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Las 15 novelas fundamentales de Bolivia

Las 15 novelas fundamentales de Bolivia



A tono con el aniversario patrio celebrado ayer, la RAMONA decidió dedicar su tema central a una revisión de las 15 novelas fundamentales de Bolivia, elegidas en 2009 a iniciativa de la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés y el entonces Viceministerio de Culturas (hoy Ministerio). Para lo anterior, el suplemento ha acudido a sus editores y colaboradores, así como a algunas reseñas publicadas en otros medios. Las obras seleccionadas fueron reeditadas por Culturas en 2012 y 2014. La cartera pública suele vender la colección completa en las ferias del libro. La mayor parte de los títulos han sido también relanzados por editoriales como Plural, La Hoguera y Kipus.

Íntimas (1913)

Adela Zamudio

Para muchos, la inclusión de esta novela entre las 15 más representativas de la literatura nacional responde a una cuestión de género, a que se debía incluir a una mujer en la lista. Esa es una afirmación que solo se puede sostener si uno no ha leído el texto referido. Íntimas fue la única novela que escribió Zamudio (1854-1928), y no fue muy bien recibida por la crítica en el momento de su publicación. Muchos amigos escritores le recomendaron que deje la narrativa para volver a la poesía, un género mucho más apropiado para las mujeres. Esta apreciación que hoy nos suena a aberración, indirectamente señala algo que es importante y evidente: Íntimas es una obra profundamente femenina, pues se ocupa de lo privado, de los movimientos internos, está llena de inteligencia y elegancia. Es opuesta a una tradición narrativa nacional empeñada en prestarle atención a lo público, a los grandes eventos, al ruido y a la banalidad del mundo. Es un texto adelantado a su tiempo y a su contexto. Esta novela epistolar (compuesta por cartas) está cerca del romanticismo y del modernismo. Zamudio reconocía que era para almas delicadas. Claro que lo es. Lo que es sugerente es que, en el fondo, todos tenemos almas delicadas. Por tanto, Íntimas es una novela que es para todos. (Andrés Laguna Tapia)

Tirinea (1967)

Jesús Urzagasti

La primera novela del que para muchos es el narrador boliviano más importante de los últimos tiempos, sin duda, es una obra maestra de proporciones universales. Esta pieza tiene por protagonistas a Fielkho y al viejo. Pasean por ella incontables personajes inolvidables, es un ejercicio de memoria, en el que esta no funciona como un registro de lo que sucedió, sino que se convierte en algo dinámico, en movimiento, los recuerdos viven e interactúan entre ellos. Hay quienes dicen que Urzagasti (1941-2013) no escribía novelas, sino prosa poética. Eso solamente es acertado en la medida en que su narrativa tienen la belleza de la poesía y la capacidad de construir imágenes a la altura de los grandes maestros de la metáfora. Tirinea es una narración, pero no de eventos pedestres o, mejor, de eventos pedestres que a través del recuerdo escrito se convierten en hechos trascendentales. A lo largo de su obra, Urzagasti se ha constituido en un gran intermediador entre el campo y la ciudad, entre los vivos y los muertos, entre esos que solo se pueden encontrar en sus páginas. Esta es la obra de un autor poseído por la inspiración. (ALT)

El otro gallo (1982)

Jorge Suárez

Cuando se debatía la selección de las novelas fundamentales, uno de los argumentos para no incluir a esta obra fue que, para algunos especialistas, El otro gallo es un cuento. Ya sea novela, nouvelle, novela corta o cuento, El otro gallo es una de las más potentes obras narrativas de la literatura boliviana. Gira en torno a un personaje magnífico, Luis Padilla Sibauti, “el Bandido de la Sierra Negra”, un sujeto que básicamente pasa su tiempo libre contando sus aventuras al grupo de parroquianos de la Cabaña. Disfrutando de patasca y cerveza fría, los relatos del Bandido siempre tratan de las formas más ingeniosas de burlar a la ley y a sus esbirros. El personaje principal del texto de Jorge Suárez (1931-1998) es un aficionado al cine. Cuando asiste a la sala oscura y está frente a la pantalla de plata, cree incuestionablemente en lo que ve. Cuando está en la Cabaña, como en un pacto de fe, los parroquianos también creen en sus aventuras, viajan con sus relatos. Ah, ahí está el poder del gesto narrativo. No hay género que sea capaz de delimitarlo y clasificarlo. (ALT)

Jonás y la ballena rosada (1987)

Wolfango Montes Vannuci

Sin duda, Montes Vannuci (1951) tiene una de las plumas más ágiles de la literatura boliviana, lo que hace que sus novelas se puedan leer de manera voraz. En su obra más aplaudida, conjuga una estructura narrativa interesante, con logrados momentos de humor, erotismo e introspección psicológica. Jonás y la ballena rosada es una novela que está ambientada en la Santa Cruz de mediados de los 80, en medio de auge del narcotráfico. Nos regala un escenario que raya lo surreal, situaciones entre delirantes y patéticas. El personaje principal de la novela, Jonás, está atrapado en una vida que le causa profundas frustraciones, un matrimonio infeliz, una familia política arribista llena de prejuicios y complejos, un medio social que está entre la corrupción y la decadencia. En medio de una crisis personal, comienza a dedicar su tiempo a la fotografía y mantiene un romance con su cuñada, Julia. A partir de ahí se desarrolla lo central de la obra. Pero, más allá de que las situaciones de la novela sean interesantes y de que el contexto sea absolutamente atractivo, esta obra principalmente es un viaje reflexivo hacia la compleja psiquis del personaje del título, no es una mera sucesión de eventos pintorescos, que deambulan entre los romántico y lo violento. (ALT)

Juan de la Rosa. Memorias del último soldado

de la Independencia (1885)

Nataniel Aguirre

Esta es una novela que todos conocen, pero ya casi nadie lee. Juan de la Rosa sigue siendo hoy la narración más representativa de la literatura boliviana (numerosas ediciones, reimpresiones y una traducción así lo muestran). Publicada como folletín del periódico El Heraldo en 1885, constituye lo más importante de la obra de su autor, el cochabambino Nataniel Aguirre. Aguirre fue un letrado, fuerte personaje del Partido Liberal durante el siglo XIX. Nacido en 1843, a Nataniel Aguirre le tocaría vivir una época de profunda conmoción histórica: la Guerra del Pacífico y el nacimiento del régimen de partidos políticos en Bolivia. Fue voluntario en la guerra, ministro de Estado, hombre muy crítico de su época, y murió en 1888 siendo aún muy joven. Juan de la Rosa es tal vez la novela más trabajada por la crítica. Con un estilo narrativo directo y un argumento que interviene lo histórico desde la ficción, la novela cuenta las “memorias” del “último soldado de la Independencia”, el coronel Juan de la Rosa, quien escribe para dejar una enseñanza a las generaciones bolivianas. Sin embargo, esta proyección romántico-pedagógica no es lo más interesante de la novela. La discusión de un proyecto de país desde la identidad mestiza, por ejemplo, es uno de los elementos que la hacen una propuesta de vanguardia en una época en la que el proyecto de nación desde sus élites criollas no lograba afirmarse (el trabajo de Ximena Soruco es muy interesante al respecto). En la memoria histórica discursivamente creada desde la imagen literaria, el espacio citadino cochabambino se vuelve imaginario mestizo consagrado por los recuerdos del protagonista, Juanito, mientras busca sus orígenes en su historia, que es también la de los primeros años de lucha contra España. Sin duda, una novela imprescindible en el canon. (Javier Velasco Camacho)



Historia de la Villa Imperial de Potosí (1965)

Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela

La Historia de la Villa Imperial ubica el nacimiento de la tradición literaria en el periodo colonial. Poco se sabe de su autor, el potosino criollo Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, más allá de algunos datos que revelan su nacimiento en 1676 y el que haya dedicado toda su vida a la escritura de esta obra que, luego de 30 años de escritura en 150 años de vida potosina que abarca la narración y 1.500 páginas de relatos, concluyó con su muerte en 1736. A partir de esa fecha, y por la negativa del mismo Arzáns a que su obra fuera publicada, La Historia se pierde en el tiempo hasta que, en 1965, Gunnar Mendoza y Lewis Hanke la publican en los EEUU. Pero más allá de su valor como documento de época, el aporte a la comprensión de la identidad boliviana es su mérito mayor. A partir de ella, y como menciona García Pabón, la misma modernidad boliviana se enfrenta al reto de tener que reconocer mayores afinidades con su pasado colonial que con el pasado prehispánico, en la idea de que no solo heredamos de la colonia sus instituciones, sino su forma de percibirnos como grupo social. La Historia es un conjunto de relatos sobre la vida del Potosí barroco del siglo XVII, una narración en la que lo ficcional interviene permanentemente lo histórico y en la que una variedad de temas (guerras políticas, mujeres rebeldes, fiestas barrocas, etc.) giran en torno a la formación del sujeto criollo, conflictiva asimilación del español en tierra americana que se narra como proceso, y se produce precisamente en el acto mismo de narrar. Texto obligado ciertamente, no solo por su valor estético, sino por la comprensión que permite de un “nosotros” en sociedad. (JVC)

Los deshabitados (1959)

Marcelo Quiroga Santa Cruz

Es la gran novela del proceso del 52, de su desgate, más bien. Los Deshabitados se publicó en 1959 y fue escrita por Marcelo Quiroga Santa Cruz. Cochabambino, nacido en 1931, de cuna nobiliaria, devino humanista comprometido con el campo popular. Político innato que, según los que lo conocieron, hizo armas ideológicas desde el demo-liberalismo, pasando por el nacionalismo revolucionario hasta asentar su convencimiento frente a las desigualdades sociales en la lucha de clases marxista. Muere en 1981, mientras organizaba la resistencia, durante ese asalto a la COB en el que la cobardía de la versión oficial lo declara como “caído en combate”. Hoy todavía la canalla se rehúsa a revelar el destino de sus restos. Producto de las crisis de su tiempo, no faltan quienes ven que en Marcelo al político que le habría ganado la pulseta al artista. Falsa encrucijada, dice Guillermo Mariaca, pues literatura y política son prácticas discursivas que en Marcelo se reforzaban e iluminaban mutuamente. Los deshabitados es una novela que se disfruta, pues marca una renovación del lenguaje en un momento de obstinados realismos. Narrativamente, produce el sentido de las soledades sociales, subjetividades incapaces de comunicarse y reproducir sentido de vida, como la ha leído Sanjinés, a causa de la invasión de lo público, del Estado. Se la puede querer imposibilidad de mundo social en nación compleja y derrota revolucionaria; pero no alcanza. Se la puede perseguir voluntad de lenguaje que opera en la ética del autor para con su acto sin moldes; pero se escapa. Es que Los deshabitados no obra ni frustra, recompone toda una posibilidad de sentidos que no se agotan en lo ético o lo político, sino que viajan hacia las sutiles formas del lenguaje, y así también de vuelta, para componer lo maravilloso del arte: pensamiento social desde el subversivo disfrute de su forma. (JVC)

Aluvión de fuego (1935)

Oscar Cerruto

Esta novela es el primer trabajo literario publicado por Oscar Cerruto (La Paz, 1912-1981), cuando este apenas contaba con 23 años. En ella se relata el periplo de un joven de clase media alta a través de uno de los períodos más dramáticos y fundamentales de la Bolivia del siglo XX: la Guerra del Chaco. Pero, a diferencia de gran parte de la literatura de aquellos años, toma una visionaria distancia respecto al campo de batalla y se centra en los conflictos que nacían en el seno mismo de la república y que determinarían el devenir de la historia nacional.

Escrita con el pulso febril de la juventud y bajo la impronta de una retórica revolucionaria, Aluvión de fuego ya deja entrever la potencia poética del paceño (acaso recién consolidada 40 años después con la publicación de Estrella segregada) y avala la claridad de una lectura que supo adelantarse al curso que seguiría la vida política y social de un territorio que, tras la pérdida de su litoral y una guerra civil, aún era incapaz de enfrentarse a sí mismo y constituirse como nación.

Comenzando en la placidez de una vida acomodada y sus tribulaciones filosóficas; cruzando el palpitante, sangriento y siempre irresuelto conflicto del indio; acabando en los parajes de la mina y la fogosidad de sus gritos insurgentes; es, pues, la travesía de Mauricio Santacruz, protagonista de la narración, uno de los mejores retratos que se ha hecho de la sociedad boliviana de entonces, y que aún hoy mantiene vigentes algunos rasgos de aquel cuerpo amorfo, siempre al límite de la hecatombe. (Mijail Miranda Zapata)

La Chaskañawi (1947)

Carlos Medinaceli

Quizás esta sea la obra cumbre de la literatura costumbrista en nuestro país. Carlos Medinaceli (Sucre, 1898-La Paz, 1949), uno de los pensadores más importantes en las primeras décadas de la pasada centuria, retrata las tensiones que experimenta un joven y prominente universitario, Adolfo Reyes, al retornar desde la ciudad al viejo terruño.

Impregnada de un amargo bucolismo y los vaivenes tormentosos de las pasiones juveniles, Medinaceli da cuenta de las intrigas y veleidades del romance entre una chola, la Claudina, y un pije chuquisaqueño, y la derrota de este frente a ella.

El encholamiento de Reyes deja así al descubierto los últimos coletazos de una rancia “aristocracia” rural -que deberá reinventarse tras la Revolución del 52-, la eclosión de un esquema de valores e ideas arraigadas quizás desde la colonia misma, la reconfiguración de la correlación de fuerzas dentro la sociedad boliviana de mediados del siglo XX.

Claudina García es así la personificación de una nueva forma de entender las relaciones sociales, en tanto clase, género y moral. Es la victoria del amor prohibido frente a la anquilosada y sagrada institución del matrimonio. Es el triunfo de la voluptuosidad ante al recato y la mojigatería. Es la portentosa fuerza vernácula imponiéndose al rancio e inerme “viejo solar hispano”. Es el cholaje acomodándose por encima del señorío. Claudina es la mujer independiente, decidida, libre, empoderada, consciente de su cuerpo y sus placeres, segura de su ingenio y su alcance, eclipsando a la dócil, abnegada y resignada figura de Julia, esposa de Reyes. Es la matriarca de mano dura ejerciendo su dominio, “porque el Adolfo es como una guagua, sin voluntad, sin carácter, inútil para la vida”. (MJZ)

Felipe Delgado (1979)

Jaime Saenz

Una novela a la vez que un tratado místico podría considerarse a Felipe Delgado de Jaime Saenz (La Paz, 1921-1986). La noche paceña, el alcohol y la muerte atraviesan esta historia que, ambientada en la época de la Guerra del Chaco, nos habla de la vida del personaje homónimo, asiduo de la bodega El Purgatorio, donde conocerá a entrañables compañeros de interminables farras.

Algunos de ellos son los aparapitas (cargadores que trabajan en los mercados). En la óptica sublimada de Saenz, ellos, que visten multicolores sacos remendados en exceso, tienen, cuando beben hasta morir, la extraordinaria capacidad de “sacarse el cuerpo”. El telón de fondo es a veces el Illimani, ente tutelar de la sede de Gobierno que detona otras tantas consideraciones filosóficas que suelen rayar en una espiritualidad por supuesto que no religiosa.

Editada por primer vez en 1979, la novela, de más de 600 páginas, varias escritas en clave de prosa poética, fue durante mucho tiempo de un culto casi secreto, hasta su reedición por Plural en 2007, que ayudó a que el público la redescubra. (Sergio de la Zerda)

El run run de la calavera (1983)

Ramón Rocha Monroy

El destino de El run run de la calavera, novela del escritor cochabambino Ramón Rocha Monroy (1950), está marcado por sucesos peculiares. La novela se publicó completa recién después de la primera edición (Los Amigos del Libro), en la que fue omitida la segunda parte. Las siguientes dos ediciones, segunda y tercera, circularon junto a distintos periódicos nacionales. Su destino insólito, entre trágico y lúdico, parece plantearse como una extensión de la novela. La realidad extraña, posible y exagerada en El run run de la calavera parece haberse hecho carne en los sucesos que depararon su distribución.

La novela establece la atención sobre la relación que existe entre la vida y la muerte. El día en que empieza el relato es el 1 de noviembre, el Día de los Difuntos. Esa línea imperceptible que divide estos dos mundos es el espacio que instaura el libro, es en ese lugar, imaginario y casi inexistente, donde los vivos y los muertos se van a relacionar. Los difuntos, personajes muy importantes, reclaman al principio del libro el hecho de estar olvidados en un día tan importante, por esto deciden salir del cementerio a bloquear la carretera. De esta manera, la delgada línea que separa la vida y la muerte se desvanece para crear un espacio nuevo donde los cadáveres y sus familiares supervivientes comparten un territorio. Esta “invasión” quiebra la realidad (…). (Mauricio Murillo, en La Prensa)

La virgen de las Siete Calles (1941)

Alfredo Flores

En las letras bolivianas el nombre de Zora Abrego es sinónimo de belleza exuberante, pasión y tragedia. Las páginas de La virgen de las Siete Calles, donde Zora es protagonista, trasladan al lector a una Santa Cruz de principios de siglo XX, aún rural. A través de las palabras de este texto se puede percibir el calor intenso del monte, oír el mugido de las vacas, sentir la proximidad de los mosquitos y presenciar el desenfreno de sus personajes.

Esta novela costumbrista corresponde al escritor y periodista cruceño Alfredo Flores (1900-1987), quien publicó la obra en 1941. A pesar de no ser un texto largo, en un sentido convencional, Flores no pierde un solo detalle y aprovecha cada espacio para describir la idiosincrasia de la gente y los paisajes de esa emergente ciudad del oriente boliviano.

El historiador y crítico literario Enrique Finot escribió sobre este relato que "es una novela bien llevada, que contiene cuadros del ambiente que han sido trazados con emoción y con destreza”. El escritor potosino Saturnino Rodrigo también se refirió, en 1942, a la prosa de Flores. "Las casonas alegres y añosas de Santa Cruz han sido pintadas con tal fidelidad que fueron salvadas del olvido”, expresó Rodrigo, según una compilación del periodista Elías Blanco Mamani (…). (Gabriel Díez Lacunza en Página Siete)

El Loco (1966)

Arturo Borda

En 1966 se publicó finalmente, y pasados ya 13 años del deceso del autor [el escritor paceño Arturo Borda], los tres tomos —¡1.676 páginas!— de El Loco, una descomunal bitácora de vida: diario, cuaderno de apuntes, ficcionario, una suerte de visión total interna y externa que es hoy parte de la colección de las 15 novelas fundamentales de Bolivia.

¿Novela, entonces? [La literata Claudia] Pardo, que junto a Omar Rocha preparó una selección de fragmentos de la única edición de El Loco para este proyecto, afirma que sí: “Yo diría que El Loco es una novela que básicamente narra, poetiza, dramatiza, reflexiona la experiencia de conocimiento y pensamiento del Loco, personaje que existe a través de la palabra, es decir, él conoce y comprende su realidad desde el ejercicio mismo de la escritura de esta obra”.

“Yo ‘Llevo el ala enlutada ya con la insondable nostalgia por mi lar perdido desde la bárbara conquista. No busques, pues, en mí, ¡oh, enigmático caminante!, ninguna actividad en el mundo real; ve que sólo vivo en las somníferas calmas del azul, allá donde bebo la serenidad de mis dioses Inti, Phajsi y Huarahuaras, que inundan de melancolía el aire ambiente”.

¿Pero qué es entonces El Loco? El mismo Borda intenta una explicación en su Autobiografía: “Y continúa escribiendo, a pesar de todo, únicamente cuando necesita expresar algo que le impulsa premiosamente. Así ha ido trabajando en esta actividad desde 1901 en una obra cuyo protagonista es El Loco, en cuyo ser y vida se baten y funden todas las ideas en una desesperada aspiración de ensueño hacia una suprema liberación conciencial del yo” (…). (Martín Zelaya en Semanario Aquí)

Raza de bronce (1919)

Alcides Arguedas

Raza de bronce, aparece en plena madurez intelectual de Alcides Arguedas [La Paz, 1879-1946], y como señala Antonio Lorente Medina, supone el punto de inflexión en su evolución ideológica y profesional. Intelectualmente, se puede marcar la trayectoria de Arguedas entre 1899 y 1932, tal como lo indica Teodosio Fernández Rodríguez, entre el ascenso de los liberales al poder en Bolivia y el comienzo de la Guerra del Chaco, que abrirían una nueva época en la historia del país, precedida del conflicto bélico conocido con el nombre de Guerra del Pacífico (1879-1883), que en el caso de Bolivia, implicó su primera gran derrota territorial frente a Chile al perder el acceso a los puertos del océano Pacífico. En este marco, Arguedas aparece en un escenario cultural obsesionado por la búsqueda de los elementos esenciales de la identidad nacional, de las causas profundas de la inestabilidad republicana. De esta manera, como enfatiza, Antonio Cornejo Polar, Raza de bronce “fue pensada como una obra mayor, destinada a ingresar abiertamente en el debate nacional sobre la vida social boliviana”.

Pero Alcides Arguedas es un escritor polémico. Como señala Oscar Osorio, los juicios de la crítica sobre el escritor boliviano se han movido en dos vertientes antagónicas: los que sostienen que es un defensor de la causa indígena, y los que sostienen que es un defensor de la sociedad dominante boliviana: “Ninguno de los dos criterios es sostenible –sostiene Osorio-, pues el desprecio del escritor por la sociedad indígena es tan absoluto como su desprecio por la sociedad boliviana en su conjunto”. (Publicado en criticayrevolucion.blogspot.com)

Matías, el apóstol suplente (1998)

Julio de la Vega

Matías, el apóstol suplente [novela del escritor Julio de la Vega (Santa Cruz, 1924- La Paz, 2010)] oscila entre el diario oral del apóstol Matías y el diario escrito del guerrillero Inti Peredo. La historia de los dos desarrolla en una manera paralela, tocando temas comunes (e.g., lo que significa la libertad, el rol de la violencia para alcanzar sus metas) y dirigiéndose a preocupaciones compartidas (e.g., el haber abandonado a su familia, el rol del azar en llegar a su posición, el sentir haber fracasado en su encargo). A lo largo de la novela, las dos historias van entremezclándose cada vez más hasta que, al fin, se funden para formar una sola voz enloquecida y desesperada.

La unión entre estos dos personajes crece a partir de una cuestión fundamental: la suplencia. Matías ha reemplazado al discípulo traidor Judas; Peredo asume el puesto dejado vacío por la muerte del revolucionario Che Guevara. El hecho de que han suplido a otras personas hace que sientan un tipo de complejo de inferioridad. Para compensar este sentimiento, los dos se dedican aún más fuertemente a la liberación de los oprimidos de su sociedad (…). (Jane Okpala en venenolundico.blogspot.com)