Chonchocoro, el sepulcro de las mafias bolivianas, está en La Paz
A 35 kilómetros de la ciudad de La Paz, en una región inhóspita, gélida y castigada los 365 días del año por un viento recio que cala hasta los huesos, se alza la cárcel más grande y “la más segura” de Bolivia: Chonchocoro.
La infraestructura fue inaugurada en 1992 sobre una meseta andina, en el municipio de Viacha, a 4.050 metros sobre el nivel del mar. Quienes la han visitado coinciden en que, allí, el aire entra apenas a los pulmones y el corazón late a prisa en el esfuerzo de respirar y de calentarse al mismo tiempo.
El penal, con sus diferentes bloques construidos y el perímetro de seguridad, ocupa solamente 10 de las 235 hectáreas que posee la extensión.
Existen planes de utilizar el resto del terreno en áreas de cultivo, en la edificación de un hospital y una escuela penitenciaria.
La zona de Administración está fuera del sector de población, en cumplimiento de normas internacionales. Cuenta con un dormitorio para policías, la garita de control y un tanque de agua.
Las murallas que rodean a la población penitenciaria tienen cuatro torres de control y la malla perimetral posee siete torres de vigilancia. Nunca nadie ha logrado escapar de Chonchocoro.
La zona destinada a la población tiene tres bloques de celdas, un sector de régimen cerrado, dos áreas de régimen intermedio, dos talleres, un comedor, un campo deportivo y dos iglesias.
“DOBLE CASTIGO” Chonchocoro está en la puna misma y el encierro en este lugar es considerado un “doble castigo”, especialmente para quienes no están acostumbrados a la altura y al frío permanente. Pero, los reclusos de Chonchocoro no solo tienen que lidiar a diario con las adversas condiciones climáticas y geográficas, sino con la muerte misma. Este penal alberga a los delincuentes más “pesados” o peligrosos del país.
PENA DE MUERTE
En Bolivia no está aprobada la pena de muerte, pero dicen que Chonchocoro es la “Bolivia paralela” y ese fallo se aplica según los intereses en juego y el dinero que corra.
Los habitantes de esta cárcel no saben de códigos de amistad ni de honor. La lealtad se compra, pero solo dura hasta que algún enemigo ofrezca más, y entonces la traición es la opción de los idólatras del dinero y el poder.
El último crimen, el 19 de junio, fue el de Víctor Hugo Escobar, alias Oti, el exregente del penal de Palmasola que fue trasladado en marzo de 2018 a Chonchocoro y solamente sobrevivió tres meses en la fría puna paceña. Los diarios de Santa Cruz destacaron que al menos tres “pesos pesados” de Palmasola murieron violentamente en la cárcel de Viacha, pero las estadísticas demostraron que allí no solo pierden la vida los reos cruceños, sino también los de otros departamentos bolivianos.
22 ASESINADOS
Las cifras revelan que en los 26 años de funcionamiento que tiene Chonchocoro ya han sido asesinados al menos 22 reclusos y, coincidentemente, eran los líderes más peligrosos de otros penales del país, o de la misma ciudad de La Paz, pero que estaban inmersos en disputas por el poder, o simplemente atravesaban una situación de vulnerabilidad, lejos de sus guardaespaldas, lo que fue aprovechado por sus rivales para mandar a eliminarlos y quedarse con el control de otros penales o “negocios”.
FALTA DE CONTROL
Dos exdirectores de Régimen Penitenciario de Bolivia, Tomás Molina y Ramiro Llanos, creen que estos crímenes y ajustes de cuentas ocurren por la ausencia de control policial dentro de Chonchocoro. Y es que en las prisiones del país, los presos mandan de la puerta principal para adentro.
“Parecería que hay pena de muerte en Bolivia. En Chonchocoro se han dado 22 muertes violentas, lo que demuestra que la Policía no tiene el control”, apuntó Llanos.
Para el exdirector, la responsabilidad de estos hechos de sangre no es de los delegados o de los internos, sino de las autoridades encargadas del control de las cárceles porque “nadie que entre a la cárcel a cumplir una sanción debería salir muerto de allí”.
SOLO DIOS TE CUIDA
El exdirector de Régimen Penitenciario Tomás Molina sostuvo que desde la primera vez que entró a Chonchocoro comprobó que el control policial solo alcanza al primer perímetro y la administración.
En cuanto se traspasa la puerta hacia la población, “solo Dios te cuida”. Para Molina, las muertes violentas de reclusos podrían evitarse si la Policía cumpliera la Ley de Ejecución de Penas que está en plena vigencia. La norma dice que en un recinto deben existir policías de seguridad externa y efectivos para la seguridad interna. Los primeros cumplen su deber, pero los segundos ni siquiera existen.
El 21 de junio, tras el linchamiento de Oti, el viceministro de Régimen Interior, José Luis Quiroga, informó que se reforzó el control policial en la cárcel de máxima seguridad de Chonchocoro.
“Desde ahora nuestros uniformados entrarán a este recinto carcelario para realizar patrullajes tres veces al día”, prometió. Según él, en la cárcel de Palmasola ya se aplica este método y los conflictos internos han mermado.
CUATRO HISTORIAS
Este reportaje recopila las historias de cuatro peligrosos internos y exdirigentes que fueron asesinados en Chonchocoro: Víctor Hugo Escóbar alias Oti, Mauricio Suárez Saucedo alias El Chichuriru, Franz Gonzales Gonzales, alias El Vinchita, y Danilo Vargas, alias El Fantasma.
Incumplimiento
Hasta el 21 de junio se incumplió la ley que prevé la presencia de efectivos de seguridad interna dentro del penal. No existían allí.
22
Reclusos fueron asesinados desde la inauguración de Chonchocoro, en 1992, según datos del exdirector de Régimen Penitenciario Ramiro Llanos. Los fallecidos eran líderes de otros penales del país que fueron trasladados allí por su peligrosidad.