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LECTURAS SUTILES

Pandemia y subjetividad No puedo respirar (PARTE 1)

Pandemia y subjetividad No puedo respirar (PARTE 1)

Viví por un momento/ Una extrañeza inexplicable/ Una abolición de toda garantía/ Sin entrada, ni salida/ En el tiempo/ Sin memoria alguna/  Del cómo ni el cuando/ Había llegado a ese vacío/ Viví/ Extraviado.../ Muchos siglos.   (Ernesto Perez)

Comenzamos el año 2020 escuchando que en diciembre de 2019 un nuevo   virus-SARS-CoV-2- había sido detectado por primera vez en Wuhan, China, causando la enfermedad infectocontagiosa por coronavirus COVID 19.  Su       rápida propagación llevó a la Organización Mundial de la Salud a declararla pandemia el 11 de marzo de 2020, obligando a los países a tomar medidas drásticas y urgentes para frenar tanto los contagios como los decesos que estaba ocasionando. 

Estamos viviendo tiempos difíciles, como todos los hombres, diría Borges. Las pandemias se conocen en la historia humana desde siglos, han traído el horror por la devastación que han producido. Pero todos los hombres no la han vivido de igual manera por la época histórica que les tocó transitar.

Esta pandemia del siglo XXI tiene características especiales:

1) Ocurre en un momento de crisis del discurso capitalista.

2) Una época donde el Nombre del Padre está en franca decadencia.

3) Esta decadencia venía siendo cubierta por el discurso de la ciencia y sus     expertos.

4) Actualmente, los expertos también están desconcertados. Nadie sabe ni  cómo ni cuándo va a terminar esta enfermedad que trae decadencia y muerte.

5) Por lo tanto, la primera consecuencia es una falta de garantía en los sujetos, lo cual los confronta con la angustia.

Esta crisis del discurso capitalista ocurre porque las poblaciones han entrado en cuarentena con más o menos apertura según privilegien la vida o la economía. Igual aquellos países que han priorizado la productividad  se vieron obligados a detener la producción porque han tenido infectados y muertos. Por lo tanto, la producción ha caído fundamentalmente porque no hay consumo, que es la palanca necesaria para que la rueda capitalista funcione. Los sujetos aislados, por temor al contagio, no salen de sus casas y no consumen salvo lo necesario. Muchas empresas tienen que cerrar con su consecuencia de desocupación, y esto ha aumentado la pobreza; es decir, grandes masas sin condiciones mínimas de sobrevivir sin ayuda de un Estado empobrecido y       vaciado por las políticas neoliberales. Una segregación como no tiene noticia en la historia moderna, solo como lo vivido en el periodo que abarca las dos guerras mundiales.

El virus es un real biológico, una cadena de ácido ribonucleico (ARN) que tiene una enorme capacidad de reproducción y de contagio, que trae una inflamación de los pulmones que impide respirar hasta morir.  Pero, al ser un hecho de lenguaje, hay significantes como pandemia, cuarentena, virus que llevan a lo real, la proximidad con la muerte. Las imágenes de los hospitales que no dan abasto a los requerimientos junto con los ataúdes enterrados en lugares comunes y hombres caídos muertos en medio de las calles, son capturas que dejan en la perplejidad, especialmente en países de alto desarrollo.

Una muerte en soledad, sin los rituales necesarios a una despedida humana, una muerte industrial porque de lo que se trata es de sacarse el cadáver de encima lo más rápido que se pueda, con el menor contacto y al menor costo posible. 

No es casualidad que lo ocurrido en forma contingente en medio de la pandemia: el asesinato de George Floyd en un claro acto de discriminación racial en EEUU al ser aplastado en su garganta por un policía, y cuyas últimas palabras fueron “No puedo respirar”, se transformó de inmediato en la consigna de        miles y miles de manifestantes en todo el mundo que salieron a las calles. “No puedo respirar” juntando la muerte por exclusión racista y la que produce el  neoliberalismo, con el síntoma principal que sufre el mundo por la pandemia, “No puedo respirar”. “La sociedad nos ahoga”. 

Continuará...