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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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La pasión hípica

La pasión hípica



En las dependencias interiores del antiguo Banco "Argandoña" de Cochabamba (en la calle "Sucre" a cuadra y media de la Plaza de Armas) había tres o cuatro pesebres, albergue de finos caballos que pertenecían al Gerente de la institución bancaria, el entonces don Roberto Suárez.

En aquellos días del año 1910, tener caballos era como poseer hoy hermosos automóviles...

Los caballos de ese tiempo, fueron los elementos vivos que representaban todo el tráfico de la ciudad. Un caballo fino, un "pura sangre" por ejemplo, era como el elegante "Cadillac" moderno, entre tanto que el caballito cochabambino, el caballito valluno, corto, bajo y sin herrar, representaba lo que hoy seria un "Opel" o cualquier otro coche barato...

Una recua de mulos o borricos de uso corriente entonces, podría ser la réplica actual de "jeeps", camiones o camionetas transportando productos agrícolas o efectuando mudanzas...

Eran brillantes acuarelas de aquel tiempo, los tradicionales grupos de hermosas señoritas elegantemente vestidas con trajes de montar y asentando sus delicadas redondeces sobre monturas de doble cuerno...

Y apuestos jóvenes de sombreros jipi-japas (Jipi-japa: Nombre de cierto sombrero panameño tejido de finas fibras vegetales), pañuelos blancos al cuello, mostrando en los pies el bota - botín coqueado, reluciente de negro charol y cubriendo hasta la rodilla, el pantalón ancho sin planchar...

Así la juvenil, alegre y romántica cabalgata de nuestros actuales abuelos viajaba (esa es la frase) enormes distancias, como eran las que existían a Calacala, la Muyurina, Mayorazgo o la Taquiña.

Los caballos del viejo don Roberto Suárez, eran pues famosos y codiciados por su "pedigree" árabe. Estaban al cuidado del más experto de los caballerizos y amaban a su pesebre. Amaban el fresco sabor de su alfalfa y pifiaban de placer casi humano, al sentir sobre sus ancas el tierno palmoteo del cuidador. El establo era su querencia, su casa, su hogar...

Había de verse el típico espectáculo de los "caballos de Argandoña", como se les llamaba cuando desfilaban por la calle "Santo Domingo" (hoy Santiváñez) rumbo al río "Rocha" para tomar su baño diario. La gente los miraba con verdadero placer y los muchachos seguían a la caravana...

Entre los muchachos se encontraba siempre el que después, debido a su íntima afición por las caballerías, habría de cruzar montado todas las rutas de Cochabamba, en su calidad de Inspector de Caminos. Este muchacho se llamaba José de la Vía Dorado a quien ya anciano, han debido descubrir los ojos de los urbanizados hippies de Cochabamba, andando por nuestras calles hasta hace poco, ya que el "viejo Vía", como se le llamaba, murió llevándose a la tumba los secretos del buen jinete...

Y ahora la anécdota...

Una mañana, el joven Vía pidió al paternal caballerizo le permitiera bañar a uno de los caballos en el río. Aceptada la solicitud, desnudóse José, saltó sobre la grupa del animal y así montado se hundió en lo más profundo de las aguas...

Luego de unos minutos, sintiéndose el caballo bañado y montado a la vez, es posible que lo inundaran bestiales nostalgias por su querencia del Banco "Argandoña", pues afirmando sus cascos en tierra dura, se lanzó en carrera desenfrenada por la calle "Santiváñez" sin importarle que José fuera gloriosamente desnudo y sin gobierno sobre la grupa...

Y así los transeúntes de la citada calle, vieron sorprendidos un caballo galopando, rumbo a la Plaza Principal, con un hombre prendido al lomo y que desvestido mostraba rojo de vergüenza pública, su integridad personal. El hermoso caballo cruzó la plaza "14 de Septiembre", sacándole miríadas de chispas al empedrado y fue para los testigos, una aparición de extraña fantasía la del jinete sin ropa...

El ingreso de ambos personajes desnudos -caballo y hombre- en el patio principal del Banco, causó sensación. José de la Vía, desmontó rápidamente y como Adán, ocultó su vergüenza detrás de un pilar, mientras que toda la planta de empleados bancarios con las figuras patriarcales de don Roberto Suárez, don Carlos d´Avis y don Roberto Ramallo, contemplaban la escena deliciosamente absortos.

Mientras las miradas volaban de José al caballo y de éste a José, durante un silencio patético y solemne, se oyó la voz de don Carlos d´Avis que sentenciosamente decía:

-"Por lo general, la gente viene al Banco vestida y luego de pagar intereses y amortizaciones sale desnuda. Pero este caso es al revés...".