Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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La paloma



La historia natural dice que la paloma es un ave intermedia entre las gallináceas y los pájaros. Domesticada desde los albores del drama humano la paloma ha sido siempre el símbolo de la dulzura, la timidez y la inocencia. Construye su nido en los árboles, las rocas o los aleros. No es un ave solitaria. Vive en bandadas obedeciendo a su instinto gregario, tan fuertemente vibrante que la hace vivir en las poblaciones junto al hombre.

Las plazas de París, Roma, Madrid, Buenos Aires o San Marcos de Venecia, son famosas por su volátil presencia. Esta dulce y pacífica criatura le ofrece al hombre su extraño poder de orientación, además de su largo y resistente vuelo para elevarse a través de las dilatadas distancias. Fue el primer correo aéreo del género humano y a pesar de ser ella emblema de la paz, se la obliga a intervenir en las guerras.

Es víctima de las aves rapaces. El halcón de ojos vivos y penetrantes, luchador y ladrón de los cielos, la persigue y la devora en el aire entregándose ella a su destino, sin resistencia.

Nadie sabe si el sonido que vibra en su garganta es de dolor o de amor, porque su arrullo además de dulzura trasunta hondas melancolías. Acaso por ese canto mezcla de pena y vitalidad, la paloma es un símbolo. Lo es de la paz desde su estupenda aventura del Arca de Noé y el Diluvio...

Como madre, su ternura se sublimiza cuando alimenta a sus hijos como besándolos...

El cristianismo hizo de la paloma, el símbolo del Espíritu Santo y el emblema de la fidelidad conyugal, del martirio y la resurrección. Su nombre es sinónimo de ternura en todas las lenguas de la tierra. Y ha sido así la inspiración de la poesía universal.

El hombre la hace vivir en rara y ajena sociabilidad humana. Le construye su vivienda y los palomares que le erige a cierta altura del suelo, estimulan su procreación. El palomar parece siempre una diminuta ciudad encantada, Allí, en la ciudad, las palomas beben el néctar de su corta existencia amándose intensamente, acaso con realismo incomprensible para el propio análisis humano...

En los palomares hay vida, drama, amor y tragedia como en las grandes ciudades, donde se desenvuelve la vida de los hombres...

Y AHORA LA ANÉCDOTA...

En una vetusta casa que aún existe en la segunda cuadra de la antes calle "Teatro" y hoy "España", vivía en los primeros años del siglo, el joven Indalecio Soria. Un adolescente enamorado de la Naturaleza, de las flores y de las aves. Su admiración y amor por las palomas, lo convertían en un verdadero colombófilo en potencia...

Unido a otros amigos, resolvió crear un palomar sobre los techos de aquella vieja casona propiedad de la familia Ayala. En esa casa bebieron el licor de su juventud, su pasión y hasta su drama, los entonces jóvenes Ricardo, Remberto y Félix Ayala, hoy todos fallecidos...

Para comenzar la vida y actividad volátil de su palomar, el joven Indalecio Soria adquirió un casal de palomas blancas, soberbio par de macho y hembra, los cuales para Indalecio serían el Adán y Eva de su Paraíso palomar. Establecidas en su flamante y tibio nido, ambas aves vivieron su romance, entre las amantísimas guturaciones del macho y el dulce arrullo de la hembra. Y bajo la mirada protectora de Indalecio que en el caso resultaba un Arcángel Miguel vigilando su Edén...

La pareja de albas y aladas criaturas alzaba todos los días su vuelo, confundiéndose con la blancura de las nubes o dibujándose con estrellas errantes en el azul del cielo. Parecían la encarnación del amor y de la infinita y recíproca ternura.

Casi con emoción humana regresaban de su paseo por el espacio, buscando el tierno refugio del nido. Pero una tarde, una tarde...

Posóse en el techo del palomar una pequeña y desconocida paloma gris y cenicienta y allí se estableció aparentemente ajena al idilio de sus vecinos. Indalecio Soria, intrigado por la aparición de la nueva paloma, observaba lo acontecido hasta que un día contempló azorado en el palomar la más extraña, estupenda y dramática escena...

Vio cómo el palomo estallante de ira, echaba del nido a picotazos a la hermosa compañera, la que huyó despavorida con vuelo inseguro, repudiada y penosa, descubrió desde la altura, cómo la parduzca paloma del techo, deslizabase sigilosamente en lo que fuera su nido adueñándose de él...

¿Qué entendimiento anterior y misterioso se había producido entre el palomo y la intrusa...?

Cuando la paloma blanca regresó cansada de su trágico vuelo, posóse sobre el techo del palomar precisamente en el lugar que antes ocupara su rival. Y allí se mantuvo varios días ululando su angustioso y melancólico arrullo, mientras que sus rosados y tímidos ojos de torcaza eran testigos de la felicidad rumorosa vivida por la pareja culpable.

Hasta que una tarde cuando ya casi caía la noche, una tarde tormentosa de negros y amenazantes nubarrones alzó la paloma blanca su atribulado vuelo y como en un suicidio o una resurrección, se perdió en la altura para siempre, absorbida por las tinieblas del infinito...