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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Edgar Mamani, pasión y amor por la robótica

Su trabajo como profesor trascendió al ojo público gracias a su pequeña hija Elyn. Aunque tuvo una vida difícil, supo superar cada obstáculo que se le presentó y hoy se siente pleno junto a su familia y sus estudiantes. <br>
Edgar Mamani, pasión y amor por la robótica

Desde que era muy pequeño aprendió a luchar por lo que quería. Conoce el sacrificio que cuesta ganarse cada cosa. Su vida ha estado marcada por la perseverancia y el constante aprendizaje.

Edgar Mamani Apaza tiene 36 años y gracias a su trabajo con su hija Elyn obtuvo el reconocimiento  del público.
La pequeña, con solo nueve años, ya es ganadora    de varias medallas de primer lugar en concursos de robótica y creación de aplicaciones tecnológicas. Su impresionante talento captó la atención y demostró el apoyo que le dio su papá desde muy niña.
Edgar nació el 8 de agosto de 1983 en Cochabamba en el seno de una  familia humilde proveniente  de La Paz. Es hijo de Eusebio Mamani y Ercilia Apaza, quienes se dedicaban a la venta de helados y eran dueños de juegos de futbolín y un carrusel.
Su infancia fue dura, se dedicaba a ayudar a sus padres los fines de semana con los juegos. Edgar cuenta que cuando era niño no podía hablar y era muy tímido.

Estudió primaria y parte de secundaria en el colegio Eugenia Ravasco. Allí fue donde conoció una computadora por primera vez. “Cuando las vi me fascinaron, deseaba tener una pero no sabía cómo pedirle a mis padres”, cuenta Mamani.
Su timidez muchas veces le jugó en contra, no se atrevía a preguntar a sus profesores las dudas que tenía y eso afectaba su desempeño. Además, sufría bullyng en el colegio, por lo que decidió cambiarse al establecimiento Cristo Rey donde terminó la          secundaria.

En su etapa colegial comenzaron los trabajos prácticos, de esa forma se relacionó con las máquinas de escribir, aunque su sueño era otro. “Yo siempre deseaba una computadora, me parecía genial que un aparato pueda hacerte caso”, cuenta.
Al finalizar el bachillerato, Edgar decidió entrar a la Universidad Mayor de San Simón a estudiar alguna ingeniería. En el primer examen reprobó, eso le cayó como un balde de agua fría. No estaba preparado.

Con ganas de seguir, comenzó a pasar clases de nivelación y, en un segundo intento, aprobó el examen e ingresó a Ingeniería Electrónica.

Allí se abrió un mar de posibilidades. Pronto pudo adquirir su primera computadora, gracias al apoyo de sus papás. ”Ese fue uno de los días más felices de mi vida”, dice. Por azares de la vida, no pudo terminar la universidad y se fue a Infocal a estudiar Mecánica Automotriz.

Algo que cambió su vida por completo fue la llegada de su hija Elyn. Desde que tenía tres años ya mostraba inclinación por la robótica. “Ella pensaba que yo era un mago, era su referente y eso me llenaba de felicidad”, asegura Edgar.
Hace cuatro años decidió retomar la carrera de Ingieneria. Elyn fue su compañera fiel, lo acompañaba  a todo lado y así entró en contacto con la programación y robótica.  
“En todo lo que viví e hice mi motivación siempre fueron mis hijos, mi esposa y mis padres”, dice.
Aunque Edgar comenzó a dar clases desde que estaba en la universidad, su verdadera vocación surgió con los niños y la robótica.
Lleno de energía y con ganas de seguir alcanzando sus sueños, Edgar está convencido que con mucho esfuerzo todo se logra. 

Mi MakerHouse
En 2018, después de que su hija Elyn comenzó a cosechar éxitos, Edgar          se dio cuenta de que podía reproducir  la enseñanza que aplicó con ella a otros niños que tenían la misma inclinación   a la tecnología. Así que, con el incentivo de su hija, decidió abrir su escuela
de robótica llamada Mi MakerHouse.
El taller está enfocado a la robótica educativa, tiene una duración de ocho meses en clases de dos horas y media una vez por semana. Actualmente, cuenta con 22 estudiantes, con ellos aplica todo lo que le enseñó a Elyn.
Dar clases llena de alegría a Edgar,
su entrega y dedicación marca la diferencia. Sin duda, el éxito de cada uno de sus pequeños es un bálsamo
de felicidad para su alma.