Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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‘The Whale’ y lo que se comió a la vida

Gisela Calderón, Lic. Psicología, Practicante del 
psicoanálisis en Bs AS.
Gisela Calderón, Lic. Psicología, Practicante del psicoanálisis en Bs AS.
‘The Whale’ y lo que se comió a la vida

“The Whale” (2022) es el nombre de la película estrenada hace poco tiempo, bajo la dirección de Darren Aronofsky, quien ha retratado a Charlie, un hombre de cuerpo inmenso que padece de obesidad mórbida, protagonizado por Brendan Fraser. Casi 300 kilos soportados en un cuerpo que se encuentra aislado en un departamento empapelado con el desorden y el exceso. Las posibilidades de movimiento son escasas; el abandono y el estancamiento son el aire viciado entre sus cuatro paredes.

Charlie es un profesor de literatura que se esfuerza por enseñar el modo de crear ensayos, dictando clases de forma virtual, donde mantiene apagada la cámara de video para evitar ser mirado por temor a la repugnancia que pueda generar. Sumergido en un tiempo en suspenso, el panorama se presenta abrumador. El espectador puede tener esa sensación de escalofrío permanente, como si se presintiera a lo real en su insistencia, respirándole en la nuca. Charlie ha perdido a su pareja (un exalumno suyo) y carga con la culpa de haber abandonado a su hija y su mujer, cuando decidió aventurarse al amor. 

No hay enigmas. Rápidamente somos testigos de su desidia, el duelo no realizado y la culpa. Eso lo afrenta y se vuelve el caudal de angustia que busca taponar con atracones de comidas. Chocolates, pollo frito, bebidas gasificadas, lo que sea que apacigüe el empuje forzoso que lo invade. Las escenas se convierten en una invitación a convivir con la pulsión de muerte en aquellos excesos, mientras devora y es devorado por el consumo. Confluye, sin reparo, en la autodestrucción.

Una figura aparece en escena para contraponerse a la desolada tramitación que Charlie encontró para hacer con su dolor. Thomas, un joven predicador, llega con su discurso religioso para ofrecerse a acompañarlo hacia la salvación. El gigante de casi 300 kilos, con la biblia mediando entre ambos, le deja en claro que a la fe también se la comió la hipocresía. El pecado del cuerpo rebasa cualquier ficción, se paga la deuda del horror del deseo con la miseria humana. Solo un giro a partir del vínculo amoroso con su hija lo acerca a la redención sin que logre escapar de la muerte. 

Algo del orden de lo imposible cobra relevancia en “The Whale”, la película retrata el triunfo del goce. Ese goce mortífero que ensombrece un destino. ¿Qué habría ofrecido un psicoanálisis? Hacerle la contra a eso que marcha en discontinuidades y con lo que cada ser hablante se enfrenta. El psicoanálisis apuesta a la transferencia, a una temporada de     creencia en el Otro para restaurar las ruinas de lo simbólico, creando intérvalos que favorezcan el destete del consumo. Un despertar, bajo transferencia, que conmueva la fijación pulsional para contrarrestar su peligro. Cuando la posibilidad de tratamiento se reinventa, un sujeto puede estar más advertido de lo que puede llevarlo a la muerte. Esta película transmite más que la piel de Charlie; podremos leer allí un goce irrefrenable capaz de comerse a la vida. 

NOTA: Para cualquier consulta o comentario, contactarse con Claudia Méndez del Carpio (psicóloga), responsable de la columna, al correo [email protected] o al teléfono/WhatsApp 62620609.

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