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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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“Seamos serios. No es incompatible con la alegría”

Gustavo Dessal, escritor y psicoanalista.
Gustavo Dessal, escritor y psicoanalista.
“Seamos serios. No es incompatible con la alegría”

SEGUNDA PARTE

Pero la conversación entre académicos, fundadores de empresas tecnológicas y estudiosos sobre la evolución de las tecnologías y la I.A., ve con preocupación el hecho, cada vez más evidente, de que el discurso y la dinámica de las tecnologías se independiza de la decisión humana. Es interesante hasta qué punto esta mutación se asemeja (insisto, se asemeja) a lo que el psicoanálisis ha formulado como una de sus tesis fundamentales. Más allá de que desde el punto de vista antropológico puedan establecerse conjeturas y  teorías sobre el origen del lenguaje, el psicoanálisis se afirma en el hecho de que la lengua es en sí misma un “organismo” que posee una entidad propia y preexistente al sujeto que habla, el cual -por el contrario- es el resultado, el efecto, de cómo un cuerpo, más allá de sus características biológicas, es afectado por esa poderosa maquinaria de la lengua que lo atraviesa, lo aspira, lo fragmenta, lo cosquillea, lo martiriza, lo manipula, dejando en él huellas indelebles, marcas, trazos, que confirman eso que llamamos el inconsciente.

No solo los psicoanalistas estamos concernidos por estas cuestiones. A su manera, aún sin la hipótesis del inconsciente, los que se interrogan sobre el futuro de la I.A. afrontan preguntas en las que podemos reconocernos. Existen al respecto dos posiciones: la positivista y la conservadora. Los positivos reúnen toda clase de pruebas destinadas a demostrar que, sin desconocer los riesgos, las tecnologías nos prometen un mundo que nos elevará moralmente como sujetos y como sociedad global. Un mundo que se asemeje un poco al de la novela de Moshin Hamid.

Los conservadores, por su parte, no niegan esta posibilidad, pero se muestran más escépticos. Rechazan la idea de que habrá una solución tecnológica para cada problema tecnológico. Ninguna de estas dos posiciones desmiente que lo real sintomático es ineliminable, pero difiere en cuanto a la forma en que distribuyen la proporción borgiana entre el terror y la esperanza.

El antiprogresismo de Freud, del que Lacan se hizo eco, no supone necesariamente una visión maldita sobre la condición del ser hablante. El antiprogresismo no fue un punto de partida, sino la verificación clínica de que la repetición, los secretos mecanismos del goce, son una interferencia en el programa de la felicidad humana en todos sus planos. La ingenuidad, o la necedad estimulada mediante fórmulas de autogestión basadas en la conciencia de sí, y en los mantras de reaprendizaje adaptativo, no hacen desaparecer lo real que insiste.

El antiprogresismo lúcido de Freud y Lacan no nos sentencia como condenados a la desgracia. Nos invita a no descuidar la sabiduría del síntoma. En ella suele haber siempre algo que vale la pena escuchar.

Tal vez sea una de las razones por las que Lacan consideró que el psicoanálisis es para quienes se toman la vida en serio… 

NOTA: Para cualquier consulta o comentario,  contactarse con Claudia Méndez Del Carpio (psicóloga), responsable de la columna, al correo [email protected] o al  teléfono/WhatsApp  62620609. Visítanos en Facebook como LECTURAS SUTILES.