Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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El otro Bustamante de la literatura boliviana

Sobre el libro Paisajes de la montaña, del escritor cochabambino Ricardo J. Bustamante, que refleja ideas y preocupaciones escritas con mucha anticipación a nuestras actuales inquietudes que parecen tan novedosas y originales del presente siglo XXI   
Portada de la obra de Bustamante. CORTESÍA DEL AUTOR
Portada de la obra de Bustamante. CORTESÍA DEL AUTOR
El otro Bustamante de la literatura boliviana

En la actualidad el nombre de Ricardo José Bustamante (1821-1886) nos remite al poeta, dramaturgo y compositor paceño de mediados del siglo XIX, quien publicó los poemarios Canto heroico al 16 de julio de 1809 (1850); Este humilde monumento poético (1857); A la memoria de una hija (1857); Laurel fúnebre a la gloriosa memoria de José Ballivián (1858); La hija de la loca (1877); Hispanoamérica libertada (1883); y su pieza teatral Más pudo el suelo que la sangre (1869). Además, es autor de la letra del Himno Departamental de La Paz, estrenado el 16 de julio de 1863, bajo la presidencia del general José María Achá.

Tres décadas después de la muerte del poeta paceño Ricardo J. Bustamante, irrumpió en el campo de las letras, el escritor de nombre homónimo Ricardo Bustamante. Según el bibliógrafo e historiador Arturo Costa de la Torre, Bustamante nació en Cochabamba; realizó sus estudios universitarios en Derecho; asumió la Dirección del Colegio Nacional Sucre de Cochabamba; en la administración pública ocupó el cargo de Inspector de Instrucción; y fue brevemente Rector de la Universidad San Simón de Cochabamba, el año 1928. En el campo literario publicó Hacia la vida intensa (Cochabamba, 1918); Paisajes de la montaña (Cochabamba: Editorial López, 1926) y Una vida (Cochabamba: Imprenta Universitaria, 1949). Lo paradójico del caso, es que, la labor intelectual del escritor cochabambino fue ensombrecido por el trovador paceño.

Reflexiones en la montaña

El 18 de diciembre de 1926, Ricardo Bustamante publicó el libro Paisajes de la montaña. Este curioso texto de tinte literario, filosófico y ecológico inicia describiendo “una enorme toldería de nubes de muy diversa densidad”. En el horizonte –describe Bustamante– aparece el Cerro San Benito, en Colomi (Cochabamba), “en efecto, cuando atravesábamos la garganta del San Benito, la densa niebla nos estrechó, de modo que a algunos metros de distancia el velo se hacía impenetrable”. El ecosistema de Colomi es descrito de la siguiente manera: “Sin querer uno se halla poseído por el misterio y todos los cuadros que fraccionariamente se contempla, por esa reducción constante de las brumas, ofrecen también un tono misterioso, en medio de las sombras”. Bajo la óptica de la mitología, Bustamante manifiesta: “Se explica entonces porqué los hombres han colocado, invariablemente en las altas cumbres, la morada de los dioses. Se recuerda de la India y de la enorme elevación del Himalaya, lo mismo que de sus dioses que peleaban descuajando montañas, para arrojarse por encima de las cabezas (…). Finalmente, se piensa en las leyendas aimaras y quechuas que han deificado el Illimani, el Mururata, el Tata Sacaba, el Tunari”.         

El tono arcano que señala Bustamante, aterriza en el denominado “imperio de las nubes”, que es el lugar donde se contempla los campos abiertos de la tierra, que parece “que está bajando del Olimpo, después de haber departido con los dioses. Sin querer se ha saturado de los misterios de las alturas”. Esta mezcla de sensaciones produce un estado de ánimo “vagamente delicioso e incorrecto. Algo parecido a esas sensaciones y a ese estado de ánimo inspiraron seguramente al héroe de Nietzsche, al célebre y desatentado Zaratustra, que tantos pensamientos revolucionarios y formidables ha dejado en los campos de la filosofía y de la moral, dando lugar y motivo para profundas y evidentes desviaciones en los derroteros del pensamiento humano”. 

Los distintos escenarios que pinta Ricardo Bustamante se inclinan en mostrar –en su máxima expresión– lo enigmático de la naturaleza, donde irradian las profundidades de la metafísica y la ontología. Por ejemplo, un arroyo es el juego de las aguas que representa los “laberintos, cavados de la manera más ruda y desatentada en la mole del cerro, que abrieron para darse paso las aguas, saltaban éstas, no ya con su color cristalino y transparente, sino con un tono blanco, como si su caudal fuera de espuma pura. El cauce se retorcía, se deformaba estrechándose u oponiendo obstáculos, asumiendo formas de una tortuosidad inverosímil, y, muy rara vez, las proporciones y la medida de una fuente gigantesca o de una cratera rebosante de un enfurecido y crespo licor”. Por tanto, el ser humano a través de sus sentidos es incapaz de comprender “el lenguaje avasallador, amenazante y omnipotente” de la naturaleza, pero es conocido a pesar de todo. Según Bustamante, esto se debe a que se fue desarrollando una inusitada irrupción de ideas panteístas que invadieron y se apoderaron de las entrañas perceptivas del hombre.

En un pasaje del texto, Bustamante narra que se encontraba recostado en un tronco, leyendo un libro, después de algunas horas, siente balancear el puente como si alguien hubiera comenzado a caminar: “Vuelvo los ojos. ¡Qué cosa bárbara! No me queda sino arrojarme a las aguas. Una onza cabezona y corpulenta está sobre el puente. Las sacudidas son sus advertencias para que le deje expedita la vía y me entregue a la fuga. Nos miramos. Sus ojos tenían una suavidad desconcertante, que lo mismo encerraban la piedad que la felonía. Si daba un paso más, yo me echaba a las aguas… Pero no hubo nada. La onza cabezona dio media vuelta”. La fabulosa descripción es el encuentro que tuvo con un felino que lo dejó perplejo y pensativo acerca de la “grandeza” del hombre, que con el paso de las horas esa magnificencia concebida al ser humano se fue quebrando ante la naturaleza de ese lugar: “El hombre se pierde en el sendero, que da una pequeña vuelta y se interna en la virginidad de la selva. Se ha llevado todo el mundo de mis pensamientos, porque se han desvanecido ellos en cuanto desapareció el rey pigmeo”. También se puede advertir que Bustamante recorrió varios lugares de Cochabamba y los Yungas de La Paz, pues, cataloga estos parajes como un “inaudito cielo”, “ostentosa virginidad”, “machas de un verde más claro”, “el verde de los cocales”, entre otros, en donde estos parajes hablan a la imaginación con un irresistible lenguaje de promesas y seducción.      

Sumergido por las energías telúricas de la serranía, Ricardo Bustamante manifiesta que desde un punto de vista infinito y eterno no existiría el bien y el mal, ya que todo el universo no es más que un encadenamiento y sucesión de fuerzas y leyes de la naturaleza, en donde la vida de los seres humanos es simplemente una chispa, “un mero accidente” en donde la “muerte es como lumbre”, puesto que, al morir, el hombre aparecerá en nuevas formas de vida. La reducción de la carne quedara en polvo. Por eso, –dice Bustamante– nuestras luchas y hecatombes humanas (entre el bien y el mal) son pequeñeces. En estos espacios geográficos, “la naturaleza ha asumido caracteres verdaderamente inverosímiles. El calor llega a un grado que está por encima de toda ponderación. Uno percibe que su existencia ha sido trasladada a un vivero, para que florezcan y rutilen sus tesoros más recónditos, para que despierten de su sueño las cualidades más profundamente dormidas, lo hechizos y los encantos cerrados y ceñidos por el cofre de cada cuerpo. La vida se hace sencillamente más portentosa, y una de las virtudes que más fácilmente brota es la resignación. Nada llega ya a sorprenderle a uno. La muerte está allí a cada paso, porque la naturaleza, en su acción creadora, está devorando las existencias sin piedad, para dar nacimiento a otras”.          

Las tempranas ideas de Bustamante sobre el medio ambiente, el proteccionismo, la naturaleza y sus habitantes no se quedaron en describir escenarios verdes y frondosos, puesto que, expreso la necesidad de proteger a sus moradores, las selvas y las tierras del Estado boliviano a través de normas: “Uno de los olvidos más graves e inexplicables de la legislación y las demás disposiciones dictadas por los poderes del Estado sobre tierras baldías, es el que deja a los moradores de nuestras selvas, primeros ocupantes y poseedores del suelo (…). Pero ese olvido no debe perpetuarse. No es posible que un país democrático, una república americana, siga consagrando en su legislación la torpeza, injusticia en el sentido más lato y preciso de la palabra; la inaudita torpeza de dejar a los salvajes de nuestras selvas sin un palmo de terreno que constituya su propiedad”. Hasta el día de hoy, el mensaje de Ricardo Bustamante se encuentra ignorado y olvidado dentro del campo literario y ecológico. El libro Paisajes de la montaña refleja ideas y preocupaciones escritas con mucha anticipación a nuestras actuales inquietudes que parecen tan novedosas y originales del presente siglo XXI.                           

Literato – @freddy_zarate1