogería la de una escritora, con la salvedad de que esa escritora no fuera chilena. Viviría muy a gusto en la cocina de Silvina Ocampo, en la de Alejandra Pizarnik, en la de la novelista y poeta Carmen Boullosa, en la de Simone De Beavoir. Entre otras razones, porque son cocinas que están más limpias”. 

Mucho se habla de que “el otro boom latinoamericano” está liderado por mujeres escritoras, pero, más allá del género, resuena en estas escritoras, entre las que tú eres una de las protagonistas más importantes, la idea de lo “fantástico”, en alusión al “realismo mágico”, como elemento característico de sus relatos. ¿Cómo funciona eso de lo fantástico en tus libros? ¿Qué te atrae de lo fantástico como forma de extrañamiento?

Me atrae su cercanía a lo real. Sé que puede sonar un poco contradictorio, pero ese es el espacio que más me interesa de lo fantástico. Es decir, esos textos que habitan lo real, el mundo que conocemos y en el que estamos acostumbrados a movernos, pero a la vez tocan por momentos lo desconocido. Es más, mis últimos dos libros –Distancia de rescate, y Siete casas vacías-, son libros absolutamente realistas. Todo lo que ocurre en sus páginas son eventos posibles de suceder en nuestra vida cotidiana. Pero hay una extrañeza, algo de lo insólito y lo desconocido a la que intentan asomarse todo el tiempo.

 

En el caso de Schweblin, no es fácil describir cómo funciona su cocina literaria, pero si tuviera que escoger una cocina literaria para instalarme tres días de septiembre en Santa Cruz, escogería la de Samanta, escogería la espera de la muerte, escogería el valor de escuchar lo que no quiero escuchar, la incomodidad de no poder deshacer lo que hecho está, escogería la angustia de las llaves, los hijos, las ciudades perdidas.

Leer a Samanta Schweblin es una manera de acercarse a aquellos ingredientes que utiliza en su cocina literaria diaria que le han dado un manejo del lenguaje exquisito y único. Su voz es cada vez más fuerte y clara y, aunque escribe desde el otro continente, Europa, es una voz muy latinoamericana. Escuchar esa voz es como salir al bosque de los cuentos de hadas y enterrarse en el vientre del lobo para luego volver a la realidad oliendo a bestia. El truco está en volver siempre.

Productora y gestora cultural - [email protected]

“La conferencia de la lora”

Ya que hablamos de literatura y cine, le formulamos a Samanta Schweblin un cuestionario corto, que James Lipton hace a sus invitados en su famoso programa “Inside the Actors Studio”, y que tiene que ver mucho con el lenguaje y la palabra.

¿Cuál es tu palabra favorita?

Rabiar.

¿Cuál es tu palabra menos favorita?

Casi todas las que terminan en “mente”.

¿Qué te inspira y excita creativa, espiritual o emocionalmente?

Las cosas nuevas, lo desconocido, las cosas simples que de pronto logran sorprenderme.

¿Qué te apaga?

El cansancio y la ignorancia.

¿Cuál es tu mala palabra favorita?

La conferencia de la lora.

¿Qué sonido o ruido amas más?

Todos los primos cercanos a mi querido white noise: ventiladores, lluvia, lavarropas, motores, las copas de los árboles en el viento...

¿Qué sonido o ruido odias?

Gente aprendiendo instrumentos, es de un trauma de la infancia, supongo, mi hermana toca la gaita irlandesa y la escuché aprender tres tipos de flautas, violín, y la gaita. Escucho alguien practicar música y se me crispan los nervios.

Si no fueras escritora, ¿qué otra profesión diferente a la que tienes hubieras querido tener?

Escultora.

¿Qué profesión no te gustaría tener?

Ninguna en la que sienta que no estoy aportando algo nuevo.

Si el cielo existe, ¿qué te gustaría escuchar que Dios te dijera al llegar a sus puertas celestiales?

¿Otra vuelta, señorita?